
Damien Hirst. Pharmacy, 1992.
Dentro del vasto mundo del arte y en particular en el área plástica, hay un género todavía joven que ha cobrado un sitio privilegiado en el favoritismo de los creadores: la instalación. Si bien muchos espectadores aún no se han familiarizado con esta vertiente, el atractivo de sus obras propicia que cada vez más personas seducidas por el impacto de su fuerza estética, y sobre todo sorprendidas por su propuesta, se acerquen a ella para tratar de comprender el mensaje que transmite.
En una calle de Washington, una escena desconcierta a los transeúntes: la esquina de un edificio parece haber sido traspasada por la cabeza de un hombre.
Del techo de una habitación cuelgan varias letras formadas con lo que parecen ser animales de peluche; sobresalen una E atigrada, una C hecha con una víbora curva.
La sala de una galería parece no tener principio ni fin, el techo y el suelo lucen idénticos, perfectos, simétricos. Hace falta darse tiempo para contemplar detenidamente, para entender el ‘truco’: en vez de piso hay una piscina llena de aceite que refleja el entorno mejor que un pulido espejo.
Hablamos de Mark Jenkins y una de las creaciones de su serie Embed (2006), de Annette Messager y su Ciineeemaa (2001), y de una pieza ‘clásica’ que alberga la Saatchi Gallery en Londres desde 1987: 20:50, de Richard Wilson. ¿Qué tienen en común? Son instalaciones.
Es probable que en algún momento usted se haya encontrado de frente con una instalación, en una sala de museo o galería, quizá en la calle. Los ejemplos de este género son inagotables, tanto como la creatividad de los autores.
Hay instalaciones que permanecen en un mismo sitio desde su realización, otras le han dado vuelta al mundo o sólo pudieron visitarse por un corto periodo, mas quedan inscritas en la historia porque en su momento dieron mucho de qué hablar.
En cualquier forma que adopte, la instalación es arte. Y tiene fuerza. Impresiona. Mueve. Conmueve. A pesar de que el público no está tan familiarizado con ella como con otras manifestaciones artísticas, labró un nicho entre los amantes del arte y un lugar favorito para quienes encuentran en sus caminos una manera de expandir su creatividad.
SE INSTALAN LAS RAÍCES
La instalación no tiene una definición en el sentido convencional, ya que se trata de un género altamente incluyente, sus bordes son flexibles. Posee un carácter tridimensional y establece un diálogo entre los objetos que se emplean para construirla, el espacio en el que se sitúan y el público que la contempla.
Según el artista Eloy Tarcisio, Director de la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado “La Esmeralda”, se puede resumir el concepto de instalación como una forma de estructurar un lenguaje visual que tiene como objetivo transmitir una idea, valiéndose para ello de una serie de elementos que convierten un espacio en el discursor de esa idea.
Sus raíces se vinculan fuertemente al cubismo, movimiento con el cual los artistas comenzaron a reflexionar la dimensionalidad de los objetos y a romper su esquema representacional, a unir otro tipo de objetos a la pintura convirtiéndola en un ensamblaje. Pero la instalación no tiene una ‘fecha de nacimiento’ exacta; según explica la Doctora en Historia Teresa del Conde, ex directora del Museo de Arte Moderno (Ciudad de México), los arcos triunfales efímeros del virreinato eran ya instalación, si bien como medio artístico tuvo su despunte en el siglo XX.
En su background se citan asimismo la innegable influencia de Marcel Duchamp, al igual que los environments o atmósferas construidas por artistas como Yves Klein y Jean Tinguely. Para los años setenta era una manera de expresión aceptada y muy difundida, incluso en México ya se registraban obras de este tipo. De hecho, al no poder hablar de un solo artista como el iniciador ni situar su génesis en el ambiente de un país en particular, tampoco es posible definir cómo fue ‘implantándose’ en el orbe. Eloy Tarcisio explica que el arte no es ejercicio de un individuo y una zona determinada, es universal; los artistas se desplazan y comparten sus puntos de vista.
EL ARTE DONDE TODO SE VALE
¿Qué ofrece la instalación al artista que no sea posible plasmar a través de medios tradicionales como la pintura, la escultura o la fotografía? ¿Cuál podría ser la motivación para aventurarse por sus caminos? Quizá sus múltiples posibilidades, al tratarse de una plataforma en la que parece no haber restricciones.
