Durango

Hijo mío, soy policía… no volverás a verme

La mayoría de las muertes de los policías ha sido con armas de fuego y de una cantidad de importante de balazos.

La mayoría de las muertes de los policías ha sido con armas de fuego y de una cantidad de importante de balazos.

Ingratitud

Por vocación de servicio y a cambio de un humilde salario entregan su vida para proteger a personas que ni conocen; algunos los tachan de lo peor.

Durango.- Cuando asesinan a un policía, ya sea del ámbito estatal, federal o municipal, la sociedad rumora que fue a consecuencia de estar inmiscuido con delincuentes; sin embargo, hay agentes honestos y con vocación de servicio que han sido asesinados realmente en el cumplimiento de su deber, policías que entregaron su vida para salvaguardar a la sociedad duranguense y que dejaron a una madre, una esposa y a unos hijos desamparados.

Familiares de policías occisos han señalado que la vida les ha cambiado por completo desde la pérdida de sus seres queridos, “es cierto, nos otorgan un seguro de vida y una pensión, pero no saben cuánto tiempo después, además todos se va en terapias y psicólogos para los niños, hay que multiplicarse para tratar de hacerles la vida normal, y uno nunca puede superar el trauma”.

Trágica historia. Un policía todos los días se despide de su familia sin saber si la volverá a ver; su profesión es de constante riesgo pero su vocación de servir a la comunidad es más grande que su temor, siendo esto un aliciente para dejar su honestidad y entrega como herencia a sus hijos.

Hace más de 25 años un policía, con la preocupación de saber si volvería a ver a su hijo, le escribió una carta que decía: “Sí, hijo mío, soy policía… mi trabajo es modesto y tú lo sabes, apenas nos alcanza para vivir pero dentro de su modestia tiene muchas satisfacciones”.

En la carta, aquel hombre señalaba el coraje de sentirse señalado por la sociedad como de lo peor, “somos los malos de una sociedad que tanto nos necesita y tan mal nos paga, pero créeme, hijo, da gusto servir a los demás y nos sentimos importantes cuando salvamos una vida o protegemos a un inocente. Nuestra profesión es ingrata: todos no arrojan ofensas e insultos cuando cumplimos con nuestro deber; todos quisieran que la ley se cumpliera sólo para los demás y no para ellos”.

La incertidumbre. La sensación de no volver a ver a su hijo lo llevó a recalcar que su trabajo es servir a la sociedad, “la gente nos humilla cuando nos ofrece una dádiva para que no cumplamos con nuestro deber y si lo aceptamos nos dicen deshonestos”.

“Tú sabes, hijo mío, que cuando salgo de la casa no sé si volveré a verte porque nuestro trabajo es de riesgo constante y en donde va la vida de por medio; así es, a veces tenemos que morir defendiendo la vida y la propiedad ajena mientras tú me esperas inútilmente para darme el beso con que a diario me das la bienvenida y entonces, hijo…, me duele decirlo pero ya no volverás a verme, porque habré entregado mi vida por un ingrata sociedad que tanto nos exige y nada nos da y ni siquiera es capaz de pedir que nos retribuyan con un sueldo o prestación decorosa para que tú y todos los hijos de los policías puedan estudiar una carrera que les ayude a servir orgullosamente a los demás como lo hago yo…”

“Si a veces no te veo es porque en este ingrato pero emocionante trabajo no tenemos horario, pues bien es cierto que trabajamos 12 horas pero en ocasiones por una necesidad del servicio nos doblamos en horarios”.

El compromiso. Aquel policía mostró en su carta los sentimientos más profundos hacia su hijo: “Lo siento, hijo, nosotros nunca decimos que no cuando sabemos que otros nos necesitan para su seguridad, porque es cierto que cuando la sociedad descansa o duerme nosotros estamos de pie y vigilando…”.

“Quisiera poder estar a tu lado velando tus sueños, mirándote crecer, sonriendo conmigo pero me conformo con verte de vez en cuando; de todas maneras siempre estoy contigo, pensando en ti, porque nunca te olvido; ahora estudio para ser mejor policía y eso también me impide verte más tiempo… Perdóname, hijo, me gusta ser policía y lucho con mis compañeros para que tú y otros niños, jóvenes y adultos se puedan desarrollar con seguridad, llegar a la escuela libres de sobresaltos y miedos, para eso estoy aquí, por eso soy policía, no importa que todos nos ataquen y la gente nos acuse de golpear o matar”.

La herencia. Un policía, como lo dice en la carta que hasta la fecha se sigue leyendo en cada homenaje póstumo que brindan a los caídos en el cumplimiento de su deber, sólo puede dejar como herencia su honestidad, orgullo y dignidad. “Si supieras, hijo mío, con qué clase de gente nos enfrentamos diariamente: drogadictos, borrachos, asesinos e influyentes, todos ellos irrespetuosos y agresivos, y nosotros tenemos que tratarlos como gente decente, esto nos lastima y nos humilla, que no sepan y que no se den cuenta de que también somos seres humanos, y que nos duelen los insultos y las agresiones”.

“Demonios, que crean que estamos obligados a aguantar todo porque somos los policías olvidados de Dios.

Hijo mío, quiero que comprendas y que sepas que por ser policía no puedo atenderte como mereces y darte lo que necesitas; sólo puedo dejarte como herencia: mi honor, mi orgullo y mi dignidad de hombre. Recibe un abrazo con mucho cariño… Tu padre”.

Datos

Origen. La disputa por el territorio duranguense por parte del crimen organizado es uno de los factores de la violencia.

Antecedentes. Desde hace dos años se agudizaron los embates de la delincuencia en contra de los agentes policiacos en la entidad.

Estadísticas. En los últimos 18 meses han sido 35 los agentes de diferentes corporaciones víctimas de la delincuencia.

Incidencia. Agentes de la Procuraduría General de Justicia son la mayoría de las víctimas del crimen especializado.

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