¿Alguna vez se ha dicho algo así como: No sé por qué no le creo... Ya sea un candidato, tan de moda, un vendedor o a algún amigo o familiar. Los estudios afirman que, verbalmente, podemos fingir una creencia o con gestos, mostrar interés, simpatía, rectitud o cualquier otra emoción.
Sin embargo, si el sentimiento no es genuino, tarde o temprano va a aflorar a la cara, por más que nos esforcemos en disimularlo. Sólo cuando ambas condiciones son congruentes, el mensaje adquiere peso y credibilidad.
Cuántas veces, con sólo ver a una persona, movidos por la intuición más que por el conocimiento, emitimos juicios del tipo: Tiene cara de decente... Tiene cara de amargado... Tiene cara de buena gente... o Tiene cara de pocos amigos... Tiene cara de haber sufrido mucho...
El rostro es la parte más expresiva de nuestro cuerpo. Además del lenguaje, es la principal fuente de información. Esto lo descubren los chinos en el año 1800 A.C., cuando crean la ciencia de la fisonomía.
Aristóteles, Platón y Aristófanes se refieren a ella en sus tratados. Así mismo, Charles Darwin, el padre de la teoría de la evolución, investigó, a detalle, el lenguaje del rostro.
Según los estudios, los músculos faciales forman nuestra historia y son capaces de revelar el tipo de vida, el amor, el sufrimiento, la pasión, la salud, celos, el grado de felicidad y esperanza que tenemos. Pero, no “sabemos ver’’ la cara de las personas.
Esta información sería valiosísima para conocernos un poco mejor, pero la ignoramos, a pesar de tenerla a la vista. Por ejemplo, ¿sabía usted que todos tenemos, literalmente, dos caras? Las investigaciones concuerdan que nuestro lado izquierdo es mucho más expresivo que el lado derecho. Si pudiéramos unir dos lados izquierdos y dos derechos de la fotografía de una cara, de manera que formaran una sola, notaríamos lo diferentes que son.
La razón es que el lado izquierdo de la cara está influenciado por el hemisferio derecho del cerebro, el cual refleja nuestras emociones, sentimientos, actitudes y muestra el lado privado e íntimo de nuestra personalidad.
El lado derecho, por el contrario, está influenciado por el hemisferio izquierdo del cerebro, el racional. Este lado muestra la cara que queremos presentar al mundo, es decir, nuestra máscara social. Ambas son ¡totalmente diferentes! Compruébelo observando una fotografía grande de usted mismo.
En lo cotidiano, hay ocasiones en las que uno puede detectar un conflicto de emociones en la cara del otro. Simplemente, cuando una persona recibe un regalo que no le gustó, por un lado percibimos un gesto de gusto y agradecimiento mientras que, por el otro, vemos una mirada inquisidora o un rictus de decepción.
Se necesita ser muy observador para poder descifrar el mensaje, sin embargo, sin ser expertos, podemos percibir la contradicción.
Lo que revela que las expresiones son forzadas o fingidas, es la asimetría de los gestos. Y entre más simétricos y parejos sean estos, más honesto será el sentimiento y más genuina la expresión.
¿Se ha fijado que cuando sonreímos de lado, por lo general, existe otro sentimiento que nos impide sonreír en forma completa? Sin embargo, cuando estamos muy enojados, o felices, el mensaje que enviamos a través de los gestos, es muy claro para todos los que nos observan.
De la misma manera, podemos ver si una persona presenta contradicciones permanentes en su personalidad; esto sucede cuando, en forma habitual, se notan diferencias de expresión entre ambos lados de su cara. Por ejemplo: Es muy revelador ver en alguien que, al sonreír, siempre mueve la comisura izquierda de la boca hacia abajo, y la de la derecha, hacia arriba.
Esta asimetría refleja los sentimientos negativos que se esconden detrás de una aparente felicidad. Las comisuras, también, revelan si se tiene una actitud optimista o pesimista de la vida. Aquellas personas que siempre encuentran defectos, irremediablemente tendrán las esquinas hacia abajo. Esto es evidente en los niños que no son felices.
Así mismo, se ha comprobado que cuando encontramos una persona cuyo rostro se parece al de otra que ya conocemos, provoca que hagamos una transferencia de los mismos rasgos de personalidad. Por ejemplo: Juan es alegre, abierto, y trabajador, Luis, al que acabo de conocer, se parece. Entonces, asumo que Luis es igual que Juan.
Decía Freud que: “Aquel que tenga ojos para ver y oídos para escuchar, podrá convencerse de que ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Si sus labios mantienen silencio, conversará a través del resto del cuerpo’’.
Así que la próxima vez que piense que alguien tiene “cara de bonachón’’, “cara de malo’’, “cara de honesto’’ o “cara de amargado’’, hágale caso a su percepción. Por que el rostro no sabe mentir.