
Cine sonoro, 80 años de revolución
Además de las actuaciones, fotografía o dirección, el sonido ha sido fundamental en el séptimo arte
MÉXICO, DF.- ¿Cómo concebir al Séptimo Arte sin el famoso grito de Tarzán, sin Gene Kelly cantando bajo la lluvia o sin la música de El Padrino? ¿Psicosis, de Alfred Hitchcock sería tan terrorífica sin la partitura de Bernard Herrmann o El Extraterrestre conmovería igual si no susurrara: ‘E.T. phone home’? Entre aportaciones como la exigencia técnica de nuevos planos o propiciar el género musical, el sonido reforzó los efectos emocionales provocados por las imágenes en el espectador.
El seis de octubre de 1927 es la fecha oficial del nacimiento del cine sonoro cuando en Nueva York, durante el estreno de El Cantante de Jazz, el público sufrió una conmoción cuando el protagonista, Al Jonson, habló en dos secuencias. “¡Un momento, un momento, aún no han escuchado nada!”, dijo, sin imaginar la trascendencia de su frase.
A decir verdad, antes del cine sonoro, el sonido ya era parte de las proyecciones de películas. Cineastas y exhibidores acompañaban las funciones con música: los hermanos Lumiére pagaban un grupo de saxofones durante sus sesiones en París mientras que pianos y orquestas eran presencia habitual en las salas para romper el silencio. Curiosos artefactos como cilindros sonoros o actores escondidos detrás de la pantalla eran algunos de los recursos empleados para que las imágenes “hablaran”.
El invento que dio voz al cine era una columna óptica adosada a la película, lo cual permitía la sincronización de fotogramas con el sonido a la misma velocidad: 24 imágenes por segundo. Se ubicarían entonces enormes micrófonos ocultos en el plató con el fin de grabar todo. Para evitar los ruidos indeseados, las cámaras se encerraban en cajas lo que impedía movilizarlas, así que los actores debían permanecer en un lugar para que el micrófono captara su diálogo. Hoy, los ingenieros de sonido captan hasta la caída de un alfiler y exaltan las emociones con experiencias acústicas complejas. Aunque los cineastas no deben olvidar la esencia del discurso de imagen ni hacer oídos sordos a la recomendación del dramaturgo, escritor y cineasta francés Marcel Pagnol: “Puesto que el cine habla, más vale que diga algo”.
RUINAS ACÚSTICAS
El sonido supuso un obstáculo insalvable para varios directores y el fin de carreras de actores como el galán John Gilbert. Dicen que cuando ese escuchó su voz de falsete, la gente no pudo aguantar las carcajadas. En cambio, estrellas como Greta Garbo fascinaron por la intensidad y timbre de su voz.
AMIGOS DEL SILENCIO
“El diálogo es el único responsable de la lentitud de la acción”, decía Charles Chaplin, y se negaba a aceptar el sonido: consideraba a la pantomima como el lenguaje universal. No pronunció palabra en filmes como Luces de la Ciudad que incluían sonidos y música.
ENEMIGOS DEL SONIDO
Entre los detractores del cine sonoro se contaron cineastas como René Clair y Rudolph Arnheim; era tal la oposición que los soviéticos Eisenstein, Pudovkin y Alexandrov redactaron un manifiesto en 1928: Primer Manifiesto del Cine Sonoro, señalando que el sonido afectaría lo que para ellos era la esencia del arte cinematográfico: el montaje; es decir, el orden en la sucesión de imágenes.