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Hay que dejar de nadar de muertito en ciberseguridad

ARTURO SARUKHÁN

A mediados de julio, amanecimos con un abanico de revelaciones que a primera vista parecían inconexas, pero que apuntan a uno de los retos seminales que enfrentarán el Estado y las relaciones internacionales del siglo XXI. En Washington el Departamento de Justicia presentaba cargos en torno a una serie de operaciones de hackeo chinas que habían vulnerado bases de datos gubernamentales y de centros de investigación de varias universidades en el país para hurtar investigación científica y tecnológica. 

Por separado, varios gobiernos europeos acusaron ese día a Beijing de contratar piratas informáticos para infiltrarse en algunas de las empresas más grandes del mundo con fines de lucro. Y sólo unas horas antes, un consorcio de periódicos y medios digitales mostró que gobiernos de todo el mundo han utilizado software espía vendido por una empresa israelí para monitorear a periodistas, opositores, ONG, activistas y jefes de Estado. 

Esta avalancha de acusaciones representa una nueva normalidad en el sistema internacional, tanto entre naciones como entre éstas y actores no estatales.

Crecientemente, el conflicto estará marcado por la disputa en torno a agua, alimentos (exacerbados por el cambio climático), energía e información. Hoy el ciberhackeo para desinformar y socavar, vulnerar infraestructura crítica y hacerse de inteligencia y secretos industriales o investigación se han convertido en la extensión del pulso geopolítico global por otros medios. 

Este es un reto que México —Estado, sector privado y sociedad civil— no puede soslayar, como quedó demostrado por el uso que se le dio a Pegasus el sexenio pasado y por la caracterización y estigmatización en éste de los medios y voces críticas. Pero no es solamente un tema de privacidad, vulneración de derechos fundamentales u opacidad del Estado. En momentos en que crece la competencia geopolítica entre EU y China, ante la posibilidad de que Rusia procure seguir explotando vulnerabilidades estadounidenses y con un TMEC cuyo éxito hacia el futuro dependerá en gran medida de sus cadenas conjuntas de valor y suministro esenciales regionales, así como de la industria digital, de software, chips, tabletas e inteligencia artificial, México tendrá que hacer mucho más —tanto desde la esfera pública como privada— para actualizar y modernizar protocolos cibernéticos y armonizarlos con EU.

En el corto y mediano plazos, el éxito de Norte América no solo dependerá de la profundización de nuestra integración económica y comercial; está crecientemente basado en subirnos a un paradigma común de ciberseguridad en el cual no existan las asimetrías en capacidades como las que hoy persisten entre México y sus dos socios comerciales. 

Los eventos del mes pasado, y los que previsiblemente se replicarán, hacen patente que no tenemos tiempo que perder y que esta agenda debiera ser uno de los ejes estratégicos de nuestra seguridad nacional y de la profundización y ampliación de nuestro andamiaje norteamericano de bienestar, prosperidad y seguridad.

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