
Silvia Pinal y Norma Lazareno han aprendido a admirarse mutuamente. (El Universal)
Una uña rota y una nariz inflamada han sido accidentes que Silvia Pinal ha sufrido durante las 100 representaciones de Adorables Enemigas. Pero son detalles mínimos en comparación con la satisfacción de actuar con teatro lleno.
Mejor aún, ya preparan la gira por el interior de la República, que comenzará en agosto y se alternará con las funciones en la Ciudad de México. De lunes a miércoles harán funciones en provincia y los fines de semana seguirán en el Diego Rivera, teatro en el que se presentan actualmente.
La obra cuenta la anécdota de dos divas en decadencia. Pinal hace a María Glenn, que toda su vida interpretó personajes descarados y sensuales mientras que Adriana Roel interpreta a Dolores Monroe, mujer romántica y dulzona. Son enemigas declaradas y un día se tienen que reunir para evaluar la posibilidad de hacer una obra de teatro juntas que les permita recuperar viejas glorias. Hay un momento en que la reunión se transforma en una lucha campal con almohadazos.
Durante la función 100, Adriana Roel accidentalmente alcanzó a golpear la mano de Pinal rompiéndole una uña. “¡Ay! ya me rompiste una uña!” exclamó.
No ha sido el único incidente. El personaje de Roel también lo alterna Norma Lazareno, quien contó que hace 15 días, en dicha batalla le aventó una almohada que le atinó a la cara: “Casi le achato la nariz, pensé que me corrían”, contó Lazareno.
La placa por las 100 representaciones fue develada por Daniela Romo y Julio Alemán, aunque en realidad la celebración se adelantó una semana ya que apenas van 94 funciones.
Independientemente de la exactitud matemática, desde el día del estreno hasta la fecha, Pinal y Roel han conseguido una mejor empatía con sus personajes lo que provoca un mejor desarrollo de la obra.
María Glenn se nota cada vez más descarada y ofensiva contra Dolores Monroe, quien resulta cada vez más irritante con su carácter de mosquita muerta y su voz de caramelo.
Ellas dicen que atrás del escenario han aprendido a admirarse mutuamente. Y seguramente que eso mismo les ha permitido que una vez en el escenario, sus personajes se pierdan el respeto con mayor hilaridad. Ese es el secreto del humor del autor James Kirkwood.