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Norte y Sur / (1) El lugar de la cultura

Salvador Barros

Profesor de Harvard, Homi Bhabha analiza el impulso que lleva al sujeto colonial a enfrentar el discurso que lo reduce a ser subalterno Ediciones Manantial. La teoría cultural poscolonial es el grito de guerra (o el grito de la moda) en las universidades anglófonas. En la colección de ensayos publicada en 1990 con el título Nation and Narration, Homi Bhabha anunciaba una crítica a los nacionalismos sustancialistas, que son deconstruidos por la teoría de El Lugar de la Cultura (The Location of Culture, 1994). El libro presenta un programa poscolonial aplicado a lo que antes se llamaba Tercer Mundo y hoy recibe nombres diversos, pero para ser breves digamos: las naciones y pueblos periféricos, no dominantes. Bhabha nació en la India y El Lugar de la Cultura gira alrededor de un eje indocéntrico, aunque algunos escritores norteamericanos, como Toni Morrison, sudafricanos, como Nadine Gordimer, caribeños como Derek Walcott, o pakistaníes, como Salman Rushdie, le proporcionan cientos de ejemplos a sus análisis. Bhabha ha escrito un breviario intrincado, inteligente, provocativo, autosuficiente y refinado, con varios temas centrales del posmodernismo. Primero, la cuestión de la identidad, que el discurso colonial fija en estereotipos. Si esta afirmación no parece novedosa, lo es, en cambio, una teoría de la identidad de los sujetos coloniales como lugar intersticial, desde donde se resistiría al estereotipo con dos estrategias: la hibridación y la mímesis desviada, que se ejerce como imitación astuta y elusiva, que no es del todo aquello que dice ser. Habitante siempre temporal e inestable del límite, viajero o migrante que no puede ser totalmente captado en ninguna plenitud, el sujeto colonial se articula en el movimiento y la ambivalencia. Desafía la fijeza binaria del estereotipo mediante tácticas que simulan la aceptación mientras que, en verdad, dan un sentido desplazado y suplementario a aquello que se simula aceptar: repetición y diferencia. La mímesis del sujeto colonial es siempre incompleta, fragmentaria, renuente a la totalización. A diferencia de los viejos nacionalismos, Bhabha no sitúa en la tradición ni en la historia el impulso que enfrenta al sujeto colonial con el discurso que lo reduce a ser subalterno. Por el contrario, su carácter limítrofe e intersticial está dado no por contenidos sustanciales, sino por los deslizamientos en el proceso de enunciación. La identidad del colonizado es proactiva: se actúa como una práctica, la de la enunciación que compromete al cuerpo. Desde esta concepción de la identidad, Bhabha indica que la diferencia cultural, entre culturas y en los deslizamientos intraculturales, vuelve a la significación inestable y, al mismo tiempo, amenazadora para el dominador. Por eso el dominador (el blanco, la niña blanca que se espanta ante Frantz Fanon porque ha visto un negro, ese coágulo de alteridad) necesita del estereotipo que fija al dominado en un sentido inalterable aun cuando le reconozca su derecho a la diferencia. Bhabha rechaza el principio del relativismo cultural que respeta esa diferencia, para evitar que ese reconocimiento se convierta en la expropiación de la potencia del dominado. Frantz Fanon es un hilo conductor de la teoría de Bhabha. Su lectura de Fanon, en clave de Lacan y Derrida ( los psicoanalistas posmodernos), es singular, sobre todo si se tiene en cuenta que Bhabha separa a Fanon de la filosofía francesa que le era contemporánea, en especial del existencialismo de Jean Paul Sartre, que lo editó en su revista Tiempos Modernos (Les Temps Modernes) y mantuvo con él una relación tan intensa como conflictiva, en la que ambos se admiraron. Bhabha hace suyo el sartrismo de Fanon y el prólogo de Sartre a Condenados de la Tierra. Para latinoamericanos que leyeron a Fanon en traducciones al español anteriores a las traducciones al inglés que cita Bhabha, esto es extraño. De todos modos, no debería sorprender en un libro que presenta un compuesto fuertemente etnocéntrico de teoría francesa y perspectiva poscolonial elaborada por autores indios. Para Bhabha el concepto de hibridación no requiere de otras autoridades teóricas que las de esta familia; y sus fuentes literarias son, con poquísimas excepciones, de habla inglesa. Con desdeñoso aristocratismo regionalista pasa por alto una biblioteca latinoamericana de nombres ilustres y ensayistas que lo precedieron, cuyas ideas y ficciones podrían entrar en diálogo con las nuevas tesis poscoloniales: Octavio Paz, Alejo Carpentier, Mario de Andrade, Gilberto Freyre, Darcy Ribeiro, Ángel Rama, Roger Bartra, Antonio Cornejo Polar, José María Arguedas, Carlos Monsiváis, Néstor García Canclini, Roberto Schwarz... Bueno, pues así sucede en el área de los estudios poscoloniales, lo cual no es un detalle menor para un autor que postula una teoría general de la identidad poscolonial. El lector latinoamericano podrá seguir dos caminos: pensar que las cosas pueden ser deconstruidas acá más o menos con los mismos instrumentos teóricos; u objetar los análisis de Bhabha, contraponiéndolos a otros análisis de otras literaturas y de otras historias. El mundo poscolonial de donde Bhabha extrae los textos para sus muy refinados análisis tiene en un extremo a Salman Rushdie y en el otro a Toni Morrison. Ambos escritores parecen especialmente preparados para ofrecer aquello que Bhabha está buscando: colapso de la temporalidad histórica del colonizador y sensibilidad por las voces reprimidas, en Morrison, y por las estrategias paródicas de la hibridez, en Rushdie. Entonces: teoría europea y textos literarios poscoloniales, vieja partición entre pensamiento y afecto, entre filosofía y arte. Una división internacional del trabajo que el libro de Bhabha se propondría refutar, ya que él, como Fanon, pertenece al mundo poscolonial y se ha apropiado de la teoría europea. La capacidad de Bhabha para la lectura de textos literarios convierte a sus análisis en miniaturas brillantes. De todos modos, surge la duda sobre si la identidad poscolonial no es para Bhabha, casi exclusivamente, la que escriben los letrados. Otras voces, las registradas por la etnografía por ejemplo, están ausentes. Sólo en dos casos, que utiliza con brío y poder persuasivo, la historia entra en este mundo hiperliterario. En ambos, Bhabha muestra su sagacidad para trabajar con fuentes ya investigadas por historiadores, e induce a pensar que sus tesis hubieran ganado si episodios como el de un motín campesino, estudiado por Ranajit Guha, o el de la introducción de la Biblia en una región de la India no hubieran sido más frecuentes. Se hubiera evitado que las voces intersticiales fueran casi exclusivamente voces de la literatura, y se hubiera roto un círculo interpretativo, ya que se trata justamente de una literatura muy inclinada a escuchar las teorías poscoloniales que le otorgan un papel protagónico en la batalla ideológica. El libro, como sea, es indispensable si se trata de la teoría poscolonial. Probablemente Bhabha sea el autor más influyente y el hecho de que haya sido traducido y publicado por una editorial argentina es un esfuerzo mayor en esta época de oligopolios culturales globalizados.

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