No nada más entra en juego la tridimensionalidad. La instalación puede incluir en una obra todo aquello que el autor decida tomar como apoyo físico para clarificar o reforzar lo que busca decir. Así, la pintura, la fotografía y la escultura llegan a ser elementos de la instalación. Igualmente la música o cualquier otro tipo de sonido, imágenes en video, manejo de luces (de distinta intensidad o color), recursos tecnológicos como computadoras, Internet, toda clase de dispositivos electrónicos y la electricidad misma, ropa, muebles, material de construcción, juguetes, utensilios de cocina, plantas, animales vivos o disecados, basura, agua, sangre… la lista es infinita.
A diferencia de los géneros tradicionales, con frecuencia la instalación se concibe como efímera; para ello los materiales influyen ya que si se emplea alguno que sea perecedero o desechable es difícil mantener la obra más allá de un periodo determinado.
No obstante, si la intención es que la pieza perdure, siempre puede coordinarse la reposición de lo que va deteriorándose. Como ejemplo podemos mencionar los mini hombres de hielo que ha elaborado la artista brasileña Néle Azevedo (1950) para su proyecto Monumento mínimo; las figuras se derriten en cuestión de horas y en ese sentido es una obra efímera. Sin embargo, Azevedo ha replicado la muestra en distintos países y en cada ocasión vuelve a producir las pequeñas esculturas.
Aquí es importante indicar que dentro de las libertades que permite la instalación es que el autor no está obligado a manufacturar los elementos que contiene su obra. Es decir: puede recurrir a pintores, fotógrafos, escultores, músicos, artesanos, albañiles, arquitectos, ingenieros y todo aquel experto que lo ayude a concretar físicamente su proyecto. O bien, hacerlos él mismo. Así, tras una instalación puede estar una sola persona o un equipo y eso no pone en tela de juicio quién es el autor de la obra.
Un ejemplo: Cantos cívicos, polémica instalación del texano Miguel Ventura (1954), que primero se exhibió en el Espai d’Art Contemporani de Castelló en España y después (2008-2009) en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) en el Distrito Federal. La pieza era bastante compleja; además de numerosas esvásticas (base de la controversia) tuvo como elemento central una estructura habitada por ratas de laboratorio, atendidas por veterinarios y psicólogos. Los animales accionaban dispositivos que producían efectos de luz y sonido. Como es de suponerse, la concreción de la obra implicó la participación de varios individuos aunque los aplausos y las críticas fueron en todo momento para uno solo: Ventura.
Cabe remarcar que el artista no se limita a decir “quiero hacer tal cosa” y a llamar a otros para que lo resuelvan. Tiene que definir perfectamente qué desea mostrar, asesorarse, hacerse de bases claras y a partir de ahí trazar la manera en que se colocará cada elemento para que cumpla su función sin poner en riesgo la obra, el recinto ni al espectador, así se trate de una bola de 1,000 kilos, una pila de libros o un montón de vidrios. La instalación no demanda habilidad o técnica en el mismo sentido que la pintura, el dibujo o la escultura, pero en definitiva exige que el instalacionista tenga no sólo una alta capacidad de organización sino que se comprometa con su propia investigación a fin de generar sólidos cimientos para lo que desea concretar, entre otros aspectos. El talento, por supuesto, es indispensable.
Por otro lado, en su intento por exponer una idea algunos creadores abusan de la cantidad o variedad de elementos que emplean, dando pie a una sobresaturación que los espectadores perciben como un mero empalme de artefactos; parte del talento del autor radica justamente en mantener el equilibrio en ese sentido.
EL ESPACIO PRECISO
La acertada elección de los materiales es crucial para que la obra tenga el peso visual que necesita. No obstante, lo que sustenta la instalación es la idea que hay detrás. A su vez, dicha idea puede o no nacer a partir del lugar donde se expondrá la pieza; depende fundamentalmente del criterio de cada creador.
Para Ulises Figueroa, ganador de una mención honorífica en la X Bienal Monterrey FEMSA, lo primero es definir aquello que busca transmitir y en ese sentido considera que la instalación es hasta cierto punto tan neutral como otros géneros: en algunos casos se vincula con el espacio donde se colocará y en otros no.
