HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO.
¡Qué pena me causa la libélula!
Tan art nouveau la pobre, y sin embargo cada vez que veo una me escondo para que ella no me vea a mí.
Y es que de niños no le decíamos "libélula". La llamábamos "caballito del diablo".
Observábamos cómo en el trance del amor volaban dos juntas, una sobre la otea, y entonces las llamábamos así, "caballitos del diablo", seguramente por nuestra formación religiosa -deformación religiosa-, pues algunos clérigos veían en el acto del amor una acto pecaminoso, como cosa del diablo.
Perdóname, libélula. Ahora sé que el diablo no tiene caballitos, ni perritos, ni gatitos. Tampoco tiene hienas, serpientes venenosas ni escorpiones. Todas ésas criaturas son de Dios.
Lo único que el diablo tiene a veces son hombres.
Hombres del diablo sí hay.
Caballitos del diablo no.
¡Hasta mañana!...