Tiempos aquéllos señor don Simón, cuando las instituciones eran algo más que botines políticos u oportunidades para los amigos. Tiempos aquéllos cuando Pellicer acompañaba a Vasconcelos a repartir libritos verdes a las barriadas, considerando que el mexicano tenía capacidad intelectual para asimilar las obras clásicas mundiales, tiempos aquéllos en que los maestros tenían vocación para enseñar y los alumnos salían de sus escuelas con el aprendizaje necesario para enfrentarse a la vida y que por lo menos tenían las nociones básicas de la cultura general. Los tiempos aquéllos parecen idos porque la sociedad que surge ahora es una incapacitada para desarrollar intereses estéticos o intelectuales, realizar investigaciones o superar la obra de arte en todos los campos; es más, creo que ni siquiera se le concede capacidad para entender temas que en otros tiempos eran entendidos a nivel secundaria. Todos los exámenes que se nos realizan a nivel nacional salimos tronados; y a pesar de salir tronados se pone en los puestos no a las personas capacitadas para resolver problemas, sino a personas que se imponen por amistad, compadrazgo o alianzas políticas.
En las escuelas y universidades ya no se trata de obtener una cultura general que a la mayoría de la juventud les aburre. Se trata de conseguir un papel con el que supuestamente se obtendrá un mejor trabajo. (Ahora hay que preguntarle al papel sobre los conocimientos). Los títulos, si mucho, sólo representan las nociones mínimas e indispensables para realizar una especialización; eso nada más. Ya no existe la vocación, porque según dicen, la vocación no da de comer. Hay que sobrevivir y se hace destruyendo lo que la civilización nos ha heredado. Ahora ni siquiera utilizamos bien el lenguaje; ya no digo en la primaria, los mismos profesionistas. La ortografía se aprende leyendo, no con reglas. (Todos los verdaderos conocimientos se aprenden con la lectura. Si las universidades no dejan un hábito de lectura, no dejan nada). Por lo general a la gente no le gusta leer. El analfabetismo es práctico. Por medio de la oralidad se obtienen nociones que se toman como verdaderas sin comprobar y el fraude de los chamanes, los que leen el futuro o hacen pases mágicos está en su apogeo.
Pero la charlatanería no sólo se multiplica con el horóscopo y las pócimas de amor. La charlatanería la tenemos a todos los niveles. Nos inunda el espacio político, la televisión el radio, los noticieros. Todo el mundo dice cosas ya que prometer no empobrece; la que sale empobrecida es la realidad, porque a medida que pasa el tiempo es más difícil desarrollar la civilización como antes se desarrollaba.
Los que no leen piensan que con sólo querer hacer un puente en el nudo mixteco es como el génesis, Dios dice hágase la luz y la luz se hizo; pero ahora resulta que ese puente no se pudo hacer porque está en el cono de aterrizaje de los aviones y hay que mover la pista, pero mover la pista sale más caro, entonces supóngase usted que hubo una buena intención y haga de cuenta que hay puente sin haber puente. (Y así todos los otros puentes prometidos). Esto es charlatanería, no tan costosa como las de demoler un distribuidor vial recién construido (como nos sobra la lana). Todos estos garrafales errores que se hacen públicos, aparte de producirlos la falta de ética, los produce la falta de cultura y de educación, y resulta un chiste como aquel político que le prometía a Fresnillo ser un futuro puerto pesquero.
Hasta en la política hay que estudiar, cerciorarse de las cosas antes de decir, tener un mínimo de conocimientos generales para tomar decisiones y no seguir viviendo situaciones como las arriba mencionadas. (Esto es más bochornoso que si un presidente sabe o no cómo se llama Borges).
Educación y cultura no pueden quedar en manos del idiota de la familia. (Sigo sin encontrar la obra de Sartre que lleva este nombre y que habla sobre Flaubert). Lo primero que hay qué hacer es contratar personas capacitadas para realizar las funciones requeridas. Si en los tiempos de Pericles, aquellos tiempos señor don Simón, se pusieron las bases de la cultura de Occidente (y por eso se le llama el siglo de Pericles) que no podamos hoy salir del atolladero, que los medios de comunicación sólo sirvan para transmitir amarillismo, porque eso es lo que deja (como la droga y la prostitución dejan, a eso que se dedique la familia), que los adelantos modernos no signifiquen un desarrollo integral y social son cosas que nos deberían de hacer pensar. No se les vaya a atorar Mozart por tocarlo en Radio Torreón.