En cambio para Iván Abreu, becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte, es básico determinar dónde se colocará la pieza: “El punto de partida de mi proceso de creación tiene que ver con la recopilación y estudio del lugar. Me interesa articular mi gesto artístico con su historia y forma”. Aun así, el creador de origen cubano (nacionalizado mexicano) señala que cuando le comisionan una obra para un recinto en particular puede que no inicie desde cero sino que adapte un proyecto ya esbozado mentalmente, siempre y cuando lo considere compatible con ese sitio.
¿ES O NO ES?
Al ser la instalación un medio tan generoso, en ocasiones resulta poco claro (para el público) distinguir qué entra o no en él. La confusión puede verse ampliada por la confluencia de información en Internet, ya que una misma obra llega a encontrarse etiquetada como instalación, intervención, land art, escultura, arte urbano, videoarte, media art y más. Un caso común es del de Christo (1935) y Jeanne-Claude (1935-2009). El grueso de su obra suele citarse entre las grandes creaciones contemporáneas a la hora de hablar tanto de instalación como de intervención.
Los especialistas exponen que en la instalación el artista construye una atmósfera a través de los objetos que utiliza, de la interpretación que les da a través de su acomodo en el espacio. Pero también, como señala Teresa del Conde “el espacio de la instalación tiene mucho que ver con su efecto, la cuestión es arquitectónica en cuanto a manejo espacial”.
En la intervención el lugar elegido posee un significado por sí mismo y conserva su cualidad original, el artista sólo le incorpora su idea. Visto así, el trabajo de Christo y Jeanne-Claude transita entre ambos límites; para algunos expertos son incuestionables intervenciones, afirman que su relación con el sitio elegido para el montaje es tal que de hacerse en otro lugar perdería sentido. Unos más los catalogan como instalaciones al referir que varias de ellas son muy similares (como la envoltura de edificios, monumentos, puentes), lo cual significa que se podrían realizar en cualquier lugar sin perder efecto estético.
La duda surge también al hablar de escultura. Se dice que un punto clave de la instalación es la posibilidad de interacción del público con la obra, que permita transitar por ella, pues gran parte de los artistas las sitúa de tal forma que la gente pueda recorrerlas o al menos verlas desde distintos ángulos. Pero no todos lo hacen, ni es ‘obligatorio’.
Aunque no es regla general, muchas de las esculturas que se colocan en la calle son transitables (se puede caminar a través de ellas). Algunos opinan que ese hecho les da el carácter de instalación. Otros aseveran que al tratarse de objetos únicos no pueden calificar en esa categoría.
Una instalación puede involucrar sonido. Pero no todo lo que se produce como audio dentro del arte es instalación. Una instalación puede incluir video. Pero no todo video hecho con fines artísticos es instalación. Y así, sucesivamente. A veces las discrepancias al llamar instalación a una obra ni siquiera vienen de fuera, pues se da que un mismo artista defina su trabajo como tal, mientras sus colegas lo clasifican en otro género.
Al respecto, la Maestra en Historia del Arte Karen Cordero, catedrática del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, expresa que “no son definiciones canónicas. En la práctica, se pueden diluir o difuminar los bordes, lo importante para el artista no es si está haciendo una pintura o una instalación, sino lograr sus objetivos”.
¿UNA MAYOR VOZ?
Teresa Margolles es un referente obligado cuando se habla de instalaciones no sólo contundentes, sino con un notorio mensaje de fondo. Las reconocidas obras de esta culiacanense van íntimamente ligadas con su visión y postura acerca de la violencia que permea a nuestro país, acentuada en los últimos años. Entre los muchos ejemplos están Muro baleado (2009), un trozo de pared que ostenta impactos de bala causados por un enfrentamiento entre narcotraficantes y policías en Culiacán, Sinaloa; o Herida, de 2007, para la que Margolles efectuó un surco de ocho metros de largo, 15 centímetros de ancho y tres de profundidad, y lo llenó de sangre y otros fluidos de personas asesinadas.
Por casos como el de Margolles muchos llegan a pensar que la instalación, como género, otorga mayores posibilidades de expresar una cuestión ideológica, transmitir un mensaje o incluso protestar por alguna circunstancia.
