Una garrida moza campesina llamada Eglogia ardía en pasión carnal por un joven zagal de nombre Bucolino. En muchos y variados modos le había dado a ver su deseo de yogar con él, pero el pastor era un agreste pasmarote y no advertía aquellas inequívocas señales. Cierto día... Aquí abro un paréntesis de tipo filológico para hablar del adjetivo "mormado". Es un mexicanismo equivalente a "amormado", vocablo que describe la condición del animal afectado de muermo, enfermedad cuyo síntoma principal es un flujo nasal que priva del sentido del olfato. Hecha esa explicación prosigo con el cuento. Cierto día Eglogia invitó a Bucolino a hacer un paseo por el campo. Con femenina habilidad lo llevó por la vereda que conducía a un umbrío y soledoso bosque. Ahí le preguntó: "Dime, Bucolino: ¿cómo sabe el toro que la vaca está dispuesta a recibirlo?". "Por el olor" -respondió el mocetón. "Y dime -volvió a preguntar Eglogia-: ¿cómo sabe el caballo que la yegua está esperando al semental?". "Por el olor, también" -contestó Bucolino. "Y los venados -preguntó otra vez Eglogia- ¿cómo saben que ha llegado el tiempo de cubrir a las venadas?". "Igual, por el olor -repitió Bucolino-. Todos los animales machos saben por el olfato que la hembra los espera". "¿Y tú qué? -inquiere Eglogia entonces con tono de impaciencia-. ¿Estás mormado?"... Hay sistemas tributarios estilo Robin Hood: sacan de los ricos para dar a los pobres. A primera mirada la cosa parece no estar mal: es ciertamente justo que quienes tienen más tributen más. El error consiste en no extender la base de tributación. Todos los ciudadanos, independientemente de su fortuna o condición, deben pagar el costo de vivir en sociedad. En México el sistema tributario podría describirse gráficamente con el dibujo de una pirámide invertida cuyo vértice estaría representado por el escaso número de contribuyentes sobre los cuales pesa la enorme masa de quienes, pudiendo hacerlo, nada aportan al bien de la comunidad. Se habla, por ejemplo, de "la economía informal". Será informal, pero es economía, y debe quedar integrada en los esquemas de recaudación. Que paguen más quienes más tienen, sí, pero que todos paguen algo... Una vez pronunciada esta última frase, merecedora de ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero, el autor procederá a narrar otros lenes chascarrillos... Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la feria ganadera con su hijo, pues quería comprar una vaca. Fue de una en una, y a todas les iba palpando las ubres. "¿Por qué haces eso?" -le preguntó el muchacho. Respondió el granjero: "Debo cerciorarme de que están buenas y sanas antes de comprar una". El muchacho quedó muy pensativo. "¿Qué te pasa?" -le dice don Poseidón. "Padre -responde el chico, preocupado-. Creo que el vecino quiere comprar a mi mamá"... El marido le preguntó a su esposa: "Si me muriera mañana ¿volverías a casarte?". "No sé -contesta ella-. Posiblemente sí". "Y ¿dormirías con el hombre?" -pregunta el esposo. "Seguramente -replica la señora-. Después de todo sería mi marido". Inquiere el señor con voz trémula: "¿Lo dejarías usar mi ropa?". "Eso no -dice ella-. Es más alto que tú; no le queda"... Adonisio, guapo joven, se internó en el hospital para una operación de cirugía menor. Al día siguiente fue a visitarlo un amigo. El visitante se sorprendió al ver un desfile interminable de enfermeras que iban -supuestamente- a revisar al recién operado. Llegaban, levantaban la sábana, veían lo que tenían que ver y luego se iban. Pregunta el amigo: "¿Por qué llegan tantas enfermeras?". Responde Adonisio: "Vine a hacerme la circuncisión, y se enteraron de que necesité 30 puntadas"... FIN.