Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Ninguna evidencia científica hay de que una pareja haya realizado alguna vez el mitológico "salto del tigre", proeza erótica consistente en que el hombre se lanza desde alguna altura para caer con exacta precisión en unión íntima con la mujer. Opino que ese tal salto es pura imaginación masculina, fantasía desbordada, ficción inverosímil. Si un amigo te  cuenta: "Anoche me aventé el salto del tigre" ten la seguridad de que te está mintiendo. Aun así una joven pareja intentó realizarlo, y además con la luz apagada, para mayor hazaña. Él trepó a la cabecera de la cama y desde ahí se lanzó en atrevido salto mortal. Pero -¡oh desgracia!- cayó en uno de los barrotes de la cama. Empezó a exclamar, adolorido: "¡Ay! ¡Ay! ¡Oh! ¡Ay!", "Oye no -le reclamó con enojo la muchacha-. Esto del salto del tigre no me parece justo. Nada más tú estás gozando". Misterios hay en el arte imposibles de dilucidar, como el de la enigmática sonrisa de la Gioconda; la identidad verdadera de San Juan en La Última Cena, de Leonardo; o por qué doña Goyona dijo que estaba pintando una naturaleza muerta, cuando lo cierto es que hacía un retrato de su provecto esposo. Yo me planteo una pregunta referida también a un misterio: Jean-Paul Belmondo ¿era un guapo feo o un feo guapo? No fue  un hombre convencionalmente bien parecido, a la manera de Alain Delon o Yves Montand -este afortunadísimo canalla folló con Marilyn Monroe-, y sin embargo Belmondo tenía "un no sé qué que qué sé yo", si me es permitido usar la emblemática frase de Corín Tellado, a quien Mario Vargas Llosa rindió homenaje merecido, desafiando todas las correcciones literarias, en un bello artículo al que puso por título "La escribidora". A propósito de frases, una de Belmondo me ha gustado siempre: "El feo que dice palabras bonitas es el que se lleva a la chica". Acá expresamos lo mismo en modo más conciso: "Rollo mata carita". (Algunos cínicos añaden: "Y cartera mata carita y rollo"). Un cierto amigo mío no era nada guapo, y sin embargo un conocido suyo de la juventud le dice todavía: "A ti te odiábamos, porque te llevaste a la muchacha más bonita de nuestro grupo". Una querida amiga me contó el caso de una criadita suya. Tenía un novio apuesto, formal, trabajador, sin vicios, y lo cambió por otro feúcho, irresponsable, borracho y guevón, con disculpas por el culteranismo. Le explicó a su patrona: "Es que éste me dice cosas, señora". En mi ciudad hubo un poeta -buen poeta, por cierto- nada agraciado en su persona: era de baja estatura, regordete, medio calvo, de mirada miope. Y sin embargo tenía éxito grande con las damas. "Lo único que espero -me dijo alguna vez- es que me dejen hablar. Lo demás viene solito". Algo semejante debe haber sucedido con el italiano D'Annunzio, que era -él sí- feo de solemnidad, a pesar de lo cual se llevó a la cama a ilustrísimas señoras de su tiempo, como Eleonora Duse. Debe haber tenido una cajita de música escondida, según dijo Valle Arizpe del canónigo de la Catedral de México, Mariano Beristáin y Souza, que era más feo que el pecado -que un pecado feo, porque los hay muy lindos- y no obstante eso se refocilaba en la sacristía de la Profesa con la Güera Rodríguez, la más hermosa fémina de su época. Pero volvamos a Belmondo. Así como se habla de "el eterno femenino" debería hablarse también, siquiera sea por equidad de género, de "el eterno masculino". Con la muerte de tan gran artista se fue algo de esa eternidad, de ese misterio. La vida es el retrato más fiel del cine. En ese retrato quedará por siempre Jean-Paul Belmondo, el hombre feo del cine francés, el hombre guapo del cine francés. FIN.

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