Eloy Tarcisio explica que en realidad esa aparente facilidad para externar un mensaje no existe: hacerlo depende de cada artista, de su versatilidad creativa y su capacidad de comunicación; en ese contexto hay pintores, fotógrafos, escultores, que logran exponer con firmeza una postura sin recurrir a la instalación. En el mismo tenor, Iván Abreu comenta: “Todo proyecto de arte debe ser muy contundente a nivel enunciado; un dibujo puede activar una fuerte discusión sobre una problemática tanto como una instalación”. Además los entrevistados coinciden en que, en dado momento, una instalación puede estar centrada en lo estético y no precisamente en transmitir un punto de vista, aunque desde luego debe tener una base. “Si no hay concepto, aunque haya ‘instalación’, el producto es equivalente a la decoración de un escaparate”, sintetiza la Doctora Del Conde.
También se cuestiona si la instalación permite más el uso de referentes autobiográficos y a la introspección en sí, que otros géneros. Esto se deduce al repasar trayectorias como la de la francesa Annette Messager (1943), autora de obras emblemáticas, quien ha comentado que no busca imponer su intimidad a los espectadores, pero a la vez le gustaría, para que trascienda el momento.
Sin embargo, cada caso es único; creadores y especialistas coinciden en que las autorreferencias pueden darse en la instalación tanto como en cualquier otra forma de expresión, y así ha ocurrido desde siempre no sólo en incontables autorretratos (pintura y foto) sino con las múltiples interpretaciones de una realidad personal que artistas de todos los tiempos han plasmado de manera más o menos notoria, acorde a las diferentes corrientes.
ARTÍFICES DE LO INCREÍBLE
Cientos de autores han logrado instalaciones paradigmáticas. Entre los pioneros podemos hablar del estadounidense Edward Kienholz (1927-1980), uno de los más destacados creadores de los años setenta, quien realizó gran parte de su obra en colaboración con su esposa, Nancy Reddin Kienholz (1943). De sus renombradas piezas que aún se replican en galerías y museos de todo el mundo, podemos citar Roxys (1960-61), la cual tiene como protagonistas una serie de personajes surrealistas, peces de colores y hasta una rocola.
También estadounidense y conocido por haber diseñado el jardín central del Getty Center y por ser una institución viviente del arte contemporáneo, Robert Irwin (1928) tiene obras como Excursus: Homage to the Square3 (1998) o Way Out West (2010), basada en esculturas de luz fluorescente.
De origen alemán, Joseph Beuys (1921-1986) destacó como miembro del movimiento Fluxus y por sus instalaciones. Algunas de ellas: Hinter dem Knochen wird gezählt - Schmerzraum (1983), una ‘habitación del dolor’ formada con paredes, techo y suelo de plomo; Unschlitt (1977), con seis figuras hechas de grasa de oveja; o Das Rudel (1969), vagoneta que tiene enganchados 24 trineos, cada uno equipado con un kit de supervivencia.
Otro alemán, Hans Haacke (1936), ha producido instalaciones notables como la crítica MoMA Poll (1970) o las sillas ‘flotantes’ de Castles in the air (2012).
Es indispensable mencionar igualmente a Hélio Oiticica (1937-1980), brasileño, uno de los más influyentes artistas del siglo XX de quien lamentablemente se perdió la mayoría de su obra en un incendio (2009); se conservan algunas como Penetrável PN1 (1960), Penetrável Filtro (1972) y Penetrável PN28 NasQuebradas (1979), recientemente exhibidas en la Galerie Lelong de Nueva York.
Asimismo sobresaliente en este género es Cildo Meireles (1948), el primer brasileño en tener una retrospectiva en el Tate Modern de Londres (2008); en ella se incluyeron piezas como Mission/Missions (How to Build Cathedrals) (1987) o la emblemática Eureka / Blindhotland (1970-1975), que involucra una banda sonora, un grupo de esferas de igual tamaño y peso distinto. O Fontes (1992-2008), para la cual incorporó 1,000 relojes, 6,000 reglas y 500 mil números de vinil en una estructura con la formación espiral de la Vía Láctea.
De Francia, además de Messager hay que resaltar nombres como el de Claude Lèvêque (1953), la mente tras obras como una serie de camas de luz colgantes en Le Grand Sommeil (2006); o Weisswald (2011), suerte de bosque creado para el Cabaret Voltaire en Zurich.
Otro artista que difícilmente pasa desapercibido es el español Santiago Sierra (1966), quien en sus instalaciones usualmente aborda temas controversiales. Dos ejemplos: 245 m3 (2006), una cámara de gas instalada en una vieja sinagoga alemana; y 21 módulos antropométricos de materia fecal humana construidos por la gente de Sulabh International, India (2007), cuyo título hace innecesaria cualquier explicación.
