
FOTO 1 El muy conocido anuncio que da la bienvenida a quienes llegan a Las Vegas, y que es el símbolo de la ciudad.
Un amigo mío, que acaba de regresar de Las Vegas, me cuenta lo siguiente: “Abunda allí tanto el dinero, que los favorecidos por la ruleta, el black jack, etc., dan propinas de cien dólares a los talladores, de veinte a las guapas meseras, y de cinco a los boleros.
Es el paraíso de los cazadores de viudas o de divorciados ricos. El refugio de los hombres de negocios que no pueden parrandear a gusto en sus propios rumbos, porque todos los conocen.
Basta con que el cliente se queje de su mala suerte, o gruña, para que se arrojen a la basura flamantes juegos de cartas, y se abra un nuevo paquete. Las Vegas es el único lugar en el mundo donde el lucrar domina a todos los deseos, incluyendo en el que está usted pensando.
En Las Vegas hay espectáculos nudistas desde el mediodía hasta el amanecer del día siguiente... Los empresarios se jactan de que con el dinero que tienen pueden traer al artista internacional que quieran a la hora que gusten, pero les gusta más que sus clientes estén más interesados en el rodar de los dados que de las canciones de Celine Dion o del espectáculo del Cirque de Soleil... En realidad, los turistas están atrapados más que en nada en tres cosas: El juego, donde las máquinas tragaperras ocupan el primer lugar (llamadas también “asaltantes de un solo brazo”) porque tienen una palanca que se jala para jugar, y que casi nunca da dinero, pero sí lo quita; los espectáculos, tanto en hoteles como en sus centros nocturnos; y la vida y el ambiente tan espectacular de la propia ciudad.
Hay más atractivos: Las pequeñas capillas donde se puede uno casar en media hora; los tragos gratis en casinos; la comida casi regalada que hay; la visita a los fantásticos hoteles, que rebasan la imaginación y el lujo. Entre los más espectaculares, el Bellagio, el Luxor, el Veneziano, el Flamingo, el MGM, aunque el mejor, al menos para mi amigo, y también para mí, es el París.
Es un hotel sorprendente: En la fachada tiene una réplica exacta de la Torre Eiffel, y en el interior una larga calle que lo transporta a uno al corazón de París, con sus bistros, música parisina tocada por un acordeón, panaderías con baguettes, muchachas que venden flores. En el cielo, se ve el avance de la noche, y cómo el cielo se cubre de estrellas, y las luces de las típicas farolas parisinas se encienden. Una maravilla.
Hay otros negocios que florecen, como las casas cuidadoras de niños, (La “Alicia en el País de la Maravillas” está abierta hasta las tres de la mañana, para que las mamás también jueguen), los salones de masajes y baños sauna, los broteles establecidos en las afueras, y dentro de la ciudad, y los cientos de agencias que anuncian a muchachas y a jóvenes como acompañantes “para conocer todos los encantos de la ciudad”.
Existe un servicio para snobs que, por diez dólares, hace vocear el nombre de quien lo contrata por todos los lobys del hotel. El letrero del hotel Aladino, uno de los doce principales de Las Vegas, costó tres millones de dólares. El de “The Dunes” más de seis, pero se ve a 15 kilómetros de distancia.
La mayoría de las muchachas que trabajan en los casinos están usando ahora, como atuendo nocturno, esos grandes vestidos-camisones holgados que les dan aspecto de estar en un estado avanzado de maternidad. Muchas no usan sostén.
En Las Vegas, a la que llaman La Ciudad del Pecado, no se duerme nunca y siempre, a cualquier hora, hay gente ambiciosa jugando en las maquinitas tragaperras, alentada por su dulce tintineo, y esperando ver caer una cascada de monedas, que casi nunca llega.