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Bendito sea mi Padre Dios

LITERATURA

Bendito sea mi Padre Dios

Bendito sea mi Padre Dios

Antonio Álvarez Mesta

Bendito sea mi Padre Dios, que no permitió que mi hijo Alberto se fuera con esa mujer y abandonara a Esperanza y a sus hijos. No sé qué le pasó a mi hijo, y cómo se le fue a ocurrir algo tan tonto y tan inmoral, pero hace años se metió con una fulana a la que conoció en la maquiladora donde trabajaba como supervisor. Mi cuñada Irma, que laboraba en el departamento de contabilidad de la misma empresa, me advirtió que Alberto había caído en las redes de una mujerzuela y los había visto besuqueándose en un coche allí en el parque a donde ella acostumbraba ir a caminar por las tardes. Me informó que se llamaba Asunción y me la describió como una mugrita de mujer. También dijo que Alberto debía estar ciego porque, según ella, la mentada Asunción era una insignificancia comparada con Esperanza. Yo le agradecí la advertencia a mi cuñada y me acuerdo bien que les pedí a mis compañeras del grupo de oración que rogaran a Dios que iluminara a mi hijo. Traté de hablar con Alberto, pero apenas le mencioné lo que me dijo Irma, se puso furioso, y me exigió que no le hiciera caso a su tía.

Mi nuera Esperanza, no es por nada, pero siempre ha sido una excelente esposa. Encarna valores cristianos y es bonita, leal y hacendosa. Además de ser una señora de su casa, trabaja duro como optometrista para apoyar a Alberto en el sostenimiento del hogar. Recuerdo que mi marido -que en Gloria de Dios esté- se sentía orgullosísimo de Esperanza, y decía que nuestro hijo jamás habría podido encontrarse mejor esposa. Y aún así el atolondrado de Alberto se vino a enamorar de esa mujer.

Que yo recuerde nunca hubo algo en la conducta de Alberto que permitiera anticipar las locuras que haría. Fue siempre un muchacho muy serio, siempre metido en sus libros, que tuvo una sola novia en su vida con la que se casó apenas concluyó su carrera con las mejores calificaciones y pudo conseguir empleo. Nunca fue parrandero y cuando terminaba su turno laboral se iba de inmediato a su casa con su familia y si acaso salía, lo hacía junto con Esperanza y los niños. Ya llevaba varios años en la maquiladora cuando se enredó con esa sonsacadora mujer y empezó a llegar tarde a su casa, alegando tener mucho trabajo. Poco después se metió a estudiar un diplomado en Control de Calidad que dizque le exigieron en la empresa y por eso se ausentaba casi todo el sábado de su casa. Después nos enteraríamos que la tal Asunción también cursaba ese diplomado y siempre andaba al lado de Alberto. Varias amistades me dijeron que lo habían visto en restaurantes con una señora, y me la describieron -equivocadamente, hasta eso- como una mujer mayor. En una revista de la empresa, apareció una foto de los empleados y vi que se trataba de una mujer chata y de facciones toscas.

Yo le reclamé a mi hijo que se anduviera exhibiendo con esa mujer, y en un momento de sinceridad, que entonces tomé como cinismo, él me dijo que no podía arrancársela de su corazón. Le rogué que valorara a Esperanza y que por amor a su familia hiciera el esfuerzo de serle fiel.

La verdad no sé si fue para poner distancia con Asunción, pero Alberto poquito después se cambió de empresa. Eso de nada sirvió, porque de todos modos la relación continuó.

Aconsejé a mi nuera que rezara mucho y le dije que con el favor de Dios y de María Santísima, Alberto terminaría por recapacitar. Ella, por supuesto, estaba muy dolida y me dijo que ya no podía soportar esa situación y que por dignidad se separaría de mi hijo, con quien -me confesó- llevaba mucho tiempo sin contacto marital.

Al poquito tiempo, a Alberto le dio un infarto y de puro milagro no se murió. Estuvo internado tres semanas y la convalecencia duró dos meses. Mi nuera demostró una vez más su nobleza y se consagró a atenderlo. Dicen que no hay mal que por bien no venga, y el caso es que esa terrible experiencia fue la que evitó la separación.

Cuando Esperanza se iba a su trabajo yo cuidaba a mi convaleciente hijo y aprovechaba para hacerle notar la joya que Dios le había dado por esposa. Él conmovido reconoció la calidad humana de Esperanza. “Entonces -pregunté- por qué no terminas con Asunción”. “Porque no puedo vivir sin ella. Me hace sentir que de veras me quiere y ya me encariñé con ella y su niña, pero ten la seguridad que no seré irresponsable con la madre de mis hijos”, fue su respuesta. Batallé mucho, pero le hice prometer que no abandonaría a mi nuera.

Mi hijo llevó una doble vida durante años, lo cual es lo mismo que vivir a medias o medio vivir. Trabajaba todo el día y al final de cada jornada visitaba un par de horas a Asunción a quien apoyaba en lo que podía y después se iba con su familia. El cansancio y la culpa le fueron agriando el carácter y ya casi no hablaba con nadie. Jaime, un viejo amigo nuestro, me informó que Alberto, loco de celos, había tratado de cortar la relación, porque le avisaron que Asunción andaba de ofrecida con un subgerente de la peor calaña, pero que ella, nomás por puritito capricho se negaba a terminar con Alberto, lo asediaba y le hacía objeto de chantajes.

