
El amor y la vida entre los muertos
Llena de simbolismos y música estremecedora, Violines en el cielo presenta a Daigo Kobayashi, músico retirado que emprende un inusual camino hacia la redención adentrándose al mundo de los muertos. Pero ¿puede encontrarse el destino en una agencia funeraria?
Violines en el cielo (Okuribito, Yōjirō Takita, 2008) presenta la historia del violonchelista Daigo Kobayashi, quien tras la disolución de la orquesta a la que pertenecía en Tokio, regresa a su pueblo natal acompañado de su esposa Mika. Gracias a un anuncio en el periódico consigue empleo como asistente en el rito del nokan, donde tiene la responsabilidad de ‘facilitar el viaje’ a los difuntos. Según la tradición japonesa, el nokan consiste en lavar, vestir y maquillar los cuerpos dentro de una ceremonia íntima frente a los deudos. El objetivo es darle una despedida digna y respetuosa.
Pero Daigo enfrenta el repudio y la vergüenza propia y ajena que genera su actividad, ya que en la sociedad nipona ser nokanshi es uno de los peores trabajos. También debe aprender a soltar la carga de sus pérdidas, un violonchelo costoso que le recuerda su mediocre carrera musical y el dolor que le dejó la partida de su padre.
EN EL CAMINO AL MÁS ALLÁ
Daigo adquiere vida gracias a Masahiro Motoki, quien construye un personaje conmovedor y convincente. Es fácil identificarnos con el protagonista en la búsqueda de su destino o de un sentido que lo mantenga con vida, que lo saque de la mediocridad. Por esta actuación, Motoki recibió un premio de la Academia de Cine de Japón.
La actriz Ryôko Hirosue, conocida en Occidente por compartir créditos con Jean Reno en la película Wasabi (2001) de Luc Besson, encarna a Mika, el ejemplo de la esposa ideal que acompaña al marido en las buenas y en las malas con una sonrisa.
El tercer personaje esencial es interpretado por Tsutomu Yamazaki, quien actuó bajo las órdenes de Akira Kurosawa en Kagemusha, la sombra del guerrero (Kagemusha, 1980). En Violines... es el jefe de Daigo, Ikuei Sasaki, un hombre serio con gran respeto por los ‘que se van’ y por la vida. Él enseña a su asistente la importancia del oficio. La elegancia y delicadeza con la que trata los cuerpos es un arte. Es un placer ver las escenas sobre la ceremonia nokan que el director captó con una cámara a ras de piso.
El guión realizado por Kundô Koyama llega al corazón, y así como en ciertos momentos puede provocar lágrimas, cuenta con tomas que arrancan carcajadas, como la entrevista de trabajo de Daigo o la parte en donde éste se convierte en modelo de un video instructivo para embalsamar.
La trama es aparentemente sencilla y tiene un final un tanto predecible. Sin embargo abundan los simbolismos, como las piedras mensajeras, los baños japoneses o los peces que suben al río para morir.
SONIDOS CELESTIALES
En las cintas de Takira resalta el papel de la banda sonora. Para ello se rodea de los compositores más prestigiosos del Japón.
En Violines en el cielo la música original es de Joe Hisaishi, conocido por su participación con Hayao Miyazaki en El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) y La princesa Mononoke (Mononoke Hime, 1997), y Dolls (2002) de Takeshi Kitano.
Los sonidos clásicos de Violines en el cielo permiten el viaje al pasado del protagonista, quien revela cómo su padre lo obligaba a tocar el violonchelo una y otra vez desde que era pequeño. Así, el gusto por el instrumento se le presenta más como una forma de estar ligado a la figura paterna, que por su propia iniciativa y pasión. No obstante, tras una serie de vivencias, somos testigos del encuentro de ‘Dai’ consigo mismo. Takita logra una memorable escena donde el violonchelista, sentado en una silla en medio del campo, disfruta su interpretación.
RECONOCIMIENTO PARA EL ESPÍRITU
Yōjirō Takita plasmó un melodrama con la sencillez del cine nipón, pero con una estructura narrativa común a los filmes estadounidenses. Violines en el cielo obtuvo el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2008, venciendo a las favoritas Vals con Bashir (Vals im Bashir), animación documental de Ari Folman, y La clase (Entre les murs), obra galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, donde Laurent Cantet refleja la situación de las aulas parisinas. El triunfo de la cinta no fue una sorpresa para los especialistas en el séptimo arte, si bien algunos críticos consideraron que no llega al nivel de las otras competidoras.
Cabe resaltar que el de Violines en el cielo es el segundo Óscar que obtiene el cine japonés. En su momento, a más de uno pudo sorprender que Takita ganara este honor para su país, considerando que comenzó su carrera en el llamado ‘cine rosa’, es decir en producciones de soft porno, donde aprendió el oficio como asistente de rodaje. Estuvo a cargo de la serie Chikan Densha (1982-1985). Después incursionó en el género de acción y dirigió Ashura-jô no hitomi (2005), acerca de un guerrero que abandonó su espada para dedicarse al teatro. También ha realizado comedias y cintas del cine yakuza, vertiente que gira alrededor del crimen organizado y las mafias de Japón. A pesar de contar con 43 películas en su haber y ser reconocido en su país por hacer un cine accesible, fue con Violines en el cielo que consiguió el prestigio internacional.
SIN VIOLINES
El nombre original del filme, Okuribito, significa ‘remitentes’ o ‘el que envía’, mientras que en inglés fue bautizada Departures, ‘salidas’. Como sucede a menudo con la adaptación al español de los títulos, el título “Violines en el cielo” resultó una elección poco acertada pues a pesar de la bella imagen a la que remite, en realidad no mantiene una relación con la cinta: en ella no hay violines ni referencias al cielo.
Lo anterior pasa segundo plano gracias a que de la mano de Yōjirō Takita, la historia mínima y netamente japonesa alcanza la trascendencia humana. La muerte, la vida, el amor, la redención y la familia, que son los ejes centrales de la trama, tocan a todas las personas. Las reacciones ante la muerte nos resultan comunes, y los funerales en cualquier parte del mundo son el escenario donde brotan los sentimientos de amor, rabia, la reconciliación o el reproche. La conexión espiritual que consigue la película con el espectador convierte a Violines en el cielo en una obra entrañable.
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