Crítica 4 estrellas de 5
Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- El estupendo libro La Frontera de Cristal de Carlos Fuentes, es una colección de cuentos sobre la tortuosa relación de amor-odio, necesidad-rechazo que se vive a lo largo de nuestra frontera con Estados Unidos. Contiene historias de doloroso realismo, evidentemente inspiradas por la nota roja, e historias donde da rienda suelta al lirismo. De estas últimas, hay una que, al leerla, me pareció chocante, exagerada y hasta tonta. Describe a una ejecutiva gringa y al mexicano que lava las ventanas del edificio en que trabaja.
Ambos personajes se ven todos los días, o mejor dicho, se ignoran todos los días a través de la ventana. Sólo en una ocasión, porqué ella esta cerca del vidrio, quedan frente a frente e inexplicablemente, se besan, cristal de por medio. Luego vuelven a ignorarse por el resto de sus vidas. Este cuento, que en principio me disgustó, es hoy el que más recuerdo del libro, como testimonio del genio de Fuentes.
Ese beso y esa displicencia los viven todos los días los mexicanos que trabajan de aquel lado. Aceptados por su laboriosidad, aceptados por la solidaridad de sus compañeros de trabajo y aceptados por la conveniencia ventajosa de sus empleadores, que también algunos destellos solidarios tiene.
Pero rechazados cada vez que se echa a andar la mente policial, rechazados cada vez que enfrentan una crisis los trabajadores norteamericanos, y se buscan chivos expiatorios para las consecuencias lógicas de un sistema cuya guía principal es maximizar las utilidades.
Los Tres Entierros De Melquíades Estrada narra la relación de amistad que se da entre dos trabajadores de un rancho ganadero en algún pueblo miserable del sur de Texas. Uno de ellos es el capataz, interpretado por Tommy Lee Jones, el otro es el indocumentado mexicano que da título a la película. Desde el inicio de la cinta descubrimos que Melquíades fue asesinado, y su cuerpo abandonado en el monte.
El sheriff no tiene idea de quién pudo cometer el crimen, ni se va a molestar en averiguarlo, pues se trata de un inmigrante ilegal. Lee Jones inicia entonces una primitiva labor detectivesca para encontrar al culpable.
La historia no es narrada de manera lineal. En constantes vueltas al pasado conocemos las circunstancias en que llegó Melquíades al rancho, su carácter afable y desprendido, y la inmediata conexión emocional que se da entre dos hombres que han optado por la dedicación absoluta al trabajo, sacrificando el amor y la cercanía de su familia.
También conocemos a un joven oficial de la patrulla fronteriza y su bonita esposa, recién llegados al pueblo para iniciar una vida en la que el tedio intolerable es fácil de prever. El oficial gusta de maltratar a los indocumentados que atrapa, y descubrimos que en una de sus guardias, por una confusión estúpida, disparó sobre Melquíades.
Ayudadas por el infierno grande del pueblo chico, las pesquisas de Lee Jones pronto rinden resultados. Emprende entonces un camino sin marcha atrás, que inicia con el secuestro del oficial asesino y tiene como meta la reivindicación de Melquíades, devolviéndolo a su familia en México, para ser sepultado como Dios manda.
Viene a continuación un vía crucis con catorce estaciones de venganza, en el que el cristo muerto es la cruz y es el traidor quién carga, mientras es azotado por los plañideros, que son uno sólo. Un delirante recorrido a caballo por un bellísimo desierto que no sabe de fronteras. El último viaje de un hombre que en vida fue abucheado y castigado por la inequidad, pero al que la muerte aplaude de pie, lanzando a su paso las rosas rojas de la justicia poética.
El debut como director de Tommy Lee Jones fue reconocido con una nominación en Cannes, y el guión del mexicano Guillermo Arriaga fue premiado en el mismo festival francés, que no desaprovecha una oportunidad para fregar a los gringos conservadores. Me parece que la historia a veces se pasa con su tono de parábola, cayendo en francas exageraciones. Pero es posible que el tiempo demuestre que me equivoco, como con el cuento de Fuentes. Hay al final de la cinta un elemento de confusión en cuanto a la verdadera historia de Melquíades, que interpreto como la intención de convertir en universal la anécdota del migrante. Melquíades no es nadie. Todos son Melquíades.
Las marchas y boicots que han unido a la comunidad de mexicanos en Estados Unidos, seguro traerán consecuencias indeseadas. Exaltarán racismos y avivarán paranoias. Pero también encuentran apoyos inesperados entre los norteamericanos. Nuestro vecino es un país convulso. Odioso cuando agrede. Hermoso cuando duda. Leí el pasado fin de semana sobre un cura gringo que desde hace quince años realiza el ritual del lavado de los pies del jueves santo en un centro de detención de indocumentados, en Laredo. Durante la misa, pide a los presentes que digan en voz alta los nombres de las esposas e hijos que han dejado atrás. Lo que se escucha, es la plegaria más triste del día.
No nos sorprenda que las manifestaciones tengan repercusiones económicas negativas, en franca contradicción con la búsqueda del dinero, que fue el primer impulso que los llevó allá. Presenciamos la lucha entre lo que es conveniente y lo que es justo. En la conveniencia no hay belleza. En cambio, el desfile es regocijo, es el deleite del poder momentáneo. Disfrutemos hoy de la fiesta, mañana Dios dirá. ¿O qué no somos mexicanos?