Plegaria nocturna de un servidor: “Dios, si me muero siendo bueno (o razonablemente bueno) no te pido la vida eterna, sólo te suplico que me hagas reencarnar en Batman”. Y es que es para hincarse díganme si no: Bruno Díaz es guapo, millonario, filántropo, rodeado de lujos y además, en una cueva, tiene su batimóvil y su traje de batalla para desgreñar malosos. Plus, es taciturno, sofisticado (al menos en las últimas versiones) y tiene un mayordomo que le trapea la casa. Hombre, pero parece que diseñaron a Batman pensando en mí, digo, viendo quien soy y poniendo exactamente lo opuesto. Y es que uno anda en el mundo de la lonja y las deudas. Pero Batman, oígame qué chulada de vida, aparte de bueno pa’los trompos es detectivesco, usa su lógica tanto como su fuerza. Yo crecí con el Batman de hace cuarenta años, el de Adam West, que era un fantástico, incluso bailaba el bati twist. Su auto, su chalán (el Robin), aquella lancha de batimóvil sesentero, el teléfono rojo del comisionado y el bati descifrador de sopa de letras son verdaderas gemas del humor voluntario e involuntario, sin duda, la mejor miniserie jamás realizada. Luego, ya en los ochenta, vinieron los dos Batman de Tim Burton, opresivos, obscuros. Un Michael Keaton impecable en el papel protagónico, Jack Nicholson como Guasón y en la segunda parte una avasalladora Michelle Pfeiffer como Gatúbela. A estas joyas les siguieron dos secuelas pésimas dirigidas por Joel Schumacher. Ahora, las versiones de Christopher Nolan, rescatan la esencia obscura del personaje y resultan decentes. La primera parte con Liam Neeson (que no tiene falla jamás) como malo y esta segunda que, aunque es larga como la cuaresma, deja algunas secuencias bastante prendidas y un Guasón memorable (Heath Ledger, prematuramente muerto). No es poca cosa hablar de Batman. La Universidad de California imparte la cátedra “Batman como mito americano” que analiza todas las influencias y las herramientas literarias y narrativas que lo consolidan como uno de los más interesantes personajes de ficción actuales. La realidad siempre se filtra en las obras aparentemente fantasiosas, es a través de los súper héroes y los villanos donde se subliman los miedos, temores y esperanzas de la gente.
Por eso Batman, el héroe taciturno, cobra vigencia. La imagen actual de Batman es la de un solitario peleando contra terroristas y mafiosos, en una ciudad caótica, con un cuerpo policial rebasado por el crimen. Por estas cualidades Batman podría combatir pandillas en la capital o narco sicarios en el norte del país. Ojalá existiera un Batman para atemorizar a quienes no atemorizan. Por eso es tan atractivo dentro de su descabellado planteamiento. Sí, soy fan de Batman, admiro sus matices y sobre todo, a sus villanos. Batman ha tenido la suerte de contar con malos muy malos, entre los cuales el Guasón es el rey. Ante la melancolía y la seriedad de Batman (el huérfano ávido de venganza) se opone un payaso asesino, impredecible y que en esta última película se siente sólido en su planteamiento: frente a la razón de Batman, incluso frente a lo lógica de los mafiosos, el Guasón opone el caos, la destrucción sin propósito, el vacío de valores, la ausencia de sentimientos. El guasón ataca las estructuras desde adentro, deteriora las mentes, en resumen, es una fuerza desbocada que rebasa sin duda al propio Batman. Las analogías con la vida real son evidentes: razón vs destrucción, propósito vs caos. Quienes piensan que la vida tiene un sentido, correrán del lado de Batman. Quienes ven en la existencia un puro azar, se dejarán seducir por el Guasón. Yo por lo pronto, me inclino (por escaso margen) por Batman, me gustan los gorros con orejas y poner cara de serio a la menor provocación. Salusita pues por Batman.
PARPADEO FINAL
Distintas tribulaciones en esta vida mía dedicada a combatir el crimen han impedido que esta columna se publique en jueves. Esperemos que ya no se me atasque el batimóvil y pueda hacer mis entregas a tiempo y como Dios manda. Saludos y hasta la próxima.