
Siglo Gourmet - A la carta con Nuño
Esta semana vine a Yasuko, un local de comida Japonesa y no sé qué escribir. Mire que soy de buen diente, si ya me ha leído, pero no se nada de comida asiática. Sé que hay sushi y ahí déjelo. Pero le diré cómo se sintieron mi estómago y yo en este lugar. ¡Corre y se va!
La decoración del restaurante es sui géneris. Al entrar no sabía si estaba en un episodio de Stranger Things o en una escena de Odisea del Espacio. Atravesé un pasillo oscuro lleno de luces donde un claustrofóbico no daría ningún paso. Los colores amaderados del local y su poca iluminación, no van con un restaurante oriental pero, a pesar de eso, el ambiente es agradable. Dos detalles llamaron mi atención: el servicio es rápido y atento, cosa que se agradece; las sillas no van muy bien con personas de espalda ancha como yo. Pero, a pesar de eso, la comida de Yasuko huele tan bien que imagínese como cuando alguien prende carbón por su casa y a usted comienza a antojársele un taquito.
No trajeron una botanita para recibirme. Tal vez esté mal acostumbrado, pero me dije "ni modo, tendré que comerme a mí mismo mientras espero, porque lo que sirven los meseros se ve riquísimo". En la mesa sólo había dos pequeñas jarras con salsa de soya y un plato pequeño para servirlas, todo muy minimalista. Para el primer tiempo ordené el firecraker cauliflower (149 pesos) porque antes ví que en las redes sociales la gente lo recomendaba. No le tenía mucha fe pero, ¡oh, sorpresa! Es delicioso. Imagine un plato con una buena cantidad de arbolitos de coliflor pasados por tempura y bañados en unas salsa búfalo tai con un toque sutil de vinagre. ¡Son unas alitas para veganos! Al morderlas sientes algo suave y crujiente al mismo tiempo y ¡pum! El picante aparece. Ya me hacía comiéndolas al ver un partido de futbol americano un domingo por la tarde.
Apenas me las acababa y llegaron las Gyozas. Piense en unas mini empanadas o dumplings de trigo rellenos de carne de cerdo, preparados al vapor dentro de una cazuela de bambú. Además, tuve la impresión de que les dieron una freída antes porque estaban algo crocantes. La presentación es especial, muy tradicional. Pero al probarlos saboreas el jengibre y la carne con un toque de grasa que se deshace en la lengua. Lo que hace redondo a este plato es la salsa con soya preparada que te traen. No supo darme cuenta y seña el mesero de cómo la preparaban cuando le pregunté, pero no importaba ya que fueron 129 pesos bien gastados.
Después llegó el bowl spicy salmón. Al ordenarlo, me gustó el precio en la carta (169 pesos), pero al verlo se me hizo un plato pequeño porque yo soy un tragón. Aunque también es engañoso ya que cualquier otra persona se sentiría satisfecha al probarlo. Y algo noté cuando lo hice; el grano de arroz es distinto, más largo que el de la sopita que pruebas en la comida de casa. Estaba bien cocido, firme, y venía acompañado de cuatro filetes de salmón, pepino, aguacate, cebollín, un crujiente de tempura y un toquesín de una mayonesa poco picante. Con cada bocado puedes mezclar todos los sabores, lo fresco de las verduras y el sabor único del pescado. Sentí pena al probarlo porque me gusta la comida poco saludable. Si sirvieran algo así en la calle, traicionaría a mis santos tacos de tripitas de vez en cuando. La única queja sobre el plato, es que en la carta prometían que traía masago y no más no, me dejaron vestido y alborotado con eso.
A los dos últimos platos me dio cosa comerlos, estaban muy bonitos. Uno fue el Himalaya Rol. Era un sushi clásico, sin empanizar, nada del otro mundo. Piense en 10 rodajas de tamaño bocado acomodas en dos filas, ellas muy monas y guapas, rellenas de salmón, aguacate y pepino. Hasta aquí todo normal. Pero coronando al plato, había camarones fritos con una salsa tipo mayonesa muy parecida a la del bowl, además de masago (hueva de pez) oscuro. Parecía que estaba ahumado, tostado, quemado… El plato estuvo llenador, con muchos sabores que se equilibran bien y solo costó 179 pesos.
El otro plato fueron 2 nigiris. Si no sabe qué es, haga de cuenta que agarra un poco de arroz, lo hace medio bolita tirando a cilindro con su mano, y encima le pone una proteína. Uno fue de erizo que vuelve locas a mis papilas gustativas. Esa pequeña porción de 74 pesos, espesa y de color café, rodeada de una lámina de alga verde, me supo a gloria porque me encanta su sabor concentrado a mar. El otro nigiri sí fue algo más raquítico; era una pequeña, pero muy pequeña, porción de totoaba (claro, por 47 pesos no podía esperar más) que sabía bien, pero no fue el hit como el anterior. Lo que sí es una genialidad, es que a los nigiris los sirvieron en un plato donde colocan un poco de wasabi fresco (como una mostaza verde muy fuerte y picante) y jengibre blanco encurtido.
¿No hubo postre? Sí, y es grosero, exageradamente dulce, no apto para diabéticos, como me encantan. Aquí lo llaman Sticky Bun (189 pesos). Se lo describo: es como una masa de pan brioche, una mezcla de cuernito y hojaldre, frito y dividido en 2; en medio helado de vainilla, pero encima una cajeta, melcocha, salsa, donde hay exagerada nuez y poco dátil (como lo prometían en la carta). ¿Le recomiendo venir a Yasuko? Sí y aunque sé de comida japonesa lo mismo que de física, o sea nada, estoy seguro que le va a gustar.
La recomendación de la semana para comida de calle es la siguiente. Se llama Gorditas de mi abue (así búsquelas en facebook). Tome camino hacia Francisco I. Madero y en el ejido Escuadrón 201, deténgase donde vea mucha gente. Hay de maíz, harina, tacos de barbacoa, pero las gorditas de horno son de otro mundo. Con decirle que las de chicharrón les duraron pocos minutos, la gente las pide y hace fila. Además, la salsa de molcajete y la roja son cura crudas. Agarre valor y venga de excursión mañanera en familia.