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Niños huicholes, explotados en campos de cultivo

El Universal

En medio de la pobreza padres huicholes permiten que sus niños, se enfrenten a mayor explotación y peor pago que los de ellos.

Para los huicholes de esta región del municipio de Mezquital, en el Sur de Durango, hay un tema tabú: evitan hablar de la necesidad que tienen de “vender” la mano de obra infantil, la de sus hijos, en los campos de “la costa”.

Cada año, familias enteras de esta etnia emprenden el éxodo para ir a trabajar a los campos agrícolas de estados, como Nayarit, Sinaloa y Sonora. Sin otra opción para mejorar la economía familiar, irremediablemente los padres permiten que sus niños, que cubren jornadas de hasta 12 horas diarias, se enfrenten a mayor explotación y peor pago que los de ellos.

En marzo pasado, en el campo San Roberto de Hermosillo, Sonora, se prohibió llevar a los menores a la pizca, esto no evitó que las niñas huicholas, Flor, Mónica y Zulema, de 4, 3 y un año de edad, respectivamente, acompañaran a sus padres Eusebio Benítez y Uriana de la Cruz para ayudarles a trabajar en los cultivos de uva en ese estado.

Cuando las niñas se escondían entre los viñedos, donde ayudaban a sus padres a ralear -eliminar los frutos malos- la uva, fueron descubiertas por los mayordomos.

El riesgo de ser sorprendidos trabajando en la pizca con los hijos, implica desde un regaño de los capataces hasta ser expulsados del campo y con ello perder los 150 pesos que reciben por la jornada diaria, que inician a las seis de la mañana y concluyen a las seis de la tarde.

Aunque este sueldo no lo reciben completo, como aseguraron Uriana y Eusebio, pues les descuentan la comida y el hospedaje durante el mes y medio que dura el contrato. Así, al final, cada uno sólo se queda con 75 pesos diarios. Eso les sirve para sobrevivir en sus comunidades entre cosecha y cosecha.

Trabajo infantil mal pagado

Ana Cecilia tiene ocho años de edad y desde hace dos años viaja con su padre Higinio López Rodríguez a Nayarit, para ayudarle en la sarta de hojas de tabaco que se realiza en los campos donde se cultivan las plantas.

Aprendió pronto el trabajo y en jornadas de sol a sol logra, en promedio, unas cinco sartas, por las que su papá recibe siete pesos por cada una.

Ana Cecilia no sólo ha laborado en los campos de tabaco, también aprendió a recolectar nueces cuando su padre fue a trabajar a las huertas de nogal del municipio de Durango, en su propio estado. Ahí les pagan a 1.30 pesos por kilogramo del fruto recolectado.

Con tan escasa paga, Ana Cecilia y sus hermanos Israel, de 12 años y Édgar, de nueve, han tenido que unirse y juntar entre los tres entre 50 y 70 kilos de nuez, lo que equivale a un jornal en la comunidad de Gabino Santillán, en Durango, y con ello completar los ingresos que necesita su padre para mantener a su madre y a los ocho hijos del matrimonio.

Tiendas de raya

Higinio López, de 29 años, y Martha de la Cruz, de 30 años, cada año migran a las costas del Pacífico desde que nació su hijo mayor, ahora de 12 años de edad.

Para ello, caminan dos horas hasta San Juan Peyotan, Nayarit, donde encuentra la carretera hacia Santiago Ixcuintla en espera de que alguien les dé “un aventón” y, ocho o nueve horas más tarde, llegan a las zonas agrícolas nayaritas.

Su recorrido en busca de trabajo se prolonga hacia Sinaloa y Sonora, para la recolección de tomate y hortalizas. Luego, de regreso a su tierra, pasan por los campos agrícolas de Durango.

Higinio dice que la paga en la costa es de 150 pesos diarios, de los cuales gasta 30 de comida.

Si necesita otros alimentos, los dueños de los campos, también son propietarios de las tiendas del lugar, les fían y se lo descuentan del sueldo.

Además, para vivir en los albergues existentes en los campos tabacaleros de Nayarit, los jornaleros deberán pagar un peso por cada miembro de la familia, aunque no siempre tienen la “suerte” de tener un techo y a veces hay que quedarse a dormir bajo una enramada en el campo o a orillas de las parcelas.

