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Más Allá de las Palabras / ANÉCDOTAS DEL PADRE TRAMPITAS

Jacobo Zarzar Gidi

(Tercera parte)

Teníamos en la isla a un preso que le decíamos “El Chasís”. Así le pusieron porque daba la impresión de no tener cuerpo humano. Haga usted de cuenta que era dos tablones, uno por delante y otro por detrás. Eran las diez de la noche. “El Chasís” vivía a 18 kilómetros del lugar donde se reunían los presos para ver cada semana una función de cine. Al terminar la película, se subió “El Chasís” a una troca grande, junto con más de 30 hombres que se dirigían a la misma colonia para descansar. Iban todos apiñados, y en una de las curvas falló la dirección de la troca, se cayeron al abismo. Fueron muchos los heridos. Cuando acudí a la enfermería, me encontré al “Chasís” en una mesa de operaciones esperando su turno para que lo atendieran de una fractura. Tenía la pierna completamente quebrada, y estaba goteando sangre. Me acerqué y le dije: “Chasís ¿cómo te encuentras?”. “Mal”. “Oye, ¿quieres confesarte?”. “No es para tanto, no es para tanto”. “Padre, usted ve que se lo está llevando a uno la tiznada y allí viene usted con la confesadera... no quiero, no quiero. Deje que me lleve el diablo”. “Mira Chasís, no te hagas el valiente, desde las diez de la noche estás goteando sangre y son las dos de la mañana y sigues igual, si se te acaba la sangre, te vas”. “Y a usted ¿qué tiznados le importa?, lárguese”. “No, si el que se va a largar eres tú. Yo aquí me quedo”. “Que no quiero, no quiero”. Y me decía: “lárguese de aquí”, pero, con unas palabrotas... Yo no me retiré, solamente di un cuarto de vuelta y me dirigí a la Virgen de Guadalupe, porque ella es mi brazo derecho, me quiere mucho. Y le dije: “Madrecita mía, alcánzame de Dios que esta alma se convierta, te ofrezco las oraciones de muchas almas consagradas que ruegan por mis presos. A mí. Madre Santísima, cóbrame lo que quieras: castigos, enfermedades, humillaciones, lo que sea, pero, alcánzame lo que te pido de Dios”. Mire, no duré un minuto haciendo esa clase de oración, cuando me dice: “Padre Trampitas, padre, perdóneme lo que le dije hace rato”. “Sí -le contesté”. “Pero, perdóneme más, porque ya me siento muy cerca de la muerte”. “¿Quieres confesarte?”. “Dígame cómo, porque nunca lo he hecho”. Comenzamos, pero él lloraba y yo lloraba, él lloraba y yo lloraba. De pronto llegó la gracia de Dios. Me acuerdo que le pregunté: “Oye, ¿qué sabes rezar para darte la penitencia?”. “Padre, nunca he rezado en toda mi vida”. Fue entonces cuando pronunció una frase que me llegó al alma: “Padre, nunca he abierto mis labios para bendecir a Dios y sí para maldecirlo. Bendito sea Dios, bendito sea Dios”. Miren, yo me gozaba al ver una boca de 48 años de edad bendiciendo por primera vez a Dios, oiga, ¡vale la pena sufrir, se da uno por bien pagado al ser testigo de esos derroches, de esas cataratas de misericordia! Entonces le dije: “Mira, ofrece tu vida a Dios, que ya va a terminar”. “Sí, como no” -me contestó. Le expliqué lo que era el Santísimo Sacramento, se lo traje y recibió la Eucaristía. “Ahora sí, listo, eh?, cuando llegues al cielo le dices a Nuestro Señor que me conceda morir aquí en las Islas Marías, que mi cuerpo se quede aquí”. “Sí Padre, pero hágame un favor”. “Mire padre, usted bien sabe que mañana cumplo mi sentencia, y pensaba salir en el barco que llega pasado mañana (porque entonces la nave arribaba cada mes, ahora es cada ocho días). Pensaba salir en ese barco, pero no creo que lo alcanzaré. Por telegrama sé que mi santa madrecita me está esperando en Mazatlán junto con mi hermanita que dejé yo chiquita. Hace veinte años que no veo a mi mamacita, padre. Dígale que antes de morir, mi último pensamiento y mi último suspiro fueron por ella y para ella”. Se quedó un rato callado. “También dígale padre que antes de morir”, y miré, hacía un gran esfuerzo para hablar. “Hice mi Primera Comunión, y que muero en gracia de Dios; y ya que Dios no me concedió verla en este mundo, la espero en el cielo...”. De pronto, se fue, se quedó hasta con la boca medio abierta. Oiga, ¡ésos son Dimas que se ganan la Vida Eterna, son los verdaderos ladrones del cielo! Yo quisiera que hubiese algún sacerdote que fuera a las Islas Marías a entrenarse, que me reemplazase, pero van, y a los dos o tres meses me dicen: “Trampas, yo no sé cómo te aguantas tú, yo ya me voy...”. Claro, en el templo que tengo no recojo limosnas, ni cobro por bautizos, ni por confirmaciones, ni por matrimonios, ni por nada, soy el Vicario Episcopal de allá, pero no cobro un solo centavo por mis servicios sacerdotales. Ya me faltan únicamente dos para ajustar mil bautizos desde el año que llegué a las Islas Marías. El otro día estaba yo pensando en lo avanzado que se encuentra mi vida, cuando de pronto se me acerca uno que lo apodan “El Cerillo”, porque tiene la cabeza colorada. Me dijo: “Oiga ¿qué está pensando padre Trampitas?”. Estoy pensando que ya para la edad que tengo, (el mes de junio cumpliré 80 años), no he podido conseguir un sacerdote que venga a vivir con ustedes, que los quiera como yo, que viva con ustedes, que coma lo mismo que ustedes... para poder morir tranquilo”. Y me va diciendo “El Cerillo” (para que vean la fe de esos hombres): “Umm Tatita, me admira que siendo liebre no sepas correr el llano. Tú nos has dicho que Cristo nos ama con un amor infinito, ¿verdad?”. “Claro, eso les he enseñado”. “Entonces, ¿cómo tiznados nos va a dejar solos? Yo te aseguro, Tatita, que ya Dios tiene preparado un padrecito por ahí, que cuando tú salgas de este mundo, él vendrá con nosotros, y lo peor de todo es que el ‘carbón’ ni siquiera sabe que lo van a mandar pa’ca”. CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.

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