MÉXICO (AP).- Un arqueólogo pende de una viga angosta sobre los restos hundidos de un mural pintado por los indígenas poco después de la conquista española. Desde su precaria posición señala los adornos rojos, verdes y ocres en una de las pinturas más antiguas recientemente descubierta para indicar la mezcla de las dos culturas.
La vívida escena de animales reales y míticos que retozan junto a los lagos que había en la Ciudad de México fue pintada por indios aztecas a principios de la década de 1530. Fue un período breve de tolerancia en una época en que los españoles destruían la cultura azteca para cimentar su régimen.
El arqueólogo Salvador Guilliem, que halló el mural bajo el piso de un ex convento español, usa la viga para evitar pisar o tocar la pintura, trazada sobre los márgenes de un tanque de agua que más adelante fue aplastado y sepultado ceremoniosamente.
Debido al entierro, se preservó la mitad inferior del mural de casi 15 metros de largo. Pero la mitad superior, de unos 30 centímetros de alto, se fragmentó en unos 25 mil pedazos, que los arqueólogos se aprestan a rearmar trabajosamente.
El esfuerzo vale la pena. La sociedad mexicana misma es un rompecabezas de influencias indígenas y españolas, y el mural equivale a una instantánea de cómo comenzó esa rica mezcla cultural.
"Todo va a sincretizarse allí, a fusionar dos pensamientos", dijo Guilliem a la Associated Press en el lugar del hallazgo, en la plaza céntrica de Tlatelolco, donde una serie de ruinas aztecas y estructuras de la era colonial aparecen rodeadas de avenidas transitadas y edificios de los años 60.
En el centro del mural se divisa una sencilla cruz cristiana en blanco y negro, flotando sobre un trasfondo mucho más colorido y animado con escenas de pescadores, sapos, peces y otras criaturas.
A la derecha y por debajo de la cruz los indígenas pintaron un ahuizotl, un animal azteca mítico con garras que semejan manos, que era considerado sirviente o representante del dios azteca de la lluvia, Tlaloc.
A la izquierda hay un jaguar con una planta estilizada en su espalda, sobre la cual descansa un águila. Es una referencia a nombres de sitios prehispánicos y los reinos anteriores a la llegada de los españoles.
El mural presenta figuras minuciosas y elegantes de plantas lacustres, algunas de las cuales eran empleadas en la medicina tradicional azteca.
La historia de cómo y por qué se creó el mural y luego se enterró permite atisbar el choque cultural que se produjo en los primeros años después que Hernán Cortés conquistó a los aztecas en 1521.
Los arqueólogos sospecharon primero la presencia del mural en el 2002 después que una cuadrilla de trabajadores que excavaba un desagüe halló piezas de yeso coloreado. Después de un año y medio de excavaciones, el trabajo está completado en un 75%.
El eminente arqueólogo mexicano Eduardo Matos la califica como una de las obras sobrevivientes más antiguas de ese período y conjeturó que fue pintada por artistas aztecas educados en un inusual instituto fundado por monjes franciscanos para los hijos de los nobles indígenas.
Estos pintores aztecas desarrollaron un notable grado de expresión para la época. Los españoles por lo general exigían a los indígenas pintar según los estilos europeos.
Pero los monjes franciscanos en Tlatelolco trataron de defender a los indígenas de la esclavitud y se mostraron dispuestos a aprender el idioma, costumbres e historia de los aztecas. Los monjes quizás no hayan reconocido algunas de las referencias a dioses antiguos y otros símbolos culturales que los aztecas incluyeron en el mural.
Pero aun con la tolerancia de los franciscanos, Guilliem dice que algunos detalles del mural reflejan "un conflicto de intereses entre el fraile y el pintor".
La mayoría de las figuras humanas -incluso algunas con vestimentas indígenas- están pintadas con características europeas y dibujadas al estilo europeo utilizando perspectiva, en vez de los perfiles unidimensionales aztecas.
Pero los rostros europeos son meros dibujos de contorno, sin rellenar ni colorear con los tintes todavía brillantes usados en el resto del mural.
"El tlacuilo, el pintor principal, el gran maestro de la obra, está bajo la dirección y presión de los frailes", dijo Guilliem. "Allí entra un especie de conflicto. El que dirige la obra, el fraile, le está diciendo que lo haga así y dice que sí, que lo van a hacer, y se pasan a otro elemento, al agua, los peces, la red, a lo que ellos están dando un verdadero valor y al final de cuentas, no lo terminan".
La relativa independencia de los monjes en Tlatelolco fue tolerada sólo unas pocas décadas por los gobernantes españoles, que empezaron a cuestionar la táctica franciscana de educar a los indígenas -y aprender de ellos- mientras los convertían al cristianismo.
Pero los artistas de Tlatelolco no cedieron totalmente. Cuando el tanque de agua cayó en desuso y el mural fue enterrado alrededor del 1600, los indígenas practicaron lo que parece haber sido un ritual totalmente azteca para calmar a los espíritus prehispánicos en la pintura.
Depositaron cuidadosamente los fragmentos de la parte superior de la pintura en la mitad inferior del tanque, junto con los restos de cientos de animales sacrificados en rituales. Quemaron los restos de los animales y los enterraron junto con un fetiche femenino de fertilidad y la estatua de Napantecuhtli, un dios azteca.
"Para ellos", dijo Guilliem, "era sagrado por lo que tiene representado".