Siglo Nuevo

Soy puro mexicano

Emilio el indio Fernández

Ilustración Cristelle Le Hénaff.

Ilustración Cristelle Le Hénaff.

Fernando Ramírez Guzmán

De formación cinematográfica autodidacta y carácter de altos contrastes, Emilio el indio Fernández consolidó su prestigio como hombre de cine dignificando el género del melodrama a través del apego a una apasionada visión nacionalista de amplio aliento estético.

Einsenstein fue para mí una revelación; a él le debo el tomar conciencia de que el cine es el más espléndido de los medios de expresión. México, inquietante dualidad: un pueblo de máscaras y de total transparencia.

Emilio el indio Fernández

En 1931 una nueva versión de Santa (Antonio Moreno), adaptación de la novela de Federico Gamboa, supuso además del inicio del cine sonoro en México el banderazo de los prolegómenos de una incipiente industria fílmica nacional. Y es que a partir de 1933 se pudieron realizar poco más de 20 películas por año. En ese periodo experimental destacaron varias cintas dirigidas por Fernando de Fuentes, quien rodó el filme que se convertiría en el primer éxito comercial a nivel continental: Allá en el Rancho Grande (1936), melodrama ranchero cuya fórmula contribuyó a la consolidación de la industria del celuloide mexicano. Otra película sobresaliente fue Janitzio (Carlos Navarro, 1934), de notable belleza plástica y que marcaría los inicios de un cine indigenista. El protagonista de esta cinta fue Emilio Fernández Romo quien encarnó el papel del joven pescador Zirahuén, con experiencia como bailarín extra y actor secundario en Hollywood. En opinión de Carlos Monsiváis el personaje sacrificial que interpreta, es el antecedente de Lorenzo Rafail (sic) en María Candelaria y es el perfil hierático que anticipa una cauda de estatuas móviles y simbólicas. Gracias a Janitzio, el indio descubre la ‘estética mexicana’: la conquista de la naturaleza por la fotografía, la doma del ser humano por la tragedia (Emilio Fernández 1904-1986, García Riera, Emilio, 1987).

Nacido en el pueblo de Mineral del Hondo Coahuila el 26 de marzo de 1904, Fernández fue alimentando su propio mito al punto que hoy en día resulta una aventura establecer datos sobre su infancia y juventud, debido a las leyendas urbanas que él mismo generó y divulgó.

Aprendió el oficio del séptimo arte durante su paso por Hollywood. Fue ahí que conoció el trabajo del director de origen ruso Sergéi Einsenstein, cuya obra más celebrada, El acorazado Potemkin (1925), fue parte fundamental del cine socialista de vanguardia. En 1931 Einsenstein se aventuró a recorrer nuestro país en compañía de su cinefotógrafo de cabecera Eduard Tissé para filmar ¡Que viva México! , cinta que aunque inconclusa resultó ser de gran influencia sobre una vertiente del cine nacional. Incomparables espacios abiertos enmarcados por cielos saturados de nubes y primeros planos de rostros indígenas hieráticos y sumamente expresivos. Un estilo plástico que se puede advertir en la mejor etapa creativa del coahuilense, la de los años cuarenta.

“Después de ver ¡Que viva México!, de Sergéi Einsenstein, comprendí que realmente se podía hacer cine mexicano, con actores nuestros y también con historias nuestras. Así que después de un exilio de nueve años regresé a México, después de pagarles a los extras para que me dejaran trabajar en su lugar, en las películas de los directores que yo admiraba, después de ver cómo trabajaban esos directores. De John Ford y de John Steinbeck aprendí la manera de contar una historia. Aprendí cine viéndolo y viendo cómo lo hacían”, confesaría el indio en una entrevista.

Tras su ilustrativa estancia por la Unión Americana, Fernández retornó al país y asistió con frecuencia a la cafetería de la farmacia Regis, en la avenida Juárez del Distrito Federal, centro neurálgico de la entonces incipiente industria local del celuloide. Ubicada en la planta baja del edificio contiguo al cine y al emblemático hotel Regis, derrumbado en el terremoto de 1985, la cafetería albergaba a la clase artística e intelectual de la época. En ese lugar Emilio se dio a conocer e hizo amistades con gente del medio: Alfonso Bedoya, René Cardona, Raúl de Anda, David Silva, Pedro Armendáriz, Gabriel Figueroa y los hermanos Rodríguez, entre otros.

Por sus cualidades en el baile participó en películas como María Elena (Raphael J. Sevilla, 1936) y Las mujeres mandan (Fernando de Fuentes, 1936) e incursionó como libretista en la cinta Los muertos hablan (Gabriel Soria, 1935).

