¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando dormías al pie de nuestra cama y de pronto gañías, quejumbroso, como si algún oscuro sueño te asaltara?
Yo o mi esposa -a veces los dos- íbamos y te acariciábamos la cabeza levemente para alejar de ti la angustia. Abrías los ojos, nos veías y volvías a dormir, tranquilo y sosegado ya.
Me pregunto qué sombría visión te atormentaba. ¿Caía sobre ti una banda de lobos carniceros, o entraban en la casa los coyotes famélicos que en el Potrero oíamos aullar? ¿Te veías atropellado por algún vehículo, como le sucedió a la perrita del vecino?
Yo quería alejar de ti los malos sueños, Terry, pero no sabía cómo. Ya duermes el tranquilo sueño que sigue a ese otro sueño que es la vida. Dime ahora tú cómo alejar los sueños malos que me acosan -que me acusan- en esta duermevela en la que vivo. Ven y mírame con aquellos tus grandes ojos hechos de luz y agua. Al verte las sombras huirán, y yo podré dormir tranquilo los sueños de mi intranquilidad.
¡Hasta mañana!...