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Juegos de poder en el pueblo indio de Santa María de las Parras de la Nueva Vizcaya, 1679

MASSIMO GATTA MIGUEL VALLEBUENO G.

Los autos del proceso levantado con motivo del incidente protagonizado por el licenciado Marcos de Sepúlveda, cura doctrinero, vicario y juez eclesiástico de Parras y Félix Hernández, mayordomo de la cofradía del Santísimo, en el interior del templo parroquial de Santa María de las Parras permiten reconstruir partes peculiares y únicas de procesos sociales iniciados desde la conquista. El documento denominado: "Pleyto contra don Alonso Hernández y su hijo Félix", que se encuentra en el Ramo Cofradías del Archivo del Arzobispado de Durango, es un despliegue narrativo, escrito de manera formal en segunda persona usando el pronombre vos, con muchas palabras que ahora son arcaísmos y localismos en el español de México. A partir de esta información se pueden analizar las relaciones de poder y tensiones sociales que se daban al interior de los poblados indios entre las diversas autoridades españolas y las de la república de los naturales tlaxcaltecas representadas por don Alonso Hernández y sus hijos, indios "ladinos" que ya hablaban el castellano y habían adoptado muchas costumbres europeas. El pleito es además interesante porque nos describe un punto de vista de una acción ubicada en un microcosmos formado entorno al poblado tlaxcalteca de Santa María de Parras en el término de una semana del 11 al 22 de junio de 1679.

La ubicación temporal en cuestión corresponde a las fechas posteriores a la fiesta del Corpus Christi y los actores representan un "juego de poderes" explicados a veces más vistosamente, más también en forma escondida, a veces bajo juegos muy sutiles de lenguaje. Sin embargo, hay un punto de clímax en el expediente, la palabra de rebeldía declarada en mexicano o náhuatl acmohuel, (no puede ser, no es posible, no lo harás) que nos parece el punto más representativo de una situación en la que tomaron parte no solamente las fricciones entre indios y españoles, fruto de una conquista que había tomado un rumbo inesperado con determinados puntos de vista incontrolables. En el conflicto también aparecen otros personajes (los testigos) que permiten asomar otro tipo de relaciones entre los mismos indios y los intereses de las instituciones que administraban a los indios, el clero secular y las ordenes religiosas de los franciscanos y jesuitas.

Hay que recordar que, junto con estos, el poblado de Santa María de las Parras fue fundado en 1598 por el jesuita Juan Agustín de Espinoza con indios laguneros procedentes de los derramaderos de Nazas y Aguanaval. Entre los indios que fundaron el poblado estaba Simón Hernández, fugitivo de la misión franciscana de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, aledaña a la Villa de Saltillo, Francisco Cano Moctezuma, relacionado con los emperadores de Tenochtitlán y procedente de Santiago de Tlaltelolco, así como Ignacio Hilario de Andrade, originario de la Villa de Nombre de Dios. Las familias Hernández, Cano y Andrade eran las más representativas del poblado, aunque con el tiempo se mezclaron con los mulatos, lobos y coyotes de las haciendas circundantes, ante la desaparición de los laguneros: irritilas, salineros y otros grupos que habitaban las lagunas interiores.

La abundante agua que permitía la irrigación de las vides introducidas en la región, pronto fue motivo de disputas entre los jesuitas y los marqueses de San Miguel de Aguayo, causantes del capitán Francisco de Urdiñola, gobernador de la Nueva Vizcaya, quien acaparó la mayoría de las tierras situadas entre la villa de Saltillo y el real de minas de Santiago de Mapimí. Más tarde en 1640, el obispo de Durango, Diego de Hevia y Valdés secularizó las misiones de los religiosos a semejanza del obispo poblano Juan de Palafox y Mendoza. Al serles regresadas por el rey las misiones a los religiosos, el poblado de Santa María de Parras continuó a cargo de un cura doctrinero secular, ya que este curato era el más pingües del obispado, debido a los diezmos que producía y la misma mitra tenía intereses en la venta del vino de Parras en la Ciudad de México, a pesar de las políticas prohibicionistas de la Corona Española.

El documento sobre el conflicto que nos ocupa consta de tres partes principales. Primero se encuentra el encabezado del proceso levantado sobre los acontecimientos que sucedieron en el interior de la iglesia, llevado a cabo por Antonio de Santa Cruz Polanco, subdiácono y notario nombrado por el juzgado eclesiástico. El segundo bloque de contenidos está relacionado con las informaciones de los testigos, tanto españoles como indios, a los que les fue leído primero el encabezado del proceso y contestaran varias preguntas sobre: qué delito cometieron Hernández y las autoridades del poblado, porqué causa se salieron las autoridades de la iglesia? Porqué no atendieron al llamado del doctrinero ? Las respuestas, además de abundar en datos, enriquecen la narración y permiten ver hacia donde se encontraban los ánimos y las lealtades hacia los bandos contendientes. También se daba cuenta de una salida de Félix Hernández hacia Durango con anterioridad, lo que da un presagio a las causas del conflicto. La tercera parte está relacionada con la fiesta de la octava del Corpus en que don Alonso desafió abiertamente el poder del cura doctrinero Marcos de Sepúlveda en el que aparece el verdadero poder que representaban los Hernández al interior de su comunidad y el desenlace inesperado con que terminó el enfrentamiento.

Un ambiente caldeado

Todo comenzó el domingo 11 de junio de 1679 en que al son de la campana se habían reunido los cofrades del Santísimo Sacramento para elegir según sus constituciones a nuevo rector, mayordomos y tenanches o catequistas, como se acostumbraba en las hermandades, además de tratar asuntos convenientes al buen gobierno de la cofradía. Entre los asistentes estaban los miembros del Cabildo de los naturales encabezados por el gobernador Pascual Villegas, los alcaldes Don Salvador Cano y Diego Alberto, el regidor Diego Juan y otros muchos cofrades tanto vecinos españoles, como indios mayores y menores de ambos sexos.

La parte correspondiente al manejo económico de la agrupación estuvo a cargo del vicario eclesiástico, quien en orden de arreglar las cuentas mandó llamar a don Ignacio de Loyola y don Luis Hernández, su hermano, ambos naturales, que en el momento no se encontraban presentes. El sacerdote dijo que ellos debían desde hacía varios años 55 pesos, 2 tomines, a la cofradía del Santo Cristo, mismos que no habían pagado a pesar de que los mayordomos les habían cobrado en tiempo de cosecha no lo habían realizado. Enseguida el doctrinero comentó que también había yerro contra la cofradía del Santísimo, ya que en la cuenta de 1674, en que fue mayordomo Félix Hernández, quedaron pendientes de asentar en el libro de cuentas 31 pesos, entre los que estaban veinte que habían pagado Baltasar de Aguilera, su mujer y su hijo.

Entre los asistentes a la reunión se encontraba el mencionado Félix Hernández, quien estaba sentado en una banca de enfrente, entre las del Cabildo. Félix reaccionó inmediatamente de una manera violenta levantándose, y a decir de Antonio de Santa Cruz Polanco, Félix en voz alta y sonriéndose, como en son de burla, dijo: "yo no se nada que Baltasar me dio dinero, sino media arroba de cera que está ahí asentada en el libro". El cura doctrinero respondió que no sabía que estuviera puesta en el libro y él, con voz cada vez más entonada, replicó, haciendo ademanes con la cabeza y mano: ¡yo si lo sé! Su merced, como todos llamaban al cura en señal de respeto, viendo como respondía sentado, le dijo: "¡pues Vinagre! ¡poneos en pie!. ¿Cómo me habláis de esa manera y de pontiagudo?; ¿Soy yo acaso un indio como vos?; Félix contestó más de una vez, con "soberbia y altivez diabólica". Ni reconviniéndole con los mismos libros, tanto por parte del cura, como de los capitanes José González, Pedro de Iturmendi y Cristóbal Ruiz de Avendaño, que estaban presentes, quiso cambiar de actitud, antes siguió en ella. Viendo el vicario que el Cabildo de los naturales no se inmutaba ante lo que pasaba y no había representantes de la Real Justicia para pedirles auxilio y considerando que se perdía el respeto, no solamente a su persona, sino también al lugar sagrado, donde se encontraba el Santísimo Sacramento y además se daba mal ejemplo a los presentes, mandó al fiscal, encargado de mantener el orden en la iglesia, que lo detuviera y amarrara. En ese momento don Luis Hernández, quien arribó tarde y era el padre de Félix, sus dos hermanos y los alcaldes se levantaron y salieron despacio de la iglesia en señal de desacuerdo con lo que pasaba, aunque el doctrinero los llamó muchas veces. Este hecho alarmó aun más al sacerdote, quien adelantaba las consecuencias en perjuicio de ambas Majestades y mandó levantar la información de lo acontecido llamando varios testigos a declarar.

Las versiones de los testigos

El primero en dar testimonio fue el mismo subdiácono Antonio Santa Cruz Polanco, quien afirmó que él asistía al cura como secretario y refirió los hechos de la siguiente manera: cuando Félix se puso de pie, el doctrinero Sepúlveda exclamó: "hijos, vosotros por ser más ladinos, no sabéis ni entendéis de cuentas. Estos señores que la están ajustando cada día saben que puede haber un yerro en ellas sin culpa ni malicia, solo por el descuido, sin advertencia de alguna partida. Esto mismo juzgo que sucedería en estas vuestras". Así las partidas de cargo y descargo que están en el libro que si no debéis constará y si lo debéis no es justo que pague la cofradía. En seguida el doctrinero Sepúlveda comenzó a leer las partidas mientras que Félix Hernández las replicaba con voz entonada y el cura lo callaba hasta que, en lengua mexicana, el indio dijo "camon lictzihuas quo aia i alhulal, nazo iebuipla, umpa, mochamehican, almo reicon, expommotzintin, ca aniquislaqui iniquicapaces, canehuatl, onitlaintequique" que en idioma castellano quiere decir: "habías de haber hecho [eso] allá en tu casa, antes de ayer, y no aquí delante de todos para que digan, estos incapaces, que lo hurté" y lo habló con mucho enojo, "bullendo" el brazo y señalando a todos los que estaban en la iglesia. En contrapartida el eclesiástico le contestó: "vos sois el incapaz, pues lo sois para todo lo bueno y solo apreciáis de capaz y ladino por ser más soberbio que Lucifer, atrevido y desvergonzado". Hernández a su vez contestó que se iría con su mujer y sus hijos y siguieron haciéndose de palabras, entonces el vicario volvió su rostro para que los españoles explicaran a Félix Hernández lo que pasaba. A pesar de que había llegado a la reunión don Alonso Hernández, padre de Félix, y uno de los indios principales del pueblo, no fue posible convencerlo hasta que nuevamente exclamó: "yo no debo nada, daré limosna a la cofradía" y el cura airado replicó que no necesitaba limosna, sino el pago de la cantidad que Hernández debía. En ese momento el indio pidió que se le ajustaran nuevamente sus cuentas, pero el cura contestó que sería peor por que había advertido "agora" que tenía cargado dos veces el flete de una harina que había llevado a Mazapil. En ese momento Santa Cruz refirió que Hernández también debía una multa por haberse ido sin permiso a Guadiana durante la Semana Santa de 1676, lo que era un dato interesante para el futuro desenlace del pleito que se verá adelante. En su asiento Hernández dijo en "Castilla" que todo eso se debía a que hubo entonces malos terceros "como agora". Fue entonces cuando el vicario dio instrucciones al fiscal que lo amarrara y Hernández contestó en mexicano: "ca, ac, mohuel" que quiere decir: "no será fácil" y el vicario contestó: "¡ac, acmohuel!", es decir, "ahora lo veréis, da ca un laso" y caminó con aceleración para atraparlo, pero Félix huyó y solamente le dejó el capote en las manos, saliendo a la calle en compañía de su hermano Tomás. Viendo el vicario que don Alonso Hernández y los alcaldes también se retiraban del lugar "paso a paso" les gritó sin lograr que regresaran: "hagamos la elección" de la cofradía, lo que sucedió enseguida sin su presencia.

Después de este testimonio que formaba parte del encabezado del proceso fueron llamados a declarar como testigos los vecinos españoles: capitán Pedro Iturmendi, Cristóbal Ruiz de Avendaño y José González Morcillo, a quienes también pareció altiva y soberbia la actitud como había procedido Félix Hernández.

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