¡Qué bella foto la de Felipe Calderón, su esposa la señora Margarita y sus hijos con el Papa! Es el retrato de una familia mexicana a la que el encumbramiento en la política no ha hecho perder sus raíces, su sencillez ni su íntima verdad. Las comparaciones son ¡oh, diosas!, pero aun a riesgo de caer en alguna impropiedad no puede uno menos que comparar la conducta de esta entrañable pareja con la que antes habitó en Los Pinos. Recordemos aquella malhadada fotografía que mostró a los anteriores residentes de la casa presidencial besándose provocadoramente -si bien ya no provocativamente- ante la sede de San Pedro, y comparémosla con este otro retrato que ofrece a la vista, a más de sencillez, decoro y dignidad. No cabe duda: en lo relativo a los ocupantes de Los Pinos las cosas han cambiado, y han cambiado para bien. Más aún: para mucho mejor... Hamponito, el hijo del narco de la esquina, le dice a don Hamponio, su papá: "Quiero una metralleta". "De ninguna manera -responde el severo genitor-. Tienes 10 años de edad. En nuestra familia nadie usa metralletas sino hasta cumplir los 12". "Quiero una metralleta" -repite Hamponito. "Te digo que no la puedes tener -vuelve a decir el padre-. Deberás esperar dos años más". "Quiero una metralleta" -insiste el muchachillo con insistencia de moscón. Entonces don Hamponio estalla. "¡Bueno! -le grita con enojo a su temoso hijo-. ¿Quién manda aquí? ¿Tú o yo?". "Tú -masculla de mala gana Hamponito-. ¡Pero si tuviera una metralleta...!"... Astatrasio Garrajarra entró en su casa a las 3 de la mañana. "¡Borracho sinvergüenza! -rebufa su mujer hecha una furia-. ¡Mira nomás a qué horas vienes llegando!". "¿Quién te dice que vengo llegando? -replica el temulento-. Vine por la guitarra, y ya me voy"... El empresario de pompas fúnebres de un pequeño pueblo envió a su hijo a la ciudad a fin de que aprendiera todo lo relativo al ramo practicando en la reconocida funeraria de don Necróforo Zacateca, el sepulturero de mayor fama y tradición en esa parte del país. Seis meses permaneció el muchacho como aprendiz del célebre maestro. Al terminar el pupilaje regresó a su casa. "¿Qué? -le pregunta su papá-. ¿Aprendiste mucho con mi amigo Zacateca?". "Bastante -responde el estudiante-. Don Necróforo tiene mucha categoría. Todo lo hace con mucha categoría, mucha clase". "Ponme un ejemplo" -pide el padre. "Bueno -empieza a relatar el muchacho-. El primer día que estuve con don Necróforo recibió una llamada del Hotel Ele, el de más categoría en la ciudad. El gerente le dijo que un hombre y una mujer habían muerto en su habitación, y le pidió que se hiciera cargo de los cuerpos". "¡Qué compromiso! -exclama el papá del muchacho-. Y ¿qué hizo don Necróforo?". "Se puso un elegante frac -cuenta el recién llegado-; tomó su fino bastón con puño de oro y me hizo que lo llevara en la limusina de la funeraria hasta el hotel. Llegamos, y le pidió al gerente la llave maestra de los cuartos. Entramos en la habitación de la pareja. Efectivamente: ahí estaban el hombre y la mujer, tendidos en la cama, de espaldas y desnudos". "¡Qué compromiso! -vuelve a exclamar el papá, cuyo catálogo de exclamaciones era más bien corto-. Y ¿qué sucedió?". "No lo vas a creer -responde el chico-. El hombre que ahí yacía mostraba una erección bien visible. En esas circunstancias era imposible sacarlo de ahí, pues aun envuelto en la sábana aquel levantamiento se habría notado". "¡Qué compromiso! -volvió a decir el señor-. Y ante esa delicada situación ¿qué hizo mi amigo don Necróforo?". "No perdió la calma -contesta el joven aprendiz-. Tomó su fino bastón con puño de oro y le dio un gran golpe al cuerpo en esa parte para bajarle la tumefacción". "¡Qué compromiso! -se maravilló el padre-. Digo: ¡Qué admirable! Y ¿qué sucedió luego?". Dice el muchacho: "Se hizo un escándalo de todos los demonios. Nos habíamos equivocado de cuarto"... FIN
