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Un viaje por Jimulco | La flor se marchita

Investigación y fotografías Arturo González González

Segunda de tres partes

TORREÓN, COAH.- Toda montaña tiene sus secretos y las de Jimulco no son excepción. Siguiendo por la carretera hacia el sur de Jalisco, está una pequeña comunidad llamada Los Milagros, formada hace poco más de diez años por tres familias. Metros más adelante, hay un camino de tierra que lleva a la entrada de un cañón en las faldas de los cerros.

Para entrar a la sierra es necesario hacerlo a pie, debido a lo agreste de la vereda, que a veces se confunde con arroyos. Después de media hora de caminar entre peñascos — algunos muy grandes—, brincar charcos y evitar las espinas de las cactáceas del semidesierto, puede observarse la cueva de La Gualdria, lugar donde los antiguos pobladores prehispánicos de estas tierras plasmaron con pintura sobre piedra parte de su visión del mundo que les rodeaba. En color rojo la mayoría y algunas en negro, las figuras se revelan a sí mismas cuando son apreciadas.

Para Leticia González Arratia, arqueóloga del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) del Mueso Regional de La Laguna, estas pinturas, “aunque todavía no se sabe quién o quiénes las realizaron ni cuándo, son muestra de un trabajo intelectual, simbólico, de una representación geométrico esquemática, con un discurso religioso”.

De acuerdo a lo que comenta, la autenticidad de la obra está garantizada, ya que “las formas son prototípicas de otras descubiertas en diferentes regiones, además de que se percibe en ellas un proceso de selección y de construcción del símbolo con la finalidad de comunicarse con lo sobrenatural”. Y resalta la presencia de una figura triangular que para ella representa el torso y los brazos de un chamán.

González Arratia participó en el proyecto de registro de la cueva de 1996 a 2000. “Es un primer nivel de investigación”, comenta, toda vez que resta “indagar para fechar y sobre todo mantener, crear un fondo permanente con el apoyo del Gobierno del Estado y del Municipio”.

Según informa González Arratia, La Gualdria es uno de los 200 registros que se tienen de La Laguna a Cuatrociénegas de este tipo de manifestación.

Acerca del conjunto pictórico de la gruta, la entrevistada asegura que no es la única de la sierra de Jimulco, “nosotros tenemos al menos el registro de otra, más pequeña; el INAH tiene el de una más y la gente de por ahí dice que existen otras”.

Para identificar fechas y creadores, es necesario “ampliar el registro a otras cuevas y realizar una exploración sistemática, ya que, un sólo descubrimiento no permite avanzar mucho”, establece Leticia González, quien considera muy aventurado atribuir la obra a los irritilas, debido al carácter seminómada de las diferentes tribus que vivieron en la zona.

¿El último cardenchista?

Diez kilómetros y cientos de años separan la manifestación rupestre de anónimos habitantes de la de los cardenchistas laguneros de finales del siglo XIX y principios del XX.

“Lo sacan de Picardías / para llevarlo a La Flor / Jacinto de la Cruz decía / denme un tiro mejor. Jacinto de la Cruz decía: — Juan Pinto, hazme un gran favor / de no presentarme vivo / allá con don Amador”. Así dice el viejo corrido acardenchado que Aniceto Solís, del ejido La Trinidad, escuchaba cantar a los mayores cuando empezó a trabajar a los ocho años en las tierras del patrón. Así fue como le cogió el gusto por el Cardenche, el canto de los antiguos campesinos laguneros que se entonaba a tres o cuatro voces a capella y que en la región de Jimulco alcanzó gran popularidad hasta mediados de la década de 1930. “Estaba yo chicalillo cuando oía todo eso”, confiesa.

Las interpretaciones simulan lamentos y de las letras escurre la melancolía del recuerdo de alguna muerte trágica o una separación muy dolorosa. De entre los cardenchistas destacaron nombres como Francisco Orona Martínez, Andrés Adame Cervantes y Francisco Beltrán Hernández.

