A Rodolfo Ayup un día le dijo uno de sus amigos: ?¡Pero, si es que en Matamoros levanta uno un ladrillo en la calle y debajo de él aparece, seguro, un Ayup! Exageró, claro, el amigo, pero tampoco mucho. Si se juntan para lo que sea, suman trescientos que, para una población de cincuenta mil habitantes, ya cuentan, ¿no?
En Matamoros, Coahuila, ciudad que va progresando al ritmo del tiempo, nació Rodolfo Ayup Sifuentes el 31 de diciembre del año de 1926. Tiene, pues, 77 años, aunque siempre se contará uno más al hacer cuentas, por haber nacido el último día del año anterior. Pero, no le hace, aguanta eso y más, pues se conserva de primera, erecto, ágil, alegre y servicial.
Fueron sus padres José Ayup Tedi y Feliciana Sifuentes Urquizo, que le dieron once hermanos: Julián, Salomón (f), Rosa (f), José, Dora, Emma, Sergio (f), Homero (f), Jaime, Rogelio y Álvaro más dos que murieron recién nacidas: Olga y Dora, de allí que lo del ladrillo no andaba tan desacertado.
Él, por su parte, contrajo matrimonio en 1953 con Silvia Guerrero Sifuentes formando una familia de siete hijos: Julián, que es médico, Silvia, que estudió y se graduó de Secretaria Bilingüe, pero habiéndose casado hoy es ama de casa, Rodolfo, que es ingeniero mecánico administrador, Edgardo y Jorge, que prefirieron el trabajo inmediato, Araceli, que es psicóloga, y Juan Carlos que es licenciado en administración de empresas.
Volviendo a Rodolfo Ayup, cumplidos sus seis años lo inscribieron sus padres en la Escuela Primaria Apolonio Avilés, en la que hizo toda su primaria y de la que recuerda con particular afecto a sus profesores Manuel Cueto y Antonio Medina, y entre sus condiscípulos al doctor Luis Maeda y al pintor Manuel Muñoz Olivares.
Al terminar sus estudios primarios en 1939, de inmediato comenzó a ayudar a su señor padre que tenía un pequeño puesto en el mercado, en el que trabajaron con ahínco desarrollándolo convenientemente. En 1949 pudieron abandonarlo.
Don José Ayup, era un fanático del deporte, particularmente del basket y un día se dio cuenta que bien podía forjar un equipo formidable con ellos para prestigio de Matamoros. Y a ello se dedicó implacable desde que la idea se le ocurrió. Los levantaba oscura la mañana para hacer ejercicio y practicar con el balón para que se acostumbraran a manejarlo como si fuera parte de sus brazos, y así a diario, hasta agotarlos, pero, también, hasta que se sintieran en ello insuperables. Estaba atento de ellos día y noche. Muchachos y jovencitos, tenían sus tentaciones, sus amigas, sus bailes, y no que les prohibiera nada, pero sí les imponía horarios. Por ejemplo la media noche para los bailes. Hoy nos puede parecer exagerado esto, porque a esas horas apenas comienzan, pero entonces comenzaban a las ocho o nueve y tres horas de ello le parecía suficiente a don José. Sin embargo, a veces a alguno de sus hijos le parecía que desobedecerlo unos minutos más valía la pena. En una ocasión Rodolfo se acercó a uno de sus hermanos con quien se había acompañado a un baile para recordarle que era tiempo de regresar, y él le dijo que se fuera si quería, que él se iba a quedar un poco de tiempo más. Rodolfo le advirtió que se iba a arrepentir, pero no le hizo caso. Y efectivamente, Rodolfo se fue, su padre le preguntó por su hermano, éste le dijo que ya no tardaba, y don José se puso a esperarlo. Llegaría, efectivamente, una tanda o dos más después y un segundo después de que cerrara la puerta del jardín por donde entraban ya estaba su papá dándole el primer cinturonazo, y después corriendo detrás de él castigando su desobediencia con otros que lo mismo le alcanzaban la espalda, los glúteos o las piernas, de todo lo cual Rodolfo, que también había esperado para no perderse aquello, se reía hasta doblarse, en tanto su hermano, cada vez que pasaba cerca le pedía que intercediera por él. Pero, aquello no era sino parte de una disciplina deportiva que don José sabía que debía imponer si deseaba que sus hijos alcanzaran a formar un buen equipo, cosa que al final logró. Dos magníficos equipos de básquetbol había en la década de los 40/50 en La Laguna: el ?Torreón? de El Siglo manejado por don Alfonso Esparza, y el ?Matamoros? de los hermanos Ayup, manejado por don José, padre de ellos. En el campo deportivo este equipo puso a Matamoros brillantemente en el mapa.
Rodolfo fue Seleccionado Nacional en básquetbol en 1951 representando a México en los Primeros Juegos Deportivos Panamericanos en Buenos Aires, Argentina; durante 21 años consecutivos fue seleccionado del equipo que representó a la Región Lagunera en los Campeonatos Nacionales de Primera Fuerza; fue director del Instituto del Deporte de Torreón durante tres años y logró la construcción de la Unidad Deportiva Nazario Ortiz Garza; fue seleccionado por La Laguna en béisbol y atletismo; durante ocho años fue el Presidente de la Asociación de Béisbol en la Región Lagunera que agrupaba a 120 equipos con 15000 peloteros de los diferentes municipios; fue el fundador de la Liga Municipal de Béisbol en 1962; fue el Primer Delegado de la Comisión Nacional del Deporte en la Región, y ocupa, en fin, un lugar en la Calzada de los Deportistas Ilustres de la Unidad Deportiva Torreón.
