¡Mañana! Sí, mañana aparecerá aquí el tremebundo cuento intitulado "El Hombre en el Río de Hielo". Relato de tan subido color no registran los anales de la picardía, al menos en los últimos años. Lo leyó doña Tebaida Tridua, cuya severidad de costumbres es comparada con la de las matronas de la antigua Roma, y fue poseída por una camptocormia con prosternación, rara forma de histeria nerviosa consistente en la repetida flexión del tronco hacia delante. Es fecha que la distinguida señora no puede cesar ese curioso movimiento. Vanos han sido los parches de amaranto, las cataplasmas de sábila, los sinapismos de mostaza, las bizmas de aguardiente y los emplastos de yerbadulce u orozuz. La pobre doña Tebaida sigue abatiendo una y otra vez el tetamen y levantando la profusa popa, lo cual suscita las necias burlas de la muchachería callejera. Es una pena verla así. ¡Hasta dónde llegan los efectos de una lectura inconveniente! Lean mis cuatro lectores pues, mañana, esa narración de sicalipsis: "El Hombre en el Río de Hielo". Los efectos que traiga esa lectura no son de mi responsabilidad... También mañana entregaré a la República mis comentarios en torno del informe presidencial y de quienes lo escucharon. Por lo pronto deseo señalar la conveniencia de que ese ritual sea modificado. Antes era una solemnidad de pura forma para significar el mentiroso acatamiento del Poder Ejecutivo a la soberanía popular representada por el Legislativo. En verdad la ocasión servía para adular al Presidente en turno y rendirle tributo de sumisión. Ahora, en cambio, el acto del Informe sirve para que los supuestos representantes populares traten de hacer notar el sometimiento del Presidente a sus dictados. Ni un extremo ni el otro son deseables. El equilibrio entre los Poderes demanda el respeto de unos y otros. Debe eliminarse, o cambiarse al menos, todo aquello que atente contra la sana doctrina de una división de poderes fincada en esa respetuosa relación... Enunciada esa modesta iniciativa de reformas a la Constitución procedo a relatar algunos cuentecillos de leve zumba y guasa... Don Astasio llegó a su casa y encontró a su mujer con un desconocido. Desconocido para él, desde luego, pues ella, en el arrebato del erótico deliquio, le decía de tú al sujeto y lo llamaba con adjetivos que implicaban cierta familiaridad, como "papacito", "mi rey", "prieto pechocho" y otros de similar jaez, señal de que lo conocía bien. Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libretita con términos denostosos para decirlos a su mujer en casos semejantes. Regresó y le gritó a la señora: "¡Pecatriz!". Ella, sin variar el compás de lo que hacía, le respondió muy seria: "Mira, Astasio: tú revuelves el periódico cuando lo lees en la mañana, y nunca le pones el tapón al tubo de la pasta dental. Yo hago esto. Cada quien tiene sus defectos"... Le dice un tipo a otro: "Compadre: he sabido que la prostitución masculina está en auge. Entiendo que hay hombres dispuestos a pagar cuantiosas sumas de dinero a cambio de gozar los favores sexuales de otro hombre". "Sí, compadre -dice el otro-. Y créame usted: con esta crisis económica es necesario un gran esfuerzo de voluntad para conservarse macho"... Susiflor y Rosibel iban por la calle. Vieron a un hombre feo, feísimo, el epítome o resumen de la fealdad. Le dice en voz baja Rosibel a Susiflor: "¡Qué hombre tan horrible! ¡En vez de pajarito ha de tener murciélago!"... A aquella muchacha, tonta pero dadivosa con sus encantos, le decían "La 9". Sin la colita era un cero... FIN.