Siglo Nuevo

Pastillas para ser feliz

Ayuda, refugio o evasión

Para algunos pacientes requiere más valor dejar de tomar antidepresivos que animarse inicialmente a reconocer que requieren un tratamiento médico.

Para algunos pacientes requiere más valor dejar de tomar antidepresivos que animarse inicialmente a reconocer que requieren un tratamiento médico.

Dulce Ramos

Con la aparición del Prozac en los ochenta, nada volvió a ser igual. Este antidepresivo ha sido tan eficaz que, junto a otras drogas, se ha vuelto un remedio para que enfermos (y no tan enfermos) afronten el mal tiempo con mejor cara. En la búsqueda del bienestar, ¿hemos intercambiado nuestras emociones y la capacidad para superar adversidades por la dosis de ‘felicidad’ que contiene una caja de antidepresivos? ¿Los beneficios y efectividad de una píldora serán mayores al apoyo que pueda brindarnos un profesional frente a un padecimiento psicológico?

¿UN MUNDO FELIZ?

¿Hacia dónde camina un mundo con 120 millones de personas con depresión y 850 mil suicidios anuales vinculados a esa aplastante enfermedad? Es ya muy conocido que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) se estima que para 2020 la depresión será la segunda causa de incapacidad para individuos de ambos sexos y de todas las edades, así que no es casualidad que cada vez más personas caigan en dicho estado, si bien sólo un cuarto de los enfermos tiene acceso a un tratamiento efectivo.

Esta enfermedad llega a la vida por un fuerte acontecimiento o por predisposición genética. Incluso los cambios de luz entre las cuatro estaciones pueden ser un factor que incida en un desbalance de la química cerebral, sin contar, por supuesto, la personalidad. Quienes tienen esquemas mentales negativos y baja autoestima son propensos a tener una menor capacidad de enfrentarse a ciertos problemas; por ello, aunque los psiquiatras son cautelosos al expresarlo, es una realidad que los niños también sufren depresión, pues los factores del pensamiento negativo se establecen durante la niñez y la adolescencia.

Con este panorama, ¿podemos llamar depresión a cualquier estado de tristeza? En una sociedad bombardeada por imágenes de una vida perfecta, ¿nos hacemos cada vez más intolerantes a la frustración y queremos borrar de un plumazo los problemas? ¿Quién nos ha vendido la idea de que debemos tener una vida siempre feliz y exitosa?

Los especialistas creen que las cifras de pacientes con depresión en México no han aumentado considerablemente, sino que al haber mayor variedad de fármacos y estar más al alcance de la gente, hoy son más los mexicanos que consumen antidepresivos al presentar no necesariamente una depresión, sino algún otro padecimiento psicológico, por ejemplo. La Asociación Nacional de Farmacias de México (Anafarmex) estima que en los últimos cuatro años se ha incrementado entre un 12 y 15 por ciento la venta de sustancias para tratar la depresión y la ansiedad, lo que atribuye al estado de estrés y preocupación constante en que se encuentra la población, en donde las dificultades económicas se ubican como una de las principales causas.

No obstante, es precisamente ese fácil acceso a un tratamiento antidepresivo la razón por la cual los médicos rechazan que todo ‘bajón’ pueda ser calificado como depresión. El estrés, el cansancio o los episodios de tristeza no deben confundirse con un desbalance químico. Asimismo, los especialistas afirman que hay otras enfermedades que engañan, como el hipotiroidismo, pues “síntomas como la falta de ‘ganas’, mucho sueño o ánimo decaído se confunden con la depresión y en realidad lo que ocurre es una carencia de hormona tiroidea”, apunta el Psiquiatra Gerardo Anguiano.

Nuestra sociedad está bombardeada por ideas de familias felices, profesionistas exitosos y matrimonios perfectos. Como señala Anguiano, “la fantasía de que todo es bonito se vuelve un objetivo de vida”, y la búsqueda de esa satisfacción sempiterna nos ha hecho intolerantes a la frustración.

