El carácter no es una condición con la cual nacemos. No existe por sí mismo y de golpe; tiene que constituirse, hacerse, conquistarse por grados. Se adquiere contrariando a nuestra nativa indolencia y resistencia al esfuerzo, al trabajo y la disciplina. Llegar a poseer el carácter ideal es el premio a los esfuerzos constantes y animosos, a una labor lenta, pero de cada momento. El carácter siempre es una adquisición tardía de la experiencia; es la forma más definitiva de la voluntad. La voluntad primitiva es inconstante y ciega; se llama capricho. El carácter es la reacción o la lucha contra el capricho. Es, pues, el carácter el capricho vencido. La evolución del carácter es el paso de la voluntad débil, vacilante, variable, contradictoria e impulsiva a la voluntad firme, armoniosa, estable y razonable. Pero, para que la voluntad quiera con constancia y obre lo que debe, necesita ver claro, sentir hondo y amar con pasión el noble fin al que aspira; necesita educarse a sí misma para vencer uno a uno a sus muchos enemigos -la pereza, la lujuria, la gula, la ira, la envidia, el orgullo, la ignorancia y el egoísmo. Necesita todo esto para aliarse con las fuerzas amigas- los sentimientos nobles, las pasiones dignas y los intereses legítimos. El carácter se adquiere poco a poco en el remolino del mundo, a través de la educación, y esforzándose por eliminar los vicios morales aprendidos.
