
Cuidado con la complacencia
La palabra complacencia viene del latín y está relacionada a estar a gusto con uno mismo, satisfecho, contento. Esta postura de business as usual (todo sigue igual) genera un agradable confort y el lema es: “No hagan olas; quietos todos amigos, somos una familia feliz”.
La complacencia es uno de los llamados pecados del éxito como la arrogancia, la suficiencia, la petulancia o el engreimiento, pero es quizá el más letal porque es cuando la pasión ya se apagó. No es lo mismo cometer un error en el camino por querer ser más o tener más, a no querer ni siquiera intentarlo.
La gente que está en esta posición usualmente siente que tiene derecho a estar bien, a gozar de los frutos de su trabajo o talento, y opta por relajarse, entra en una zona de confort. Se le olvida que la vida no es justa, ni se mortifica por darle a cada quien lo que merece; se le olvida la solidaridad, se le olvida que otros tienen necesidades, se encierra en su mundo y espera que nada suceda que altere su estatus. Pero las incomodidades, los sacrificios e incluso las tragedias le ocurren a buenos y malos, a trabajadores y flojos; los triunfos igual.
La competencia en el mercado es de preferencias, competencias, configuración, habilidades, satisfacción, propuestas de valor, dinero. La búsqueda de la mejora constante entre empresas rara vez se rige por la justicia. Pero la búsqueda por ser mejor persona y alcanzar un pleno desarrollo humano tampoco termina, siempre estamos en un ‘ya, pero todavía no’, es decir, ya somos personas pero no lo somos plenamente, estamos en camino a, ya somos profesionistas pero todavía no lo somos plenamente, ya somos padres pero estamos en aprendizaje constante.
No podemos ponernos a descansar porque la vida no descansa. El mercado cambia, la competencia arremete, el entorno nos rodea y el cambio necesariamente produce una tensión. Es duro aceptar que se vive inmerso en la ambigüedad, la ambivalencia, la ansiedad; pero es justamente en este tironeo, en los pesos y contrapesos, donde se construye, se evoluciona y se crece.
Pues resulta siempre que cuando tienes la respuesta de algo, las preguntas cambian; una vez que acertamos en el mercado, éste modifica sus preferencias; una vez que le ganamos a un competidor, llega otro. Si se trata de disminuir el paso que a veces acompaña a la edad, entonces debemos que crear innovaciones en nuestro estilo de vida, adaptarnos a las nuevas circunstancias, aprovechar la experiencia ganada pero al mismo tiempo estar dispuestos a cambiar.
Pero no se trata de irnos al extremo y asegurar que ‘sólo los paranoicos sobreviven’, referido a un estado de ansiedad permanente. Esto nos llevaría, con el tiempo, a vivir en la ansiedad o vivir en la depresión.
No obstante, cuando nos dejamos caer y dejamos de luchar, la entropía nos come, nos derrumba, nos deteriora con esa actitud de ‘ya no importa’. Así una persona se aísla en su éxito -e incluso en su fracaso- y sus actividades se convierten en rutinas, deja de cuestionarse su existencia, de buscar oportunidades, de autoimponerse retos e incluso pierde el sentido de su vida. El verdadero drama personal es cuando dejamos de escuchar nuestra propia voz interior que nos insta a movernos ‘más alto, más arriba’.
Ya lo dice el sabio: “Si no vas a algún lado, entonces vas para abajo; si no construyes, te destruyes; si vives en la reacción, te niegas a la creación; si no exploras y descubres, te ensimismas y te pierdes”.
Una persona complaciente no quiere a la innovación. Aunque lo diga y lo prometa, sabotea inconscientemente las iniciativas porque causan revuelo, rompen con el sentimiento dulce y calientito del confort. Aferrarse a la complacencia mata al espíritu de aventura, conquista y cambio.
Habrá que tener cuidado con la complacencia, buscar retos que nos inspiren de nuevo; un nuevo sueño que agrande el anhelo y más y mejores propósitos que enciendan la pasión.
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