ADIÓS A FREUD

“Era la estudiante perfecta, una estrellita”, cuenta Mariana, comunicóloga de 29 años y responsable del área de prensa de una empresa de telecomunicaciones. En 2001, recuerda, todo resplandecía para ella. Buenas calificaciones, destacada en la política estudiantil, miembro de un grupo de teatro, una estable relación de pareja y un proyecto para pasar un año de intercambio en Bélgica. Sin embargo algo falló. A pesar de su excelente rendimiento académico, el único sitio para los estudios en aquél país fue otorgado a otra alumna. “Y no lo pude controlar”, cuenta con seriedad en la sala de su casa en la Ciudad de México. “Lloré por semanas, hablé con mucha gente, pero no pude cambiar nada”. La opción que aceptó resignada, fue un intercambio en Argentina. “En el plan de mi vida perfecta, lo que seguía por alcanzar era estudiar en el extranjero y me fui sin tener ganas”.

El resultado de la experiencia fue un largo periodo de soledad. “A pesar de estar en un país bonito me encerré en mí misma y no disfruté nada”. Mariana, alta, arreglada, de facciones finas y un largo cabello castaño, se refugió en la comida y subió 20 kilos en un año. Al regresar a su ciudad natal para las fiestas decembrinas, el llanto y la sensación de haber perdido un lapso su vida, no cesaba. “La frustración de no recuperarme me ponía irritable, así que comencé a pelear con mi novio, hasta que terminamos”. Y ese fue el punto de inflexión. La chica que antes era una estudiante brillante comenzó a faltar a clases, a alejarse de sus amigos. Abandonó el grupo de teatro y dejó de arreglarse, hasta el punto de no reconocerse.

“Platiqué con mi mamá y le hablé sobre la posibilidad de ver a un psiquiatra o a un psicólogo, pero se sacó de onda”, dice, y después de una pausa se sincera. “La verdad a mí también me pareció que un psiquiatra era un exceso”. En pleno siglo XXI se dejó llevar por los prejuicios y decidió darle la espalda a la Psicología y a la Psiquiatría. Adiós a Freud y bienvenida la farmacología. Así, el consenso familiar fue visitar a un neurólogo que diagnosticó neurosis depresiva. El remedio: 10 miligramos de Lexapro (escitalopram, un inhibidor selectivo de la serotonina) por la mañana y 1.5 gramos de Lexotan (bromazepam, para combatir la ansiedad y la tensión) por la noche.

“Me sentí mucho mejor”, acepta. “Incluso mis amigos me empezaron a decir que volvían a ver en mí a la persona de antes, pero no fui disciplinada en el tratamiento y a los tres meses lo dejé”. Como era de esperarse, la depresión volvió a llegar no sólo una sino dos veces, cada vez más aguda. A la fecha su balance arroja casi una década de padecer una enfermedad mal atendida, todo por recurrir a lo que creyó más rápido y efectivo. “Ahora que lo pienso no sé por qué no me apegué a un psicólogo y a un psiquiatra”, relata. En su último episodio depresivo, Mariana decidió llevar a acabo lo que debió hacer desde un principio: pedir ayuda profesional. Ahora visita semanalmente a una psicóloga, y tiene una cita mensual con un psiquiatra.

“Se me va casi la mitad de mi sueldo en terapias, consultas y medicamentos”, lamenta, pero ha comenzado a sentir un alivio real y más integral. La psicóloga le ha enseñado a lidiar con frustraciones y a cambiar patrones de pensamiento, mientras que con el psiquiatra ha entendido que sus emociones están enfermas, así que la culpa por sentirse triste durante tanto tiempo, poco a poco remite. Y si bien acepta que no está feliz todo el tiempo, ha aprendido que las dificultades de la vida “nunca se van a acabar y lo importante es saber enfrentarlas”.

LEE. Lee más en la edición impresa de hoy.

El Siglo de Torreón. El Siglo de Todos / Siglo Nuevo. Cada Página un Mundo

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Para algunos pacientes requiere más valor dejar de tomar antidepresivos que animarse inicialmente a reconocer que requieren un tratamiento médico.

Clasificados

ID: 578547

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx