La tragedia impidió la consumación de un anhelado sueño
¿El nombre de los protagonistas? No importa, a estas alturas ninguno de los lectores los reconocerían.
La historia que narraré sucedió como en el año de 1914, era una señorita que contaba con 18 años, la mayor de cinco hermanos, hija de una familia de costumbres rígidas; no sabía leer ni escribir, sólo la prepararon (como era la costumbre) a los quehaceres y para ser una buena ama de casa.
Las muchachas de esa época poco salían de casa y si lo hacían era en compañía de alguna persona mayor, fue en una de esas salidas cuando se encontró con el que sería el amor de su vida, se vieron y sólo bastó eso para que naciera entre los dos un gran amor.
Como no podían comunicarse por carta, tuvieron que aprovechar la primera oportunidad para hablar y hacerse novios; esporádicamente, podían hacerlo porque ella estaba vigilada por los ojos avizores del padre y un algo disimulados de la madre. Por lo tanto, raras veces podían platicar por el corral de la casa y en forma rápida.
Así pasó el tiempo y acordaron casarse, él le avisó que el siguiente domingo irían su padre y una persona respetable de la comunidad a hacer la petición de mano. Todavía en ese tiempo no se acostumbraba avisar a los padres de eso, sino que llegaban sin avisar y luego, esperar el tiempo que el padre fijara para ir por la respuesta que variaba de meses hasta un año.
La citada señorita esperó nerviosa durante toda la tarde... pero nada sucedió. Llegó la noche y con ella, vino el triste y lóbrego sonar de las campanas dando aviso que había cuerpo. Enseguida llegó su padre con la novedad de que en cierta familia de la comunidad un muchacho joven había muerto. Corazón y cuerpo se le paralizaron, el color huyó de sus mejillas aunque con trabajo supo disimular; preguntó detalles y así supo que después de bañarse y cambiarse, su joven enamorado se recostó en la cama y empezó a limpiar una pistola que poseía y, como dice el dicho, “las armas las carga y dispara el diablo”, no se supo cómo fue que se disparó y la bala le atravesó el pecho y murió.
El dolor que sufrió la novia fue enorme y lo que fue todavía más cruel es que ella no pudo verlo, ni llorarlo, ni tan siquiera echarle el puño de tierra; sólo de lejos vio el cortejo y con el corazón destrozado dio el último adiós a su amor ahora imposible.
Su amor primero y único lo guardó en el fondo de su corazón, y depositó su amor en una hermanita de meses que tenía; no pudo huir de su destino, poco a poco perdió los deseos de vivir sin su amado y sucumbió, murió de amor antes de cumplir los 20 años.
Como mujer esta historia me conmovió bastante cuando, ahora de 86 años, esa hermanita me la narró. Sé que no ha sido el único caso y como éste han existido muchos así.
Vivimos ya en el siglo XXI, hoy todo es tan diferente en todos los aspectos, los sentimientos son tan efímeros o inexistentes, pero creo que aún existe el amor en todas sus dimensiones, porque si nos queremos aunque sea un poco podemos amar y lo hacemos cuando visitamos a un enfermo, aunque su enfermedad sea la soledad o la amargura, podemos escuchar y consolar al que sufre, acompañar aunque sea por minutos al que vive solo, dar de lo poco que tenemos al necesitado, todo esto puede suceder si lo hacemos de corazón.
¿Cuesta mucho hacerlo? ¿No es la mejor forma de ocupar algo de nuestro tiempo?
Sólo medita un poco y estarás de acuerdo conmigo en aceptar que si hubiera más amor entre los hombres, habría menos guerras, menos pobreza, menos infelicidad.
No importa la religión que profesemos, el Dios de todas ellas es uno solo, y Él nos enseña con amor y nos dice que nuestras acciones siempre sean guiadas por el amor.
Historia narrada por María del Socorro Bocanegra M.