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Crónica del Ojo / RÉQUIEM POR UN CANÍBAL

Miguel Canseco

El canibalismo no es un crimen en tanto se practique con moderación. Sin irse a los extremos, consumir carne humana queda enmarcado dentro de las garantías individuales. Una vida no es vida sin morder o ser mordido. Me refiero claro, a las mordidas suaves o moderadas en los momentos precisos. Ya lo aclara la canción: “Hay que pegarle a la mujer hay que pegarle/ para enseñarle a obedecer igual que un niño/ hay que pegarle a la mujer con el cariño”. Es decir, sin manchar el expediente una suave reprimenda y una (o varias ) mordidillas. Si el morder es un crimen entonces la dentellada debe ser sabia, con la complicidad de la víctima (en flagrante ejercicio de asociación delictuosa). La mordida certera desconoce los límites establecidos y puede ser aplicada en los terrenos menos esperados. Si el caníbal es lo suficientemente hábil la víctima solicitará un nuevo ataque. El canibalismo fino propicia la reincidencia. Por eso resulta triste el caso del connotado caníbal de la Guerrero. Poeta (de los muy chafas) y como todo psicópata, crisol de traumas y monstruosas fantasías. Este maestro se nos fue al extremo y de plano se almorzó a las novias. No es un caso único ni aislado, hay muchos caníbales entre los asesinos seriales. No existe glamour ni refinamiento en el crimen real pero su escenificación siempre resulta magnética. El cine es el escenario de los asesinatos más horrendos y han corrido verdaderos mares de sangre (de catsup) para deleite de los espectadores. Ahí en la pantalla surgió el más brillante de los caníbales: Hannibal Lecter, anti héroe del Silencio de los Inocentes. Desde su estreno (hace diecisiete años, gulp) esta película está en mi top ten. No le encuentro fallas y los legendarios diálogos entre Clarice y Lecter quedan enmarcados en mi álbum de profundos placeres cinematográficos. Pero el caníbal chilango no tenía el brillo, la inteligencia ni el talento de un Lecter (personaje de ficción al fin). El caníbal mexicano es una mala copia, video pirata con la sordidez de una ciudad gigantesca y caótica. El DF es la descomunal metáfora de los vicios y virtudes de todo México y no es de extrañar que la capirucha tenga su caníbal. Como un jarrito, todo cabe en el DF, sabiéndolo acomodar. Ahí anida la Santa Muerte junto con la tropa intelectual, los taxistas, los merolicos y trashumantes. El DF vive en mi corazón y me atormenta su ausencia. El DF es un amor terrible, una dama demandante e ingrata. Y ahí, entre las calles y la loquera habitual salió un cuate que se almorzaba a sus novias con limón y que vendía sus poemas en ediciones caseras. El desenlace de su historia (el caníbal ahorcado) está en perfecta concordancia con su desarrollo. Seguramente no da el ancho para una película de Hollywood pero sí es un cuadro propicio para un filme tercermundista, propio de sus lamentables hazañas y su gris personalidad. No me convenció este caníbal. Los que quieran comer gente tienen un reto mayor: superar a Lecter. Y como no se puede ser más que un personaje mítico pues lo razonable es volver al viejo canibalismo, al que mencioné desde un principio, al ejercicio supremo de las mordiditas certeras. Porque en el arte no existe delito.

PARPADEO FINAL

No sé si fue la reliquia o que la virgen en sus múltiples ocupaciones de onomástico dejó de iluminarme. Pero la verdad es que la noche del doce de diciembre tuve sueño caníbales. Dicen que ocurren por alguna fisura en el alma, alguna carencia. No sé cuántas carencias tenga yo, pero como dice el maestro Cohen, por las grietas entra la luz. Bienvenida sea.

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