“Diosito”, fue la última palabra que se dijo en la cabina del jet en que viajaba el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, al desplomarse sobre la Ciudad de México. Las dijo el copiloto Álvaro Sánchez, mientras se escuchaban gritos de desesperación en la cabina, cuando ya era imposible recuperar el control del avión que entró en una “turbulencia de estela”.
Los pilotos la sintieron segundos antes. “Órale la turbulencia de éste”, se escucha decir al piloto Martín de Jesús Oliva sobre el avión que iba adelante. “Ay güey”, respondió Sánchez. La grabación fue recuperada de la “caja negra” del avión.
La turbulencia, según la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), se debió a la “estela” dejada por un Boeing 767 de Mexicana que iba adelante, con un peso casi 20 veces mayor al del LearJet de la Secretaría de Gobernación.
La SCT señaló que la turbulencia fue agravada por la impericia del piloto para controlar el avión, lo que causó su desplome. Mouriño y otras ocho personas en el avión murieron, así como cinco más en tierra.
La SCT dio a conocer ayer detalles del avionazo ocurrido en la colonia Lomas de Chapultepec el pasado 4 de noviembre, y apuntan a que se debió a un accidente y no a sabotaje o atentado.
El titular de SCT, Luis Téllez, reveló el análisis de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte de Estados Unidos de la “caja negra” del avión, que contiene las grabaciones de la conversación de los pilotos en la cabina. También se mostró el video tomado por la cámara de seguridad de un edificio cercano.
La grabación de viva voz no fue revelada, de acuerdo con reglas internacionales. Pero la SCT mostró fragmentos de los últimos segundos del vuelo, que empezó en San Luis Potosí y duró 42 minutos antes de estrellarse, a las 18:44 del 4 de noviembre.
De acuerdo con la investigación, los pilotos recibieron la orden de bajar la velocidad a 180 nudos (330 km. por hora) al aproximarse al aeropuerto capitalino. Sin embargo, los pilotos bajaron la velocidad hasta un minuto después de recibir la orden, acercándose al 767 que iba adelante.
El LearJet se acercó a 4.15 millas náuticas (8 kilómetros) del Boeing, cuando las reglas de separación indican que ésta debe ser de al menos 5 millas náuticas.
Además, investigadores encontraron “presuntas deficiencias en el proceso de certificación y operación por parte del piloto y copiloto” para volar el LearJet, por lo que no había familiaridad con los instrumentos. También revelaron que los pilotos no tenían buena orientación pues confundieron puntos geográficos.
La nave era comandada por el piloto de menos experiencia, Martín de Jesús Oliva, de 39 años. Llevaba de copiloto a Álvaro Sánchez, de 58 años y con más experiencia, quien monitoreaba a Oliva. Cuando la turbulencia arreció, Oliva le pasó el control a Sánchez.
“Álvaro ¿qué hacemos?”, gritó Oliva. La aeronave cambió su rumbo a la derecha, giró sobre su eje. “Déjamelo, déjamelo, déjamelo”, respondió Sánchez, pero ya no pudo recuperar el control.
El avión se desplomó con un ángulo pronunciado de 46 grados. Entre los últimos sonidos que se escuchan es el de la alarma de proximidad contra el terreno. “Terrain, terrain (terreno)”, se escucha en la voz automatizada. “Diosito”, dijo Sánchez, y siguió el silencio.