Aniceto o Don Cheto, como le dicen, tiene 85 años y ya no canta, pero, al igual que los corridos, muchas anécdotas cuenta. Frente a su fresca casa de adobe se encuentra la loma en donde los Cárdenas construyeron una hacienda de la cual hoy sólo se conserva el cascarón. “Así lo hizo el fundador, Amador Cárdenas, en el divisadero, para vigilar las cargas de dinero que pasaban en los trenes”, explica.

De aquellos tiempos anteriores al reparto, Don Cheto se acuerda de lo duro que era trabajar para los patrones. Y es que, según platica, “eran acérrimos... hasta para recoger leña había que pedir permiso”.

Mientras limpia su rostro cansado con un paliacate y su esposa María Amparo le observa, el viejo revive en su boca una antigua leyenda: “fíjese, nomás para que se dé una idea de cómo era el patrón. Amador murió en La Flor y ahí lo enterraron; cuando al día siguiente fueron a ver su tumba, el cuerpo estaba encima del sepulcro... lo brotó la tierra y así dos o tres veces”. Y Don Cheto hace una pausa que parece eterna hasta que prosigue: “el sacerdote dijo ‘ese hombre no cabe en la tierra’, así que lo sepultaron en la Parroquia y ahí está todavía bajo las piedras... la tierra no lo quería”.

Orgulloso de su pueblo, Aniceto Solís asegura sin titubeos que “La Trinidad tiene más de 150 años y siempre hemos sido campesinos porque, aquí se formó ahora sí que con uno sólo que vino a posesionarse de un pedazo de monte y ahí sembraba”.

Poco más delante de “La Trini” están sus vecinos de Jimulco, una antigua estación que de acuerdo al autor Vicente Mendoza Martínez, junto con la Hacienda de La Flor, estaba llamada a ser la capital de La Laguna, hasta que fueron trasladados los patios de maniobras y talleres del ferrocarril a la naciente estación Santa Rosa, hoy Gómez Palacio.

De Jimulco, Aniceto Solís declara: “hay que decir las cosas como son, los de ahí no eran campesinos, ellos se mantenían como vendedores de tacos por el paso del ferrocarril. Luego ya se hicieron, cuando el reparto del señor Lázaro Cárdenas”.

La estación es hoy una ruina. El saqueo del material con que se erigía ha acabado con ella, de tal manera que muy poco se aprecia de su aspecto original.

El paraíso se va

Apenas cinco minutos en automóvil separan a Jimulco de La Flor. Corazón del Cañón y sede de la hacienda hogar de la familia latifundista Cárdenas, la tierra donde hoy parece marchitarse posee una historia que se remonta hasta principios del siglo XVII, muy ligada a los beneficios naturales de la región: el agua, la fertilidad y los minerales.

Aunque Gildardo Contreras Palacios, en su libro “Antecedentes históricos a la fundación de Torreón”, establece que Jimulco se fundó en 1807, reconoce que su antigüedad es mucho mayor. El explorador español Nicolás de Lafora señala en sus informes de 1767 que en mayo de ese año estuvo en el citado asentamiento.

El expediente fechado en 1787 y escrito por Francisco Varela Bermúdez se refiere a la Sierra de Jimulco de la siguiente manera: “antiguo mineral abandonado por las crueles incursiones de los bárbaros; tiene mucha madera útil para fabricar, hubo en esta sierra misión antigua”.

Las rutas de los españoles Fray Pedro de Espinareda, Martín López de Ibarra y Matón Martín de Zapata, en el siglo XVI, reafirman la versión de los lugareños de que por ahí pasaba un antiguo Camino Real que, al parecer, venía desde Cuencamé, recorría el Cañón a lo largo y seguía hasta la hacienda de Hornos.