Tengo muy presente una tarde de domingo en que al regresar de una misa, después de años de no ir en familia, encontramos afuera de la casa de mi hijo a Asunción y a su niña que aguardaban nuestro regreso. Apenas vio a Alberto, esa mujer sin importarle la presencia de mi nuera ni la mía, se bajó de su vehículo para reclamarle airadamente por no haber ido a verla ese día. Claro que Esperanza se molestó y hubo un intercambio de palabras hirientes. Fue una escena de veras desagradable y para evitar dar más espectáculo a los vecinos, el ingenuo de mi hijo dijo que lo mejor era pasar a la casa. Yo observaba a la tal Asunción tratando de descubrir qué cualidades de ella tenían tan enamorado a Alberto, pero su dureza eclipsó todo. Como era de esperarse, en lugar de tranquilizarse las cosas, éstas subieron de tono y en medio de dolorosos dimes y diretes finalmente ella se marchó, jurando vengarse. Su presencia causó estragos pues al confirmar mi nieto sus sospechas de que su padre tenía una querida, abandonó la casa, estuvo unos días con un amigo y después -y eso sólo porque yo se lo pedí- estuvo un par de semanas en mi casa antes de decidirse a regresar a la suya, pero la imagen que tenía de su padre quedó destruida completamente. Por supuesto, los familiares de mi nuera, apenas se enteraron, amenazadores le dijeron a Alberto que no iban a dejar sola a Esperanza, que si acaso la pobre tenía un remedo de marido que no había sabido defenderla de una mujerzuela, sí tenía una familia decidida a protegerla frente a quien fuera.

Sumamente maltrecho, lleno de remordimientos, mi hijo se abstuvo de buscar a Asunción unas semanas. Leía la Biblia buscando la paz, pero no pudo sacarse a esa mujer de la mente. Consciente estaba que no debía buscarla, pero deseaba con toda el alma que ella lo llamara. Sabía que si Asunción lo llamaba, no habría ya poder humano que impidiera que se fuera con ella para siempre.

Al cabo de un mes, incapaz de resistir más la separación, Alberto fue a visitarla. Apenas llegó a su casa descubrió que el papá de la niña estaba allí. Era domingo, día en que cuando a ese irresponsable hombre se le antojaba, iba a recoger a su hija, así que no era demasiado raro encontrarlo en ese sitio, pero a Alberto sí le mortificó mucho verlo en el interior de la vivienda, ya que Asunción varias veces le había asegurado que mientras ella estuviera en ese lugar, ese tipo jamás entraría.

El tonto de mi Alberto fue sometido a un juicio humillante. Asunción delante del padre de su criatura que burlón atestiguaba el maltrato, reclamó todo lo que se le ocurrió reclamar, sin importar si fuera merecido o no. Le preguntó a mi hijo por qué había ido a buscarla y él declaró que estaba allí porque ya no era capaz de reprimir el amor que sentía y le juró que si ella deseaba, esa misma noche vivirían juntos y se casarían pronto.

Ella respondió airada: “¿Crees tú que esa promesa a estas alturas me basta?, pues fíjate que no. Exijo que delante de Esperanza jures que yo soy la única mujer que quieres en tu vida”.

Alberto teniendo presente la abnegación de Esperanza, suplicó a Asunción que le evitaran un enfrentamiento penoso. Al fin y al cabo ellos ya vivirían juntos, entonces ¿para qué someter a la madre de sus hijos a una experiencia tan humillante? Sin embargo, nada impidió ese trago amargo para la pobre Esperanza, pues Asunción fue de nuevo a la casa y teniéndome a mí y a mis dos nietos como impotentes testigos, hizo que mi desquiciado hijo le dijera a mi nuera todo lo que había exigido. Acto seguido le pidió que en ese mismo instante abandonara su casa para irse con ella. Él, movido por ese amor maldito, sin pensar acató la orden. Una vez afuera, ella lo abandonó burlona. Había triunfado. Esperanza y sus hijos fueron atrozmente humillados. Alberto se enteraría que Asunción llevaba varias semanas viviendo con su antiguo hombre y disfrutando algunos regalitos que el tipejo le había hecho, después de desentenderse por años de la manutención de su hija. Arrejuntada ya con ese sujeto, Asunción quiso burlarse de mi hijo haciéndole creer que lo quería y que se unirían de por vida tan pronto hablara con Esperanza. Así fue la venganza de esa mujer que le había jurado amor eterno.

Sin embargo de veras que no hay mal que por bien no venga pues, sufriendo lo indecible, mi hijo Alberto finalmente descubrió el tipo de mujer con el que se había liado y arrepentido se ha consagrado a darle a Esperanza y sus hijos lo que una pasión insana les robó. Por eso, yo digo: Bendito sea mi Padre Dios.

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