“Todo depende de los patrones”, explicó Higinio López, tras indicar que entre diciembre y enero él y su familia estarán en Las Pilas, para regresar a la costa en junio. Luego, de agosto a noviembre, llegarán a las huertas de Durango para la recolección de la nuez.

Paraje solitario

Brasiles, una comunidad que carece de todos los servicio básicos, aunque opera una escuela primaria, está enclavada en la Sierra Madre Occidental. Casi nadie va para allá.

Sus pobladores sólo cuentan con un camión de pasajeros que dos veces a la semana, si no es tiempo de lluvias, realiza un recorrido de 16 horas hasta la ciudad de Durango, la capital del estado.

En Brasiles, una de las seis comunidades que junto a Las Pilas integran la región huichola de Durango, no hay en qué trabajar y las artesanías en chaquira o los vestidos bordados que elabora Uriana, una huichola de 21 años de edad, no hay quien los compre.

Por eso, como lo han hecho durante décadas sus pobladores, la familia de Uriana prefiere “ir a la costa”, como mencionan aquí los pobladores al referirse al viaje que cada año emprenden para ir a laborar a los campos de cultivo de Nayarit, más próximos a su comunidad que a la cabecera municipal del Mezquital.

“Los que no tenemos aquí animales o trabajo, nos vamos a la costa a buscarle la vida”, dijo Higinio originario de Las Pilas. Según Higinio, cada año la mitad de la gente que habita esta región huichola se va a la costa con sus familias a trabajar.

Una infancia dedicada a ayudar a su familia

A los seis años de edad, Antonio Aguilar Rodríguez conoció los campos tabacaleros, pero por su edad sólo podía hacer mandados. Dos años más tarde, uno de los patrones lo vio en un cafetal y consideró que ya tenía cuerpo y capacidad para ayudar en la siembra del café y, más tarde, en su recolección.

Ahora, huichol de 27 años de edad, Antonio es maestro trilingüe -habla español, tepehuan y huichol- y dice que su estatura lo marcó pues es demasiado alto para la media de su etnia. Esto le permitió que ganara “cinco mil pesos” por jornada cuando tenía ocho años de edad.

“Ahora serían cinco pesos, porque bajó la moneda, pero en ese entonces era así de miles. A los grandes les pagaban 25 mil por día y a mi cinco mil, pero era feliz porque en otros campos todo lo que hacíamos se lo pagan junto al jefe de familia”, relató.

“Sólo en la piña y en el café sí me pagaban a mí directo”, añadió. Empero, luego contiene su euforia, baja la mirada y dice nostálgico: “Así es la vida. La gente se tiene que ir porque no hay oportunidades de trabajo”.

Tras breves segundos de silencio, este hombre vuelve al recuerdo de su niñez y dice que siempre fue más alto y más fuerte que Lucas, su hermano mayor. Eso le sirvió para que le permitieran ayudar a su padre en la sarta del tabaco.

Antonio fue jornalero agrícola hasta los 15 años y desde hace tres meses se convirtió en maestro de primaria. Dijo que no le fue fácil estudiar.

“Entré en la escuela a los siete años, pero nos íbamos a la costa unas semanas antes de que empezara la escuela y otras veces antes de que se terminara”.

Este huichol, de al menos 1.70 metros de estatura, posee una piel de tono más bronceada que la mayoría de los “guirras”, como prefieren los hicholes que les llamen. La mayoría de los miembros de esta etnia tiene la piel morena ceniza y “son chaparritos”, en promedio miden 1.55 metros de estatura.

“Toño”, como le llaman los mestizos, no utiliza el traje huichol como lo hacen todos los hombres de Bancos de Calitique, la comunidad más importante de las seis que integran la zona huichola del estado de Durango. Las otras comunidades son: Fortines, Las Pilas, Brasiles, El Potrero y Puerto Guamuchil.

Sin embargo, dijo estar unido a su pueblo por el espíritu migrante que tienen para subsistir.

Según Antonio, aquí, como en todas las comunidades huicholas, los niños de 12 años ya son grandes y se los llevan a trabajar al campo porque “ya aguantan...”.

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