Por su parte, Eduardo Guerra menciona en su “Historia de Torreón” que poco después de fundada la Misión de Santa María de las Parras en 1592, el Colegio de Jesuitas se posesionó de las haciendas de Santa Ana de los Hornos y de Jimulco, las cuales, al ser expulsada la orden religiosa de la Nueva España en 1787, fueron confiscadas y quedaron a cargo de José Flandes. Posteriormente, Andrés de la Viesca y Torre, Subdelegado de la Real Hacienda administró los predios hasta 1799, año de su muerte.

Algunos pobladores de La Flor creen que los restos de dicha misión o antigua hacienda, son los que hoy se encuentran alrededor del ojo de agua conocido como El Jimulquillo, siete kilómetros al oriente, lugar, por cierto, del que se abastecen del vital líquido. Según cuentan, ese lugar llegó a ser un verdadero oasis en otros tiempos. Unas ruinas de adobe blanco se advierten sobre un montículo rodeado por las grietas formadas por el afluente del venero.

Federico Samaniego, con 92 años incrustados en su cuerpo, comenta que “desde hace mucho ya había una huerta de frutas ahí: uvas, granadas, higos, tunas... yo me acuerdo que de chicalillos íbamos a cortar”. Pero el agua abundaba en ese manantial, hoy está a punto de secarse. Carros de mulas con tinacos y botes van y vienen. Antes era suficiente ir a la pila de la comunidad a donde llegaba el elemento gracias a unos tubos y mangueras... pero eso se acabó. Los que no tienen cómo acarrearla, compran tambos llenos a 30 pesos. El problema, dicen los habitantes, no es la falta de agua, sino cómo extraerla y hacerla llegar a sus hogares.

Frente a la casa de Federico está un edificio que él señala como la compañía Guayulera de “los alemanes”, en donde se procesaba la planta para extraer el hule.

A unas cuántas cuadras está el edificio de la hacienda de los Cárdenas, construido en 1899. “Ahí llegaba Porfirio Díaz cuando lo invitaba Don Amador a sus fiestas, eran compadres”, declara el anciano Samaniego.

Más adelante, agrega, “la familia Cárdenas duró ahí hasta la huelga, en el 36, luego vino el reparto, les quitamos las tierras y ellos se fueron”. Hoy, la casa está habitada por el hijo de un mayordomo, “de apellido Pinto... él trabajó para los patrones”.

Aunque La Flor de Jimulco conserva la tradición de celebrar el día en que se constituyó como ejido, ya nada es igual. De la misma manera que en los demás poblados de la región, los jóvenes han empezado a salir a buscar nuevas oportunidades. Ya sólo algunos viejos trabajan la tierra y cada vez es más difícil acercarse el agua.

Principios del siglo XVII:

* Posible establecimiento de la misión de Jimulquillo y explotación de los yacimientos del Mineral de Alférez.

1731

* Mediciones de las tierras de La Laguna, incluyendo Jimulco.

1767

* Paso del explorador español Nicolás de Lafora, quien registra la existencia de la estancia ganadera de Jimulco.

1787

* Expediente de Francisco Varela Bermúdez, en el cual se manifiesta la existencia de un mineral y una misión, ambas abandonadas, en Jimulco.

1808

* Fundación de la hacienda de Jimulco.

1834

* Fundación de la estancia de Pozo de Calvo. 1850-1872

* Fundan la hacienda de La Trinidad.

1870

* Adquisición del latifundio desde Nazareno hasta Pozo de Calvo por parte de Amador Cárdenas.

1883

* Paso del ferrocarril.

1899

* Levantamiento de la hacienda de La Flor de Jimulco.

1907

* Construcción del Puente Canal, primer paso sobre el Aguanaval.

1936

* Reparto agrario, inicio del régimen ejidal.

1940-1950

* Apogeo de los ejidos de la región.

1992

* Reforma al artículo 27 constitucional, fin del ejido.

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