El año de 1955 fue un año especial para Rodolfo. Chano Batarse que se venía fijando mucho en él por su seriedad y actividad incansable, además de ser buen amigo de todos ellos, tenía una tienda y un día le sorprendió ofreciéndosela, diciéndole que definitivamente se venía a Torreón; Rodolfo le dijo que sabía que no podía comprársela, a lo que Batarse le contestó que, al contrario, sabía que sí, y al ver su perplejidad, le dijo que se la pagaría con las utilidades que de ella obtuviera, que desde ese momento la trabajara como suya. ¡Así eran los laguneros a mediados de siglo!
Efectivamente, Rodolfo le pagó el negocio en la forma convenida y, luego, de la misma manera le compraría la propiedad urbana donde el negocio estaba, que a partir de entonces se llama Casa Ayup.
Desde 1943, ?un grupo de jóvenes, todos ellos entre los 21 y 35 años, viene trabajando por crear un núcleo cuya labor estriba precisamente en inculcar en nuestra juventud el verdadero espíritu cívico; es decir, el que se afirma por medio del esfuerzo aplicado, de la acción constructiva, del hecho cristalizado, y no únicamente por la palabra o el deseo?, decía yo en una serie de artículos que por entonces yo publicaba en este diario sobre la Cámara Junior, de la que fui co-fundador con Porfirio de la Garza y que por entonces estaba por cumplir sus primeros diez años. A Rodolfo le atrajo la labor junioresca y en 1955 se adhirió al movimiento, en el que alcanzó el grado de Senador que es la máxima presea que otorgan las Cámaras Junior del mundo. De la de Matamoros fue presidente en dos ocasiones; fue delegado de la Asociación Nacional para los Estados de Nuevo León, Durango y Coahuila. Fue presidente del Patronato que logró la construcción del campo de béisbol que lleva el nombre de Cámara Junior y presidente, también, del patronato que logró la construcción de la Escuela Cámara Junior en el barrio de ?El Galeme?; igualmente presidió el patronato que logró la construcción del edificio de la Escuela Secundaria Federal Matamoros en sus tres etapas, como ha sido presidente de la Cámara Agrícola y Ganadera de la Región Lagunera dos años, consejero de Bancomer Matamoros y consejero de la Cámara de Comercio. Fue nombrado ?Matamorense Ilustre? por la Escuela Secundaria Federal, Miembro del Consejo Consultivo de Seguridad Pública en la Región Lagunera, así como presidente de los Pequeños Propietarios del Municipio.
Con toda esta experiencia a cuestas y una salud a toda prueba respaldada por sus años deportivos, Rodolfo Ayup no podía menos que interesarse más directamente por su ciudad de Matamoros, presidiéndola. Y lo que son las cosas, pensando en ello, un día le llegó la oportunidad de serlo. Fue Presidente Municipal de 1964 a 1966. Durante ese tiempo logró la introducción de la red de agua potable y el drenaje en la primera y segunda zona; la perforación y equipamiento de la noria número dos para agua potable; la construcción de la Escuela Primaria de Congregación Hidalgo, y que el magisterio con diez maestros fuera pagado por la Federación; la construcción de la primera etapa de la Escuela Cristóbal Díaz en el Barrio de las Hortalizas y la federación del magisterio para la misma; la construcción del Jardín de Niños ?Lucía A. de Fernández Aguirre?; la construcción de la cancha Cámara Junior con gradas y alumbrado; la construcción del Monumento a la Madre en el Jardín Juárez y la construcción de seis desayunadores para los niños en diferentes escuelas del Municipio.
En la actualidad es diputado local por los municipios de Viesca y Matamoros.
No obstante esta vida tan activa en beneficio de su solar nativo, Rodolfo y Silvia Ayup, a quien conoció, precisamente, en los campos deportivos, es decir, que además de por las dos leyes están unidos por una tercera que es la del deporte, se han dado tiempo para viajar y juntos han visitado varios países del mundo, que es ancho y ajeno, según dejó dicho el peruano Ciro Alegría, entre ellos Japón, China, Rusia, Egipto, España, Italia, Austria, Holanda, Inglaterra, Francia, Checoeslovaquia, Dinamarca, Brasil, Argentina, Canadá, Estados Unidos, Puerto Rico, Islas Vírgenes, Islas Filipinas, Hawai, y Las Bahamas. Pero, para él su continente es éste: Matamoros, donde siente que la gente le aprecia, responde con afecto a su saludo, igual que siente la unidad de su familia, a la que, igual que a él su padre, ha enseñado a servir al próximo en la medida de sus posibilidades.
Dicen que la ciudad en que uno vive, si es la misma en que ha nacido, es como una segunda piel, como una enfermedad mortal, pero, también puede ser una manía, una queridísima manía. Dejo a Rodolfo Ayup, quien indudablemente es uno de LOS NUESTROS, con la impresión de que podría caminar, si quisiera, con los ojos cerrados por todo Matamoros, pero que prefiere cerrar los ojos para volver a ver su ciudad como fue en tal o cual año, o en ésta o aquella época y así dialogar con ella. Baudelaire dejó dicho que la forma de una ciudad cambia más de prisa que el corazón del hombre, pero también que la ciudad modela ese corazón a su manera sometiéndolo desde muy joven a su clima y a su paisaje, imponiendo a sus perspectivas íntimas el croquis de sus calles.