En el aire hay una especie de desazón interior. Ante la amenaza de una guerra y las campañas políticas que atacan y tratan de persuadirnos de situaciones y acontecimientos sin aparente solución; nos apabulla pensar qué va a pasar, cómo vamos a salir de todo y qué podemos hacer.
Como dice Ortega y Gasset: "Las circunstancias son el dilema siempre nuevo ante el cual tenemos que decidirnos, más el que decide si nuestro carácter". Nos consuela saber que si hay un cambio, está en nosotros y depende de nosotros que se de, con la esperanza de que si cada uno lo hacemos, será como gotas que, al caer en el agua, expanden sus ondas y alteran la superficie.
El carácter se forma con voluntad y es la voluntad la que nos ayuda a controlar nuestra actitud, nuestros instintos, nuestras acciones y pensamientos; es ella la que nos ayuda a conseguir la victoria sobre nosotros mismos. A veces pensamos que se necesitan grandes retos para ponernos a prueba, no es así.
Ejercer nuestra voluntad ante cosas sencillas nos prepara para conseguir otras más complejas. La oportunidad para probar nuestro carácter se presenta a diario en retos tan simples como hacer un poco de ejercicio, levantarnos en cuanto suena el despertador, fumar menos, bajar de peso, estudiar o leer unas cuantas páginas o no gritarle a los hijos cuando nos hacen enojar.
Ejercer la voluntad significa elegir; elegir es renunciar y renunciar no es fácil. Requiere de entrenarnos en estas pequeñas cosas, en estos pequeños vencimientos que no dan un beneficio inmediato y, sin embargo, nos forjan.
Cuando ejercemos la voluntad, nos premia una sensación de bienestar, de amistad con uno mismo que se refleja en nuestro trabajo, en la familia y en las relaciones con los demás.
Stephen Covey dice que "Sólo quien tiene una victoria privada podrá tener una victoria pública". Esta contundente frase nos muestra claramente que el reto a vencer es uno mismo.
Mientras escribo esto, me doy cuenta de la cantidad de veces que me he dejado vencer por el antojo, la comodidad o el cansancio. Me viene a la mente, como si fuera mi conciencia, algo que escribió Rafael Llano. Para él, los seres humanos nos asemejamos al barro y la roca.
"Al barro, cualquier lluvia lo diluye, cualquier torrente lo lleva por las mil veredas del camino, hasta convertirlo en nada.
La roca se mantiene firme frente a las tempestades, se levanta como un baluarte después de la tormenta, como un desafío al mar y a la fuerza de las olas.
Así somos los seres humanos, débiles o fuertes, como el barro y la roca. Los primeros nos hablan de apatía, de sus debilidades, de esa tendencia a resbalar hacia lo más cómodo, que sustituye lo mejor por lo más fácil. Los hombres débiles no tienen una forma mental propia, se moldean bajo cualquier presión.
Quedan marcados por cualquier huella y se someten a la figura del recipiente donde los depositan. Los segundos son un ejemplo de resistencia. Mantienen firmes los contornos de su personalidad en medio de los ambientes más adversos. Las turbulencias de la vida no los derrumban, sino que resaltan más aún su fortaleza.
Las circunstancias nos los determinan; ellos deciden qué hacer ante las circunstancias. Los problemas los retan, los hacen más fuertes. Encuentran el placer en la lucha". Necesitamos procurarnos de pequeñas victorias privadas para después realizar aquello que hoy nos parece imposible. Si nos dejamos seducir por los placeres momentáneos obtendremos alguna satisfacción a corto plazo pero, muy pronto, sentiremos la frustración de no haber podido vencernos a nosotros mismos.
La voluntad no es una cualidad que se reciba como algo ya acabado; es más bien una semilla que con esfuerzo podemos desarrollar. El carácter nace en la cabeza y se nutre de ideas y convicciones que nos ayudan a superar cualquier obstáculo.
En las épocas de desazón, inquietud y desconsuelo, tomemos como un reto la conquista de nuestra propia voluntad para que la satisfacción de conseguirlo se contagie entre unos y otros, así, como las gotas de lluvia que caen sobre el lago y cambian por completo su superficie.