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A 30 años del asesinato de Juan Pablo I

La Secretaría de Estado decía que el Papa había fallecido por un “infarto”, pero la autopsia reveló que murió por la ingestión de un fuerte vasodilatador. (El Universal)

La Secretaría de Estado decía que el Papa había fallecido por un “infarto”, pero la autopsia reveló que murió por la ingestión de un fuerte vasodilatador. (El Universal)

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Una investigación revela los hechos de corrupción detrás de su muerte y desmiente la versión oficial.

Al poco tiempo de que falleciera Albino Luciani, el 28 de septiembre de 1978, comenzaron a correr diversas versiones de que el Papa había muerto asesinado y no de muerte natural, como sostenía la versión oficial.

No fue sino hasta el año 2000 cuando se alzó la primera voz fundamentada. El sacerdote español Jesús López Sáez, responsable de la Comisión de Pastoral de los Adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis de España, publicó el libro “El día de la cuenta”, en el que documentó cómo altos funcionarios vaticanos afiliados a la masonería asesinaron al Papa Juan Pablo I con relación a hechos de corrupción que se estaban dando entre el banco de El Vaticano —conocido como Instituto para las Obras Religiosas (IOR)— y el Banco Ambrosiano de Milán: www.comayala.es/Libros/ddc.

La investigación está basada en testimonios de primera mano. Entre los más elocuentes, el del doctor Da Ros, médico personal de Luciani, afirmando que el Papa estaba en perfectas condiciones de salud, no enfermo de corazón, y que él no le recetó nada telefónicamente aquella tarde del 27 de septiembre. El comunicado de la Secretaría de Estado decía que el Papa Luciani había fallecido por un “infarto agudo de miocardio”. Pero, en realidad, la autopsia reveló que el Papa murió por la ingestión de un fuerte vasodilatador.

Pero ¿qué sabía Albino Luciani que resultaba tan incómodo para ese grupo?

En 1972, siendo Patriarca de Venecia, había enfrentado ásperamente al obispo Marcinkus porque este último había vendido la Banca Católica del Véneto al católico Banco Ambrosiano de Milán presidido por Roberto Calvi, el “banquero de la mafia”. Cuando Luciani fue a El Vaticano para preguntar por qué, el cardenal Benelli le contestó que Marcinkus, Calvi y Michele Sindona ejecutaban operaciones para beneficio financiero de El Vaticano. La reacción de Luciani fue preguntarle: “¿Y qué tiene que ver todo eso con la Iglesia de los pobres? ¡En el nombre de Dios!”. El cardenal Benelli lo interrumpió y le dijo: “No Albino, no en nombre de Dios, en nombre de las ganancias”.

Pero algo más grave. El 12 de septiembre de 1978 (dos semanas antes del homicidio de Juan Pablo I) el periodista Mino Pecorelli publicó la lista de miembros adheridos a la logia masónica Propaganda Dos (P2), comandada por Licio Gelli. En la lista aparecían altos funcionarios, generales, parlamentarios, oficiales de la Policía y de los Servicios Secretos, jueces, propietarios de periódicos, ejecutivos de televisión, financieros y, por supuesto, los banqueros Michele Sindona y Roberto Calvi. Además, aparecían 121 eclesiásticos entre los cuales estaban Bea, Casaroli, Villot, Bugnini, Lienart, Suenens, Dadaglio, Pappalardo, Baggio, Marcinkus y decenas de otros obispos.

Al día siguiente de leer el artículo, Juan Pablo I le dijo al secretario de Estado Jean Villot: “Las cabezas del IOR tienen que ser sustituidas, yo he padecido como obispo amarguras y ofensas por hechos vinculados al dinero, no quiero que esto se repita. Debemos plantarnos con valentía ante las perversas acciones de la masonería”.

Licio Gelli fue detenido a los pocos días de publicada la lista. En venganza, Pecorelli fue asesinado el 21 de marzo de 1979. El 17 de junio de ese año Roberto Calvi fue asesinado en Londres y al día siguiente su cuerpo apareció colgado bajo el puente de Los Hermanos Negros. En marzo de 1986 Michele Sindona murió en la cárcel, envenenado con cianuro en su café.

En 1987, la Fiscalía de Roma ordenó la detención de Paul Marcinkus, pero el Papa Juan Pablo II se negó a entregarlo. Marcinkus había canalizado más de 50 millones de dólares del IOR hacia el sindicato católico en Polonia, algo que Juan Pablo II siempre agradeció enormemente.

Cuando los cateos, en los archivos del Ambrosiano se encontraron cartas de patrocinio firmadas por Marcinkus, en nombre del IOR, respaldando las operaciones de Calvi, y El Vaticano se vio obligado a asumir el pago a los acreedores del banco. Para salvar la quiebra del Ambrosiano, Calvi recurrió al Opus Dei, el cual compró 16% de las acciones del banco por 240 millones de dólares a cambio de posteriores privilegios dentro de la Iglesia.

Marcinkus permaneció encerrado tras las murallas vaticanas hasta que la orden de detención fue revocada por el Tribunal Supremo. Juan Pablo II finalmente lo cesó del IOR en 1989. Murió en Estados Unidos en febrero de 2006 por una crisis cardiaca.

En justicia, a 30 años de su homicidio, debemos rechazar la idea de un Papa débil, enfermo, incapaz, a quien el peso de la curia le ocasionó un infarto. No, no fue la curia, sino algunos que, dentro de ella, vieron amenazados sus intereses.

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