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Crónica del Ojo / Matisse y la vesícula

Miguel Canseco

Como todos los humanos los denominados artistas están propensos a tragedias, accidentes y malestares que van del cáncer a la esquizofrenia pasando por el moquillo crónico. La diferencia estriba en su naturaleza azotada que les permite sublimar sus dolores con su propio trabajo: Tolouse Lautrec combatió su deformidad dibujando, Mapplethorpe se debatió frente al SIDA cámara en mano y Chopin hizo música inolvidable en medio de la tuberculosis. Las anécdotas a este respecto sugieren que la mente creativa de alguna manera conjura a la enfermedad convirtiéndola en poesía (hay que echarle ingenio para convertir hemorroides en sonetos). Pero eso no los salva de sudar la gota gorda como cualquier otro transeúnte. Ejemplo de esto fue el pintor Henri Matisse que empezó a pintar mientras se restablecía de una apendicitis y que cambió radicalmente su estilo por un acceso de bronquitis. En su madurez sufrió cáncer de colon y para aderezar el cuadro desarrolló cálculos biliares. Poco de esto es visible en su obra, una de las cumbres cromáticas del siglo pasado. Orgulloso y disciplinado, ocultó sus padecimientos al público y se apoyó en sus amigos más cercanos. El artista incluso se rebeló contra los médicos que querían extirparle la vesícula (se quedó con sus cálculos biliares y pasó en cama los últimos trece años de su vida).

Fue en su juventud, convaleciente de apendicitis cuando tuvo su gran transformación: ?descubrí el color no en la obra de otros pintores sino en la manera en que se revela la luz en la naturaleza. Me obsesioné con la pintura y ya no pude dejarla?. Al final de su vida, ésta fe en el color lo hizo convencerse de sus poderes curativos, de tal suerte que mandaba colgar cuadros con determinados colores en las camas de los amigos enfermos. Redimido por su trabajo, Matisse, como todos nosotros, encontró en la enfermedad al adversario más poderoso. Perdió en cuerpo pero ganó en espíritu. Supongo que es la única victoria posible.

PARPADEO FINAL

El selecto club de los cálculos biliares incluye a Sir Walter Scott, Alfred Jarry, Henri Matisse, mi abuela Delfina, un servidor y otros cuantos cientos de millones de miserables que les ha tocado hacer bizcos con cólicos abdominales de origen biliar. Por mi parte ya pasé a la sección de cortes finos y ahora me restablezco con pastillitas, babuchas y bata, como El Tata sin su cocol. Tristemente, la conciencia (y con ella los placeres, el arte, la música) pende del sutil, preciso y siempre frágil equilibrio de un montón de tripas. Ay de mí, tan lejos del taco de trompo y tan cerca del caldito y el chayote hervido? pido perdón y piedad a San Wichito.

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