Finalmente y tras urdir durante varios años lo que a la postre sería su ópera prima, Emilio convenció al general Juan F. Azcárate para que aportara la cantidad de 100 mil pesos para rodar La isla de la pasión (1941), sobre las islas Clipperton, el abandono oficial del que fueron objeto desde el porfiriato y el litigio entre México y Francia por su posesión. Un año después filmó Soy puro mexicano (1942), inopinada ficción sobre un charro que enfrenta y vence a tres agentes del Eje en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que enamora a una espía norteamericana.

EQUIPO DE ENSUEÑO

De las reuniones bohemias del Regis se consolidó un pequeño grupo conformado por Fernández, el productor y director Raúl de Anda y el actor Pedro Armendáriz. Juntos habían participado en la comedia rural El charro negro (Raúl de Anda, 1940). La recién creada casa productora Films Mundiales que contaba entre sus filas con el escritor y argumentista Mauricio Magdaleno y el cinefotógrafo Gabriel Figueroa, contrató los servicios de Armendáriz y del indio.

Films Mundiales trabajaba en la producción de Flor silvestre (1943), cinta que marcaría el regreso a México de Dolores del Río tras 15 años de carrera en Hollywood y además sería la ópera prima de Archibaldo Burns. Éste fue relegado en beneficio de Fernando de Fuentes, quien a su vez prefirió realizar Doña Bárbara (1943) con María Félix, por lo cual el proyecto cayó en manos de Emilio.

El equipo Fernández-Figueroa-Magdaleno-Del Río-Armendáriz, complementado por el talento de la editora Gloria Shoeman y el escenógrafo Manuel Fontanals, participó en la realización de cuatro filmes poco más que estimables: Flor silvestre, María Candelaria (1943), Las abandonadas (1944) y Bugambilia (1944). En ese periodo el indio dio forma a un cine de autor articulando un estilo fílmico en el que supo poner énfasis en temas y estrategias de composición, así como en lo visual, a través de recursos técnicos y estéticos aplicados a la selección del material, los cuales proporcionaron sentido y ritmo a la narración fílmica. Todos estos elementos en beneficio de un realismo poético y nacionalista con acento en el folclor indígena.

Luego de la accidentada filmación de Bugambilia el equipo se fue desmantelando paulatinamente, no sin antes afirmar el prestigio internacional del también director de Pepita Jiménez (1945) gracias al lirismo en imágenes conseguido en La perla (1945), Enamorada (1946), Río Escondido (1947) y Maclovia (1948), estas tres últimas con la actuación de María Félix. Asimismo la que para muchos es considerada la mejor cinta dirigida por Fernández: el excepcional drama rural de Pueblerina (1948), y el que es tenido como el último resplandor del equipo, La malquerida (1949), adaptación de la pieza literaria de Jacinto Benavente.

Con Salón México (1948) y Víctimas del pecado (1950) el nativo de Mineral del Hondo abandonó los contextos rurales y recreó sórdidos ambientes de arrabal. En esta época inició una debacle creativa que compensó en algo al retomar su carrera de actor en películas como La Cucaracha (Ismael Rodríguez, 1958).

El indio fue director de 42 películas e intervino como actor en 98. De los galardones recibidos en su trayectoria como realizador destacan el Ariel de Plata a la mejor dirección por Enamorada, Pepita Jiménez, Río Escondido y Pueblito; el premio especial por mejor contribución al progreso cinematográfico en el Festival de Venecia de 1948 por La perla; el premio especial por la historia mejor narrada en imágenes en el Festival de Cannes 1953 por La red (1953); y el premio Las Perlas del Cantábrico a la mejor película en español en el Festival de San Sebastián 1962 por Pueblito. Asimismo, en 1984 recibió el Colón de Oro en Huelva, España.

Fernández murió el 6 de agosto de 1986 debido a complicaciones de una caída en la que se fracturó la clavícula.

Primera figura mexicana consagrada en el ámbito de la cinematografía mundial, su filmografía -aunque irregular- no sabe ocultar su depurado oficio ni su enardecido fervor patriótico. En la biografía El indio Fernández. Vida y mito (Panorama Editorial, México, 1986) su única hija, Adela, lo describe: El indio Fernández encarna al hombre rebelde y anticonformista... el que deja de ser temeroso para ser temido; el que guarda la ternura en el fondo y muestra gran reciedad en la apariencia... Es el macho seductor, patriarcal, infatigable en sus luchas, cuyo lema en todo es “ganar o morir”.

Correo-e: ladoscuro73@yahoo.com.mx

FILMOGRAFÍA SELECCIONADA

Flor silvestre (1943)

María Candelaria (1943)

Las abandonadas (1944)

Bugambilia (1944)

La perla (1945)

Enamorada (1946)

Río Escondido (1947)

Maclovia (1947)

Salón México (1948)

Pueblerina (1948)

La malquerida (1949)

Víctimas del pecado (1950)

La red (1953)

La rosa blanca (1953)

Una cita de amor (1956)

Pueblito (1961)

La Choca (1973)

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