POR RICARDO RUBÍN
LA ALAMEDA CENTRAL DE MÉXICO
Si va usted a la Ciudad de México, una de las visitas obligadas es a la Alameda Central, ubicada entre las avenidas Juárez e Hidalgo en el centro de la ciudad.
Hay varias cosas que destacan en esa enorme zona verde llena de árboles, fuentes, paseos y esculturas. Al frente, el Hemiciclo a Juárez; cerca, el Palacio de Bellas Artes, el legendario Cine Alameda, la Torre Latinoamericana, y la vida urbana, tumultuosa y alegre.
La Alameda Central de la Ciudad de México tomó su nombre de los abundantes álamos que había allí, donde también estuvieron los quemaderos de la Santa Inquisición. Y cuando estaba reciente la llegada de los españoles, los ganaderos llevaban a ese espacio a pastar a sus vacas. Ahora, es común ver a grupos de charros que pasean en sus caballos por los senderos interiores de la Alameda.
El virrey de Revillagigedo ordenó limpiar el lugar y rodearlo con postes de madera pintados de verde. Se prohibió la entrada a quienes no estuvieran calzados y vestidos decentemente, y comenzó a ser centro de diversión y paseo de las familias capitalinas.
Más tarde se instalaron farolas, fuentes de agua y esculturas de personajes mitológicos, y se permitió que los domingos tocara una banda de música.
En la Alameda capitalina hay algunas esculturas interesantes, como la de Beethoven, develada para conmemorar el centenario de la Novena Sinfonía compuesta por dicho compositor; y la de una mujer desnuda y encadenada, con el título de Malgré Tout (A Pesar de Todo), que por la postura que tiene ha levantado diversos comentarios.
Cerca de la Alameda están también el Museo Franz Mayer, las iglesias de la Santa Veracruz y San Juan de Dios, la Pinacotepa Virreinal y el Museo Nacional de la Estampa, en el que está la reproducción del mural Sueño de una Tarde Dominical en la Alameda, que pintara Diego Rivera en 1904 y que decoró por muchos años una de las paredes del desaparecido Hotel Del Prado.
Este mural es de gran importancia porque recoge parte de la historia de la Alameda y aparecen allí desde Hernán Cortés hasta Sor Juana Inés de la Cruz, virreyes y gobernadores y escenas costumbristas del México post revolucionario.
Si se cruza la avenida Hidalgo se llega a la plaza de la Santa Veracruz, donde está la iglesia del mismo nombre, así como la de San Juan de Dios, que fue antes Hospital de la Mujer.
La mejor hora para ir a la Alameda Central es en las tardes. La gente se sienta a descansar, a ver el movimiento agitado de la Avenida Juárez, y a tomar un respiro de la tumultuosa vida capitalina. Desde su calzada en la misma avenida, se tiene una hermosa vista de la Torre Latinoamericana, símbolo de la ciudad.
También, a esa hora, cuando el sol cae, acostumbra reunirse allí un grupo de orientales, pues cerca está la calle Dolores, donde está el llamado Barrio Chino de la Ciudad de México, con restaurantes de comida oriental, casas de té, tiendas donde se venden curiosidades asiáticas. Se dice que antes, allí mismo, hubo dos fumaderos de opio y una casa de juego, pero han desaparecido.
Hace algunos años, en uno de los extremos de la Alameda estuvo un edificio de construcción moderna. Abajo era la Librería de Cristal y en la planta superior había una cafetería donde se celebraban reuniones literarias. Más allá está el monumental Palacio de Bellas Artes, donde hay funciones de ópera, ballet y otras expresiones artísticas de corte internacional. Bellas Artes es un edificio de arquitectura caprichosa, con una enorme cúpula, hecho todo de mármol de Carrara. Por ser una construcción muy sólida y pesada, el edificio se hunde algunos milímetros cada año, y como el subsuelo es pantanoso, se lucha constantemente por evitar su hundimiento total.
La Alameda Central con sus altos y frondosos árboles, sus fuentes de agua fresca, sus caminitos bordados de flores y arbustos, es también un sitio preferido por los enamorados. Los niños van allí con sus nanas a jugar, y circulan los vendedores de manzanas acarameladas, globos, juguetes y golosinas de todo tipo.
