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Contraluz / ¿Quién toca a tu puerta?

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Los fenómenos sociales transforman su fisonomía, y de algún modo los extremos vienen a tocarse. Del cliché tradicional de las historias clásicas, donde el malo vestía de negro y era fácilmente identificable, en tanto el bueno era reconocido a primera vista por su indumentaria clara y la expresión en su rostro, las cosas han cambiado. En la actualidad el papel del malo lo viene jugando un individuo cuyo aspecto exterior, ocupación o lugar de residencia no nos indicaría algo al respecto. Profesionistas que podrían vivir decorosamente de su trabajo; hijos de familia a quienes los padres han venido sosteniendo económicamente; personas que frecuentan iglesias, escuelas y centros de diversión a donde asisten nuestros hijos... Se han visto involucrados en actividades ilícitas de todo orden, desde la malversación de fondos públicos, hasta el ataque violento a terceros. Hecho que no deja de sorprender, y obliga a un análisis en este espacio.

Si algún común denominador pudiésemos encontrar en estos personajes que actúan este doble rol, es el beneficio económico, y no precisamente para subsanar necesidades de primer orden. Hablamos del individuo que percibía lo suficiente para una vida decorosa, pero que se involucra en actividades que prometen una ganancia económica muy superior, suficiente para darse una vida de lujo y excesos. Queda al descubierto un deseo de posesión tal, que factores como la seguridad propia o de sus familiares, pasan a un segundo término. Su estilo de vida pareciera anunciar: ?vivir bien, aunque sea por corto tiempo?. Tal parece que la existencia se engullera a grandes bocados, con urgencia, sin importar lo que pueda pasar mañana. Poseedores de una gran inteligencia, cubren con el velo de la justificación sus actos ilícitos.

Sin lugar a dudas es difícil tratar de cumplir con un trabajo asalariado con eficacia y eficiencia, y luego del desgaste quedarnos con la sensación de que nuestro empeño tiene poco reconocimiento. Es duro sentir que la carga de trabajo es cada vez mayor, y el poder adquisitivo va en franca merma, volviendo casi imposible sacar adelante los gastos básicos de la economía doméstica. Mucho más duro debe ser encontrarse de la noche a la mañana con que aquel empleo que nos daba de comer, ahora ya no existe. No pocas veces nos invade la desesperación, y el sentirnos empantanados sin poder hacer mucho por mejorar. De alguna manera ello debe ser coyuntural para comenzar a considerar otro tipo de opciones de ingreso que no caen precisamente dentro del marco de la ley. Y es lógico suponer que una vez que el dinero comienza a fluir de un modo más abundante, se va descartando la idea de renunciar a aquello. Como diría mi maestro, don Carlos Ramírez Valdés: ?es muy fácil acostumbrarse a lo bueno?.

Vivimos en un mundo consumista, mercantilista y mediático, que nos bombardea constantemente con mensajes respecto al tener. El grado de convencimiento que ejerce sobre nuestros jóvenes es mayor, puesto que ellos no tienen mucho antecedente como referencia histórica. Se hallan inmersos en un mundo que pugna por convencerlos de que lo importante es tener para ser, instándolos a toda costa a comprar...

Soy aficionada a las películas mexicanas de los cuarenta y cincuenta, y me causa gracia escuchar en esas cintas términos como ?carestía?, o en labios de Sara García o Fernando Soler, las palabras de ?ya no alcanza para nada hoy en día?. Sin embargo de alguna manera en aquellos años las familias, por lo general numerosas salían adelante y lo hacían bien. Simplemente, si el litro de leche costaba ochenta centavos, y el pan veinte centavos por pieza, la familia alcanzaba a poner algo en el estómago e irla pasando. Las corrupciones ciertamente se daban, pero bajo el velo de la discreción y la mordaza informática. Hoy en día un litro de leche cuesta casi cien veces lo que costaba hace cincuenta años, y la corrupción se ha vuelto una actividad altamente practicada por todas las clases sociales, tomando inclusive tintes de competencia deportiva entre ?juniors?...

¿Quién toca a tu puerta? ¿Quién te llama a superar las dificultades económicas comunes a la gran mayoría? ¿Qué te ofrecen, y a qué precio? Habrá finalmente que preguntarnos si estamos preparados nosotros y nuestros hijos para ir a la puerta cuando toquen.

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