Por su parte Jonathan Monk, nativo de Leicester, Inglaterra (1969), se ha caracterizado por combinar en su obra lo personal y lo histórico. Posee obras como One Moment in Time (Kitchen) (2002), proyección de 80 diapositivas con frases inspiradas por objetos en la cocina de su madre.
Quizá con menos notoriedad mas respaldado por el aplauso de quienes encuentran alguna de sus obras, está Mark Jenkins (1970), joven de origen estadounidense que comúnmente expone sus creaciones en las calles e invariablemente atrapa la atención de los transeúntes: rebanadas de pan tostado saliendo de una alcantarilla en Roma; perros transparentes hechos de cinta, hurgando un montículo de basura en Baltimore; o ‘personas’ colocadas en las situaciones más descabelladas: piernas saliendo de bolsas negras en Londres, un hombre volcado en una fuente de Bordeaux, una mujer al borde de un edificio en Dublín.
Pero sin duda el nombre más conocido (y cotizado) entre los numerosos creadores que actualmente despuntan en el campo de la instalación y de la plástica en general, es el de Damien Hirst (1965). El británico, considerado el artista vivo mejor pagado, es famoso por piezas como la célebre The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (1991), Pharmacy (1992) o In and Out of Love (Butterfly Paintings and Ashtrays) (1991).
A nivel internacional también ha descollado el trabajo de varios mexicanos. El ejemplo por excelencia es Gabriel Orozco (1962), reputado creador de piezas como Mobile Matrix (2006), con un impactante esqueleto de ballena, y Lintels (2001). Entre lo más nuevo de su obra encontramos Chicotes (2011) y Asterisms (2012), proyecto comisionado por el Guggenheim de Berlín, dividida en dos partes: Sandstars y Astroturf Constellation, cada una con miles de objetos.
Por supuesto, hay más nombres. De la trayectoria de Eduardo Abaroa (1968) son memorables instalaciones como Stonehenge Sanitario (2006), o una muy sonada el año pasado: Destrucción total del Museo de Antropología (2012).
En algún momento Abraham Cruzvillegas (1968) fue alumno de Gabriel Orozco; hoy su firma es altamente valorada por sí misma, gracias a instalaciones notables como Las guerras floridas (2003).
Al igual que en el resto del orbe, entre los artistas mexicanos emergentes la instalación es un género muy visitado y hay varios jóvenes que poco a poco van ganándose el respeto de crítica y público. Un ejemplo es el trabajo de Marcela Armas (1976), autora de Resistencia (2009), estructura construida con filamento metálico incandescente, que representa la línea fronteriza entre México y Estados Unidos.
EN BUSCA DE LA PERMANENCIA
Independientemente de si tiene o no conocimientos de arte, cualquier persona puede disfrutar de una buena instalación que combine una idea bien delimitada con la contundencia estética en su realización.
Al tratarse de un género aún joven (comparado con los otros), para algunos espectadores aún causa extrañeza encontrarse ante una obra de esta naturaleza; pero poco a poco la curiosidad va dando paso a un firme interés que seguramente dará frutos en un futuro no muy lejano, cuando la palabra ‘instalación’ sea familiar para audiencias más numerosas y por lo tanto las grandes obras lleguen a más ciudades.
Mientras tanto, bien vale la pena tomar la iniciativa y acercarse a las exposiciones de esta vertiente, familiarizarse con autores y proyectos, y desarrollar así un criterio que redundará en una mejor recepción de aquello que los creadores buscan transmitir con sus poderosas construcciones visuales.
Fuentes: Doctora en Historia Teresa del Conde, investigadora C del Instituto de Investigaciones Estéticas (UNAM), miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de la Sociedad Internacional de Críticos de Arte y ex directora del Museo de Arte Moderno; Eloy Tarcisio, artista, Director de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”; Maestra en Historia del Arte Karen Cordero, catedrática del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, crítica, curadora, asesora e investigadora; Iván Abreu, artista y programador, beneficiario del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fonca 2012-2014; Ulises Figueroa Martínez, artista; La Jornada; El Universal; The Huffington Post; El País; The New York Times; sitios web del MUAC, Bienal Monterrey FEMSA, Guggenheim New York; The Museum of Modern Art (MoMA); The Saatchi Gallery.