Para esta columna fui a Algarabía,
donde preparan cocina mexicana. Y
créame, me puse en un dilema porque ¿cómo opinar sobre lo que usted,
lector, ya conoce? ¿Qué referente tengo? Bueno, me acordé de mi abuela,
alias María ‘mantecas’ y María ‘7 vidas’, con sus comidas vastas, llenas
de sabores fuertes y picantes; pero,
bueno, como en el juego de la lotería,
cuando echan la baraja y dicen “corre y se va”, estas fueron mis impresiones sobre los sabores interesantes
que este restaurante tiene en sus platos y uno que otro desacierto.
El local se encuentra en la plaza
hundida frente al nudo mixteco. La
entrada está ambientada con noas y
cactus. La decoración oscura de sus
espacios es algo que uno no espera de
un lugar “mexicano”, ya que los colores vivos son característicos de este tipo de restaurantes. Aún con esos detalles insignificantes, el espacio es cómodo; el clima, fresco; la música,
agradable; y tienen muy buena atención.
Para ordenar en la carta, pedí lo
más “nacional” que me pareció. La entrada con que me recibieron me gustó.
Pusieron al centro un requesón preparado con tomates secos y picante, además de tres tostadas bien fritas. El sabor es agradable e inesperado porque,
aunque es común esta preparación en
muchos restaurantes, sobresalen los
ingredientes con que la preparan.
Además, trajeron 3 salsas en cuencos
muy cucos, pero no las probé. ¿La razón? Bueno, se la explico. No hizo falta, ya que los platos hablaron por sí
mismos, cosa que es buena y mala.
Para la entrada ordené 2 cosas. La
primera fue un queso de rancho con
salsa martajada. No dude en pedirlo.
La salsa tiene un punto de sal algo pasado, pero la mezclan con cubos de
queso panela en un recipiente caliente de acero. Por esta combinación uno
es capaz de sentir el picante y el tomate tatemado en el paladar, además del
contraste con la suavidad de la panela. Y si unas cucharadas de esto las pones en las tortillas que te llevan, se
disfrutan bastante bien. Los 139 pesos
del plato alimentan muy bien a dos
personas. La segunda entrada (y no
me diga glotón, me llamó la atención
encontrar algo así con el precio que
tiene) fueron unos tacos fritos de pollo
en salsa verde. Los traen presentados
en un elegante plato rectangular de un
color tan blanco que los puedes confundir con unos santos tacos dorados;
pero no son así. Imagine a los tacos enrollados que usted hace en casa para
comer, pero con un pollo que estaba seco y sin sazón. Eso sí, los acompañaron de su lechuga y rábano, bañados
en salsa verde y más en un recipiente
pequeño. ¿Sabe qué faltó? Lo primero
que pensé fue en los cueritos, el tomate, la cebolla. Creo que intentaron presentar una versión muy a su estilo de
este clásico, pero por los 158 pesos que
cuesta, prefiero la de los tacos del Imposible. Lo que sí me agradó fue la lluvia de queso de cabra que le ponen,
ese detalle sobresale en la presentación y salva un poco todos los sabores.
Ya tristeando mi estómago y yo, no
me decidía a pedir algo más. En eso vi
tres cosas. La primera fueron unas enmoladas rellenas de huitlacoche, así
que me pregunté: ¿sabrán bien? Pues
fíjese que sí. Las presentan en 4 tacos
enrollados y dentro, un buen relleno
de huitlacoche guisado, como debe ser
(sin perderse ese sabor amargo que lo
caracteriza), bañadas en una salsa de
mole afrutada, parecida a la manchamanteles, donde sientes el sabor del
chile colorado y el dulzor en una mezcla espesa bien lograda. Entonces
piense el contraste del sabor del
huitlacoche, la tortilla amarilla y el
dulzor del mole, combinando muy
bien con el queso de cabra y los brotes
encima de ellas.
Ya con el ánimo más contento pido
los sopes de pato. Para quien los ordene y vea lo que le traen, dirá “¿pero esto es comida para Barbies y soldaditos
de plomo?”. Hay que entender que algunas cosas bien hechas con buenos
productos no deben ser inmensas como hamburguesa de Carl’s Junior. El
pato estaba preparado al pibil y qué
buen guisado hicieron. El sabor a vinagre y achiote se mezclaba muy bien
con el sabor característico del ave.
Además, a esta proteína la ponen en 3
sopes que para mi gusto sobredoraron
un poco (como si los pasaran por freidora), a los que les embarran unos frijoles negros refritos sabrosos y les ponen otra vez brotes de alguna yerba y
rábano. Eso sí, las cebollas moradas
encurtidas tienen el sabor del laurel y
la pimienta, un detalle que habla bien
del cocinero. El plato es caro (249 pesos) y si usted es de varios estómagos,
no le llenará.
Después me sirvieron algo que desde el principio llamó mi atención. Fue
la tostada de jamaica. Sí, ja-mai-ca, la
del agua. Generalmente los guisos de
esta flor son muy ácidos o muy dulces.
En este caso, en la sazón que le pusieron se notaba el sabor de la jamaica y
su suavidad característica. Todo esto
lo pusieron en una tostada como la
que trajeron en el servicio para recibirme, a la que le embarraron una
cantidad generosa de aguacate. Disfruté mucho esta preparación, solo
que deben cambiar la tortilla por otra
más resistente, ya que se humedece y
puede ser complicado comerla. ¿El
costo? 79 pesos.
De postre yo quería la concha artesanal con salsa de caramelo salado, pero no había. Así que me ofrecieron un
pastel de chocolate Abuelita flameado
con mezcal. ¡Ordénelo! Lo que traen es
un buen trozo de pastel en 4 capas con
betún entre cada una y salsa de chocolate por encima. Cuando lo llevan a tu
mesa, un mesero calienta con fuego
una copa de mezcal y el alcohol lo deja cae sobre la preparación. El espectáculo es lindo. ¿Sabe bien? Sí. La miga es húmeda y se siente el sabor al
chocolate Abuelita. Además, lo acompañan con moras, blueberries, nueces
y más brotes (ahora eran de betabel).
La experiencia en Algarabía fue interesante. Salvo algunos detalles, como el exceso de brotes, queso y algunos platos no tan afortunados, quedé
satisfecho. ¿Sabe por qué no toqué las
salsas? Por el sabor de cada plato: entre halagos y quejas, se te olvidaban.
Antes de que se me pase, le recomiendo que vaya a la birria de la Matamoros, muy cerca del teatro Nazas. Sé
que es famosa y muchos la conocen,
pero si usted no, anímese. Además, la
sirven para llevar.