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La fortuna de confiar

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La fortuna de confiar

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Juan Manuel Torres Vega

La confianza es un pilar fundamental para la existencia y persistencia de cualquier vínculo, ya sea amistoso, familiar, de pareja, laboral o social en general. Construirla es un regalo, cuyo primer beneficiado es uno mismo.

Hay animales solitarios que sólo se buscan con fines reproductivos. Así viven el rinoceronte, el oso, la tortuga, el águila y la mayoría de los insectos. Otros permanecen juntos en manada o rebaño a lo largo de su vida: los pingüinos, los lobos, las hormigas, las abejas, las gacelas y los cuervos. Pero el ser humano es caso aparte.

Para nosotros una condición sine qua non, ‘sin la cual no’, de vivir con otros es la confianza. Su definición formal presenta tres vertientes: una personal, la seguridad que alguien tiene en sí mismo, otra social, la esperanza firme que se tiene de alguien o de algo, y una más, que establece el vínculo entre las dos primeras, el ánimo, aliento, vigor para obrar. De este sustantivo se desprende el verbo ‘confiar’ como acción concreta: depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa.

Hay un delicado equilibrio entre las tres vertientes del sustantivo y el verbo. La confianza depende de la percepción individual y colectiva acerca del ambiente, se funda en lo sencillo y en lo natural, se aprende de los demás, en especial de los padres, y se mantiene o modifica con base en las experiencias acumuladas.

¿DÓNDE QUEDÓ?

En los últimos años pareciera que la confianza se ha vuelto algo difícil de hallar. El panorama general durante el siglo XX y los inicios del XXI, con las desgarradoras escenas derivadas de la guerra y el genocidio, la grave afectación de la calidad de vida por las crisis económicas y las dolorosas heridas ocasionadas por la corrupción, se constituye en un conjunto de magníficas excusas para abandonar la confianza y entregarse a recelar de un modo sistemático.

Así, la frescura de lo desconocido pasa a ser amenazante y el otro-diferente, sospechoso. Hoy la mayoría de las ventanas tiene rejas y casi todos los corazones están acorazados, pues los atentados físicos o psicológicos y el daño patrimonial se han incrementado a lo largo del orbe.

Sin embargo el contexto específico de lo humano persiste en ambos siglos con las impresionantes muestras de confianza entre un bebé o un niño y sus padres, la admirable cercanía de los amigos, la sencilla solidaridad entre vecinos y la profunda intimidad de las parejas. En estos espacios la confianza encuentra un buen cimiento en el cual construir y una semilla de calidad para crecer.

Las vivencias mencionadas son auténticas escuelas formadoras de la inteligencia para decidir y actuar. Su fruto: la persona prudente. No es ingenua confiando a ciegas; tampoco es arisca, desconfiando al extremo. Es crítica por su capacidad para recabar los datos suficientes acerca de las circunstancias, sopesarlas y a partir de ahí definir el grado de familiaridad que establece con cada sujeto o situación.

Confiar no es un verbo de todo o nada, más bien es un rango con límites inferior y superior en el que se sitúa el punto de la decisión, siempre flexible y dispuesto al cambio con base en la actualización de lo observado.

ALTAMENTE BENÉFICA

¿Y qué se gana al confiar? La fisiología de quien lo hace mantiene al cuerpo y a la mente en un estado relajado donde la tranquilidad, la sencillez y el bienestar permiten que la persona tenga la oportunidad de fluir, de entregarse a lo que entusiasma y a disfrutar del trabajo, el ejercicio y el descanso.

El contacto con este individuo al interior del hogar, en el ambiente de trabajo o en los espacios públicos, incrementa la probabilidad de contagiar a los demás con el ‘virus de la confianza’. Su actitud se percibe en el lenguaje verbal y no verbal, en sus gestos, su mirada y su postura corporal.

Un ambiente confiable expande el horizonte de posibilidades para vivir con calidad, multiplicar los encuentros interpersonales, y dedicar tiempo y esfuerzo a lo nuevo y diferente. La confianza es un excelente ‘caldo de cultivo’ para vivir pacíficamente y promover la paz en las diversas áreas de influencia. Así, todo ser humano es digno de confianza, mientras no se demuestre lo contrario con una evidencia sólida y contundente.

COSTOSA DESCONFIANZA

Violentar el clima de confianza en cualquier ámbito (laboral, vecinal, de pareja o personal) lastima y siempre causa daño. La gravedad del hecho marcará los tiempos y procesos necesarios para completar la reparación, aunque la cicatriz es inevitable y no hay manera de hacerle ‘cirugía estética’.

Es indispensable respetar los límites y no acercarse al punto de no retorno, donde se quiebra la estructura y la estabilidad se encuentra en un grave riesgo. Así sucede en la corrupción social, en la mentira conyugal y en toda falsificación. La pérdida de la confianza convierte al hombre en su propio lobo, carcome el tejido social y mata lo bueno.

La fisiología de la desconfianza coloca al individuo en un estado crónico de estrés y la empuja hacia la ansiedad, el escenario psicopatológico de la tensión. Cuerpo y mente se ocupan de lo urgente, concentrando y consumiendo una gran cantidad de recursos en todos los sentidos, desviándolos hacia la atención de lo no saludable. La aparición de daños sólo es cuestión de tiempo. El puma y el venado viven el estrés como un estado agudo al encontrarse en la montaña. La descarga de adrenalina les permite dedicarse cada uno a su objetivo, sea atrapar la presa o huir del depredador. Si conservan la vida, regresarán a la tranquilidad de lo ordinario. Ni el estrés, ni la adrenalina asociada, están diseñados para permanecer durante periodos prolongados en la conducta y en el torrente sanguíneo. Son un pico que no debe convertirse en meseta, pues conducen a una dimensión tóxica. Así es la perspectiva de quien asume aquello de “piensa mal y acertarás” como referente en la existencia, marcado por prejuicios, enojos y tristeza gratuitos, sin la verificación de los estímulos y el pago de sus consecuencias (“sin deberla ni temerla”). La realidad en el planeta ya ofrece suficientes problemas y amenazas como para inventarse nuevos, los cuales surgirán a consecuencia de la desconfianza.

SIEMPRE POSIBLE

El ser humano aprende a confiar desde pequeño. Es el regalo principal de la figura materna en la inauguración del universo propio de cada niño. Se funda en el contacto físico y en los sentimientos, en el cuidado y en el acompañamiento, en la actitud positiva y en la certeza de los hechos. Estos ingredientes son bienvenidos en toda etapa vital donde la confianza se vea amenazada o se resquebraje.

Abrirse a sí mismo y a los demás es una decisión personalísima que encuentra en la depresión su mayor peligro. Una existencia saludable mantiene permanentemente la esperanza de confiar, de superar cualquier adversidad desde la convicción de que vale la pena disfrutar y ser feliz en un mundo real, con gozos y angustias. La confianza nos mueve a entregar lo que somos y lo que tenemos.

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