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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Una gallinita decía hablando del gallo de su corral: “Es muy apasionado: después de estar con él siempre pongo los huevos revueltos”. (He aquí un sabroso dicho mexicano: “¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!”)... Un niñito judío, Abrahamcito, fue con su familia a una pequeña ciudad del sur, y sus padres tuvieron que inscribirlo en una escuela católica. Todos los días el pequeñín llegaba a su casa lloroso y acongojado: no podía contestar las preguntas de religión que le hacían las monjas. Su madre, mujer inteligente y avispada, le dijo: “Te escribiré las respuestas en el faldón de la camisa. Cuando te pregunten algo lo único que tendrás que hacer será mirar disimuladamente bajo tu cinturón, y darás con la respuesta”. Al día siguiente la monja le preguntó al pequeño: “¿Cómo se llamaba la Virgen?”. El niño se revisa abajo y dice: “María”. “Muy bien -dice la religiosa-. Y ¿cómo se llamaba el esposo de María?”. Busca abajo Abrahamcito y contesta: “José”. “Perfecto -dice la monja-. Ahora dime: ¿cómo se llamaba el hijo de María y José?”. Vuelve a mirar abajo el muchachillo y responde: “Calvin Klein”. (La respuesta no es correcta. Ese nombre era el de la marca de su calzoncito)... Doña Panoplia, señora de la alta sociedad, asistió a la ópera. Le dice el caballero que la había invitado: “La soprano tiene un repertorio muy grande”. Confirma doña Panoplia. “Sí; ahorita que se dio vuelta se lo vi”... Mientras en México la criminalidad nos hace pedazos -y en sentido más que figurado, según se vio en la terrible tragedia de Morelia-, no advertimos que en los Estados Unidos vaya a la cárcel ninguno de los traficantes que controlan el ingreso y distribución de drogas en ese país, el mayor consumidor de estupefacientes en el mundo. Debe haber allá grandes zares de la droga, pero ni sus nombres son conocidos ni se sabe de acción alguna contra ellos. Se antoja injusto que el gobierno norteamericano exija a México y otros países de América Latina que luchen contra ese grave mal mientras allá el uso de todo tipo de drogas se vuelve práctica común por la que nadie es perseguido o encarcelado, aparte de pequeños delincuentes callejeros. Poco podrá hacer un país como México en la lucha contra el narcotráfico en tanto exista esa gran fuente de consumo, que al parecer funciona sin estorbos... Decía el joven Pulserio, muchacho pálido y exangüe: “Perdí mi inocencia en el asiento trasero de un coche. Y la experiencia habría sido más interesante si hubiera yo estado acompañado”... Dulcilí, muchacha sin ciencia de la vida, iba a salir por primera vez con Libidiano, hombre que tenía fama de lascivo, concupiscente y lúbrico. La madre de la cándida doncella temía por la virtud de su hija, de modo que la aleccionó cumplidamente acerca de los hombres. Le dijo que todos son iguales, y que todos quieren lo mismo. (Se engañaba. Hay quienes se conforman con el tema. Otros, en cambio, gustan de las variaciones. Y el amor erótico tiene más variaciones que las que escribió Rachmaninov sobre un tema de Corelli (La folia, 1931). Para concluir sus amonestaciones la mamá de Dulcilí le dijo a su ingenua hija a modo de sonoroso colofón: “¡Si ese hombre se te trepa me moriré de pena!”. Esa noche Dulcilí volvió muy contenta. Una sonrisa de triunfo le iluminaba el rostro. Le dijo a la expectante señora: “¡Yo me le trepé primero a Libidiano, mami! Pensé: si alguna madre ha de morir ¡qué sea la suya!”... (¡Qué barbaridad! ¡Se refociló el tal Libidiano en decúbito supino! O, para decirlo en términos populares, “de caballito”. ¡Bellacón!)... FIN.

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