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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

El corazón tiene sus razones que la razón no conoce

En una de sus obras, NIETZSCHE escribió: “La exigencia de ser amado es la máxima arrogancia”. Toda persona arrogante padece en buen grado de los vicios del orgullo y de la soberbia. Todo orgulloso padece de un exceso de estimación propia que en muchas ocasiones la disimulan, por dedicarse a causas nobles, pues hay orgullosos y soberbios cuyas actividades son decentes y nobles. El orgullo y la soberbia no necesariamente atentan contra la moral, sino que es un vicio del carácter y la personalidad.

Y la soberbia consiste en el mismo orgullo, sólo que de una manera más acentuado, pues el soberbio no solamente estima sus cualidades de manera excesiva, sino que además, lo invade un apetito desordenado de ser preferido a otras personas, pues siente un menosprecio por los demás.

Decía SAN AGUSTÍN, que “La soberbia no es grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado parece grande, pero está enfermo”. Es muy humano y normal desear que alguna o algunas personas nos amen, pero exigirles que sientan amor, revela de nuestra parte una actitud y un sentimiento enfermizo. Y es enfermizo, porque no se queda nuestra pretensión en un deseo normal de ser queridos, sino que se convierte en una Exigencia, no dándose cuenta el arrogante, que la persona siente amor por otra, sin mayores explicaciones y que resulta absolutamente imposible amar a otro por un acto de la inteligencia, por obligación, Exigencia o miedo. Aquí se aplica el pensamiento del filósofo y matemático francés BLAS PASCAL: “El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”.

Toda Exigencia implica de nuestra parte, una pretensión arbitraria y desmedida. Podemos y debemos exigir nuestros derechos, pero exigir amor de ciertas personas es simplemente una locura. Por ello, el que es amado y le nacen celos, es muy fácil que pierda el amor de la persona que ama, pues los celos que pasan de lo normal, implican una violación a las libertades y a los afectos que naturalmente le nacen al que ama.

Lo común, en un gran filántropo o benefactor, en un político exitoso o en celebridades internacionales, es que sean respetados y estimados, pero no amados en el sentido estricto del término. De hecho, jamás podremos conseguir el amor de ciertas personas cuando las beneficiemos con la intención de que nos amen, ya que esas personas se percatarán de que estamos tratando de comprar su amor. Exigir que nuestros hijos nos amen es un disparate, pues nos amarán u odiarán, en la medida que su corazón se los dicte. El amor jamás podrá nacer del miedo, de la obligación, de la gratitud, o de la irracional Exigencia. Más bien, esas locas pretensiones impiden el nacimiento del amor o bien, lo matan.

Es normal que pretendamos ser estimados, respetados, considerados, reconocidos, etcétera. De hecho, estas pretensiones son propias de ambiciones nobles y por lo general revelan nobleza del alma. Pero exigir amor, descubre fibras rotas de nuestra alma y una arrogancia ya convertida en soberbia, pues jamás podremos robarnos el corazón del prójimo por la fuerza, por más cualidades morales y físicas que tengamos. De hecho, lo común es que seamos amados por nuestros defectos y debilidades y por algunos rasgos de nuestro cuerpo y de nuestro carácter que le agraden a otros.

Probablemente, amar a otros es el camino más eficaz para llegar a ser amados y si no, pensemos en una sentencia que existe en todo el mundo: “Amor con amor se paga”.

CRITILO nos dice, que cuando padecemos de la Exigencia de pretender ser amados, nuestro carácter presentan las fisuras que ha causado la soberbia, siendo imposible que podamos ser felices. Mucha razón tuvo el evangelista SAN LUCAS, al haber escrito: “El hombre feliz ignora si es amado” cuando descubramos en nosotros, que estamos exigiendo el amor de alguna persona, pensemos de inmediato que esa Exigencia hará imposible que esa persona nos ame, pues mientras más se lo exijamos, más lo irritaremos, hasta lograr que sienta odio o desprecio por nosotros.

Toda Exigencia nuestra de ser amados, es igual a lo que sucede con nuestra propia sombra: que al tratar de alcanzarla, siempre se aleja de nosotros. Agradeceré sus comentarios: [email protected]

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