Le dijo el señor a su mujer: “Debo hacerte una confesión: estoy viendo a un siquiatra”. “No te preocupes responde la señora-. Yo estoy viendo a un mecánico, un piloto aviador, un ingeniero, un futbolista y un profesor de inglés”... Le cuenta una gallinita a otra: “En la oscuridad de la noche un gallo que no es de este corral entró en el gallinero, y me hizo el amor”. Pregunta la otra: “¿Cuál gallo sería?”. Responde la gallinita: “Estoy segura de que fue el colorado. Conozco perfectamente sus pisadas”... Las tardes son más frescas que las mañanas, suelen decir los galanes calamocanos para justificar sus travesuras. Don Antanio, caballero senescente, visitó en su casa a Himenia Camafría, madura señorita soltera, y tuvo el atrevimiento de pedirle un beso. Atrevimiento digo, porque besos y abrazos no causan embarazos, pero son primeros pasos. Se ruborizó la señorita Himenia al escuchar esa demanda. Sin embargo ella también quería ver a qué sabía un beso de varón, de modo que le dijo a don Antanio: “Juguemos a las escondidas, amigo mío. Yo me ocultaré, y usted me buscará. Si me encuentra, le daré el beso que me pide. Si no me encuentra, estoy atrás de las cortinas de la sala”... “No es por presumir, pero soy de Saltillo”. Así respondía don Artemio de Valle Arizpe, ilustre cronista que fue de la Ciudad de México, cuando le preguntaban dónde había nacido. Igual respondo yo, copión incorregible que estoy a punto de sacar a luz una obra inédita llamada “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”. Al proclamar mi origen saltillero no caigo en presunción o vano alarde.Me limito a citar un dato cierto que consta en acta del Registro Civil. Cada viejito alaba su bordoncito, afirma un dicho; y todos, seamos de donde seamos, hacemos con ufanía igual y semejante amor el encomio del solar donde nacimos, y donde -si afortunados somos- naceremos a esa nueva vida que se llama muerte. Ahora mi ciudad atraviesa por su mejor momento. El Gobernador Moreira la ha llenado de obras viales; de museos y sitios de cultura; y ha creado un ambiente propicio a la inversión privada que no sólo ha atraído empresas grandes, sino también negocios medianos y pequeños. Este domingo que pasó vivió Saltillo un feliz día. El alcalde, Jericó Abramo Masso, tuvo la buena idea de convocar a los saltillenses a un paseo familiar. La principal avenida citadina fue cerrada a la circulación de vehículos, y en vez de automóviles hubo en ella más de 10 mil personas que caminaron tranquilamente, o con sus hijos anduvieron en bicicletas o patines; o llevaron a sus mascotas; y gozaron el clima bonancible de Saltillo y su radiante cielo; y jugaron a saltar la cuerda, o al ajedrez; y vieron títeres que me recordaron a los que en mi niñez miré; y comieron sencillas viandas, como en un día de campo. Fue ésta una alegre convivencia de vecinos, al estilo de las verbenas de antes, en las que se disfrutaba con alegría y paz el sentimiento de lo comunitario. En todas partes se debería hacer algo parecido, especialmente en estos días, cuando el agobio de los males que sufrimos parece arrebatarnos el gozo de vivir. Las ciudades no están hechas de piedras muertas, sino de corazones vivos (linda frase). Ese domingo los saltillenses vivieron plenamente el amor a su ciudad... La Pilarica, muchacha en flor de vida, casó con don Isidro, un hombre setentón. La noche de las bodas, ya ambos en la cama, ella apagó la luz. Pensó que por la edad provecta de su esposo no habría nada de nada. Algo la molestó, no obstante, y dijo al añoso desposado: “Por favor, don Isidro, quite usted su brazo de donde lo tiene. La dureza del codo me molesta”. Algo apenado contestó don Isidro: “No es el codo”. Jubilosa, exclamó entonces la Pilarica: “¡Chilo!”... FIN.