
Juan Pablo II, el Papa viajero
Por: Redacción.
El 25 de enero de 1979 viajó a República Dominicana, en una escala que lo llevaría a la primera de sus cinco visitas pastorales por México.
El 26 de enero de ese año, el Papa aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a bordo de un avión comercial de AeroMéxico; lo primero que hizo al descender de la aeronave fue besar el suelo mexicano, en una imagen que sorprendió y conmovió al mundo.
El Pontífice fue recibido por el presidente en turno, José López Portillo, quien se dirigió a él como “distinguido visitante”, sin darle trato de jefe del Estado Vaticano, ya que México no tenía relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
López Portillo le deseó éxito en su misión de paz: “Lo dejó en manos de la jerarquía y de los fieles de su Iglesia”.
La primera visita del Papa viajero a México, para inaugurar los trabajos de la Tercera Reunión de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Puebla, duró seis días.
El Santo Padre decidió aceptar la invitación de los obispos a participar de la conferencia del episcopado y analizar in situ los problemas que habían aflorado con el tema de la teología de la liberación.
Su estancia en el País fue suficiente para que millones de personas se volcaron a las calles para ver a Juan Pablo II en varias ciudades de la República, y la población lo adoptó como suyo. Se le entregó por completo desde un principio.
Juan Pablo II feliz, se embriagó de ese mar de gente, que salió a recibirlo, y de ese cariño hasta hablar con la gente en una lengua que no era la suya, pero que él había adoptado con cariño desde su juventud adentrándose en los escritos de San Juan de la Cruz.
“Yo tenía la necesidad de venir hasta México, para conocer su fidelidad al Vicario de Jesucristo, pues desde hace mucho lo sabía, pero agradezco a Dios experimentar el fervor de vuestra devoción”
Era el comienzo de la visita de un papa que después fue llamado tercermundista, integralista, pero como aclaró su fiel secretario, ahora Cardenal Stanislaw Dziwisz, en su libro Una Vida con Karol, Juan Pablo II jamás se dejó llevar o condicionar por las críticas sino que se abandonaba a la oración y alimentándose de los evangelios sabía cuál era el camino a tomar para conducir la Iglesia. Imitaba a Cristo y buscaba ser un buen pastor de su grey. Era un hombre libre, y eso le brindaba gran tranquilidad.
Su primera misa fue oficiada en la Catedral Metropolitana de México, el 26 de enero de 1979 donde invitó a los mexicanos a buscar el rostro del Señor, a aceptar el misterio, a ser coherentes y vivir de acuerdo con lo que se cree, a ser constantes, a ser un México siempre fiel, a vivir en la Iglesia, pertenecer a la Iglesia, y a hacerlo cada día con mayor fervor e intensidad, pidiendo a la Virgen fiel, la Madre de Guadalupe, ayuda con su intercesión para contraer ese compromiso de por vida.
Ese mismo día también tuvo lugar su encuentro con el cuerpo diplomático exhortando a cada uno de sus miembros, y por medio de ellos a todos los responsables de las naciones que representaban a eliminar el miedo y la desconfianza, y a sustituirlos por la confianza mutua, por la vigilancia acogedora, y por la colaboración fraterna.
También visitó la Basílica de Guadalupe, para rendir culto a la Virgen Morena.
El Papa decidió alojarse en la entonces delegación apostólica del Vaticano en México, al sur del Distrito Federal, donde la gente hizo guardia día y noche para estar cerca del primer Pontífice en la historia de la Iglesia Católica que incluía a México en el mapa de sus periplos.
Fue tal el cariño de los mexicanos, que miles de personas y estudiantinas desfilaron día y noche afuera de las instalaciones de lo que hoy es la Nunciatura Apostólica para cantarle la canción “amigo” de Roberto Carlos.
En varias ocasiones, Juan Pablo II, alegre y sorprendido, se asomó por la ventana de su dormitorio, para pedir con una gran sonrisa, “Papa quiere dormir, dejen dormir a Papa” a lo que la gente se volcaba en aplausos y lágrimas.
La misma alegría desató su paso por la ciudad de Puebla y su visita a un hospital de Cuilapam, Oaxaca, donde su sonrisa y su bendición calmaron por un instante el sufrimiento de los niños enfermos.
En Guadalajara se repitió la misma algarabía por la presencia del Santo Padre, quien se despidió de México en Monterrey, en medio de aplausos y porras, mientras millones de personas seguían sus actividades por televisión y radio.
Otra sorpresa que se llevó el Papa a bordo del avión que lo llevaría de regreso a Roma fue ver millones de espejitos enviándole un reflejo de cariño desde territorio mexicano.