En esta ocasión el “Tour de la carne” me trajo a UMO Penthouse. Entre las recomendaciones de algunos amigos y lo bien que se ven sus preparaciones en las redes sociales, no pude resistirme. Así que estas son mis impresiones. ¡Corre y se va!
El restaurante se encuentra en la planta alta del hotel Nuve y una cosa es cierta, tiene una vista del centro de la ciudad que cualquiera envidiaría. La decoración del local es agradable, el mobiliario muy cómodo y el servicio atento, todo lo que se espera de un lugar de este tipo. Pero ¿y la comida? No me entusiasmó y le diré por qué.
La entrada con que me recibieron fue un combinado de tres salsas y unos totopos. Lo primero que pensé fue “¿estoy en unos tacos a las 3 de la mañana?”. Esperaba algo más complejo y no tan minimalista. A pesar de este detalle, las salsas están bien sazonadas. La de chile de árbol es suave, se logra sentir ese picor característico; pero las otras dos me volaron las papilas gustativas, sobre todo la oscura porque saboreabas el chile jalapeño y un aire a salsa Maggi que no es común encontrarse.
Al mirar la carta, no me entusiasmaron los cortes de carne; en realidad, tiene pocas opciones, así que me fui por todo lo demás, la gran mayoría preparada a las brasas. Me decidí por 5 cosas porque quise probar variado. No es que yo sea un glotón, para nada; ¡todo sea por la salud estomacal de usted, querido lector! Pues bueno, después de pedir comenzaron a aparecer los pequeños inconvenientes. Por ejemplo, fueron poco más de 25 minutos de espera para que llegara la comida y eso que era la única mesa en el local. Si no me comí a mi mismo, por el hambre que traía, fue porque mi mamá me dijo que no lo hiciera en lugares extraños.
Lo primero que trajeron fueron las costillas baby back en salsa de asado lagunero (280 pesos), el plato del mes, según el menú. Hay que reconocer que la presentación y la porción abundante te atrapan. Ves un rack de más de 5 huesos cocinado lentamente, suave; también, una buena cantidad de papas crujientes espolvoreadas con queso parmesano. Pero el supuesto sabor a asado resulta ser una salsa bbq con un toque de chile colorado. Sientes un sabor amargo (parecido al de la cerveza) y dulce, con especias, pero esperaba la sensación de sabores cítricos, la de los chiles secos, el laurel… ya sabe, el típico asado norteño y lagunero resaltado por el toque del restaurante. Pero no; además, a la carne la decoraron con algunas hojas de arúgula que se pusieron todas tristes por el calor del plato, que hasta se parecían a los romeritos de diciembre.
Después llegaron el resto de platillos. Uno fueron las asadas fries (150 pesos). Son papas naturales a la francesa muy bien doradas, acompañadas de una salsa de queso americano en la que sentí un condimento muy particular y sabroso, sirlón suave en cuadritos, tocino y cebollín. Es una preparación sencilla y llenadora, muy clásica. Parece un poutine (esas papas canadienses que son una delicia) muy a la mexicana.
Donde sí se pasaron al otro lado de lo extraordinario, fue con el pulpo con tuétano. Es una lástima que sea tan poco (en la carta señalan que alcanza de 3 a 4 tacos). Esta combinación es riquísima. Te la traen en una cazuela de acero de la que no salpica el aceite, no hace falta mandil, donde ves trozos suaves de pulpo entre pedazos de tuétano guisado y, encima de todo esto, una salsa cremosa de chipotle poco picante, pero que no puedes dejar de comer. Al servirlo en el taco y morderlo, sientes al mismo tiempo la firmeza suave del molusco, combinada con una textura de mantequilla única de la grasita de los tuétanos. Fueron 150 pesos bien invertidos.
Con el último plato se decepcionó mi alma de gordito impenitente. Me había emocionado al ordenar el kebab de cordero. Lo que sirven es una brocheta con pequeños trozos de cebolla y carne. En ella no se sentía el sabor a ajo rostizado y yogurt que mencionan en la carta, ya que estaba seca, seca. La brocheta la acomodan sobre un pan naan que bañan con aceite de oliva, pero al que tostaron de más porque estaban un poco duro. La arúgula, a modo de decoración sobre él, amortiguaba la mordida. A todo esto, lo acompañan con un tzatziki a base de yogurt. No sabe mal, pero por la consistencia del yogurt, el pepino ni se siente, o sea, estaba muy aguada. Además, colocan un cuenco con una ensalada de pepino, cebolla morada y tomate (que parecía cortada con martillo) preparada en aceite y especias. El plato es una serie de desaciertos y descuidos. Y ¿el costo? 180 pesos.
Otra cosa fue el postre; se notó que quien lo preparó tiene un amor por lo dulce. Lo que pedí fue un chocomole (120 pesos). La presentación y el decorado son de Instagram. El pan es una base de masa dulce para brownie, pero al morderlo, sientes el picante (en este caso chile ancho). Eso no es todo, con una salsa especiada de abundante chocolate amargo, bañan el pastel. En ella sientes almendras y cacahuates tostados; así que imagine la combinación de textura y sabores, es toda una agradable experiencia y poco común en región.
La comida UMO Penthouse es de extremos: destacan sus postres y la sazón, pero algunas de sus preparaciones no son muy atinadas. Venga y dese color, tal vez le vaya mejor que a mí. La recomendación de la semana son elotes. ¡Sí! Como lee. A lo mejor cada quien tiene a su elotero o elotera en el corazón, pero yo descubrí “La Eloteca Laguna” (así búsquelo en Facebook). No es el típico elote, la variedad de salsas preparadas y chiles (yo conté 6) y los toppings, hacen que su sabor sea muy particular. ¡Tiene hasta una Maruchán preparada y te envían por Didifood! En serio, se los recomiendo.