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La olimpiada es la vida y nuestros hijos son los atletas

VIBREMOSPOSITIVO

LUCY HOP

Imagínense la escena, yo sentada en la mesa de antecomedor de un departamento en alguna ciudad que no es la mía, pasando unos días de vacaciones con mi familia, mi esposo es el encargado de partir la fruta para los cuatro, mientras que mi hija de 20 años se encarga de preparar los huevos y así nos dan la oportunidad a mí y a Victoria, la de 17 de que podamos escribir nuestras columnas, y de fondo la narración de algún deporte de las olimpiadas de Tokio.

Es en ese momento que mi cabeza vuela y me meto en la mente del padre o de la madre de alguno de esos atletas, el que sea, de cualquier país y de cualquier deporte. ¿Cuán orgulloso puede sentirse un padre por los logros de sus hijos? ¿Cuánto sudor, risas y lágrimas tuvieron que ver derramar a sus hijos para vivir este momento?

Y a su vez qué parte de esos logros pueden adjudicarse los padres de estos atletas que para que hoy estén en el lugar que están, fueron inscritos en algún deportivo, trasladados todas las tardes a sus entrenamientos llevados a cada competencia por más pequeña que esta haya sido por sus padres, siempre apoyando el sueño de cada uno de ellos.

Esta reflexión me lleva a recordar cuantas tardes me pase viendo entrenamientos y competencias de gimnasia en las que la mayoría de las veces pasaba más tiempo calmando los nervios que se apoderaban de su cabeza, pero que nunca fueron más fuertes que ella. Y al siguiente fin de semana tocaba partido de futbol de mi otra hija, la cita indudablemente era domingo a las 7 de la mañana para ir de visitante a alguna cancha cada vez más lejos y verla jugar no más de 10 minutos, porque todas las niñas tienen que jugar no importa que tan bien o que tan mal jueguen. Pero todo el esfuerzo valía la pena con tal de ver su cara de satisfacción cada vez que una hacía más puntos en una competencia o cuando la otra lograba que el equipo contrario no llegara al área de gol.

Hoy en día ni la primera es futbolista, ya que su carrera de arquitectura y su pasión por la fotografía no se lo permiten, ni la segunda siguió dedicándose a ser gimnasta, pero escribe mejor que muchos columnistas consolidados y es amante de la ciencia y la tecnología al grado de estar desarrollando un prototipo biomecánico que estoy segura cambiara las vidas de muchas personas en un futuro.

Entonces mi cabeza regresa a mi realidad, y entiendo lo que las madres de esos atletas olímpicos sienten en este momento, mis hijas no están representando a ningún país a nivel mundial, pero están desarrollando proyectos que cambiaran las vidas de muchas personas y saberlo me hace la mama más orgullosa del mundo.

Eduqué 2 hijas capaces de reflexionar sobre temas tan profundos que justo ayer me sorprendí escuchándolas discutir sobre si estarían dispuestas a dar su vida por alguien y no en sentido figurado, sino realmente decidir si alguna persona merece el sacrificio de que alguna de ellas muera con tal de que la otra siga viviendo. Para una madre, como yo, la respuesta es sencilla, claro yo daría mi vida por ellas, pero ellas no son madres y sus respuestas no pudieron ser más satisfactorias para mi.

No quiero ponerme tan profunda como fue nuestra plática de ayer, pero, para resumir, la de 17 opina que ella 100% daría su vida si de ello dependiera de que otra persona destinada a hacer algo grande pudiera seguir viviendo, y por algo grande se refería a salvar a la persona que estuviera destinada a descubrir la cura del cáncer o del SIDA o aquella persona capaz de revertir el calentamiento global y salvar a la humanidad o salvar a la persona que descubriera la cura para el Alzheimer. Sin embargo, la de 20 opinó que ella no daría su vida para salvar la vida de nadie, al principio me sorprendí con su respuesta, pero luego me explico que ella cree 100% en que todos los seres humanos venimos a este mundo por algo y para algo y que nosotros no tenemos la capacidad de tomar ese tipo de decisiones y que, aunque nuestro futuro sea morir para salvar la vida de alguien, esa es una decisión que no tomamos nosotros como individuos sino que eso ya estaba escrito desde antes.

Admito que me dejaron sin palabras y que si cuando eran niñas me sorprendían y las admiraba por su tenacidad y constancia en sus respectivos deportes, hoy que son adultas, me sorprenden y las admiro aún más por su madurez y su forma de pensar. Y eso me hace sentirme igual de orgullosa de mis hijas que cualquier madre de cualquier atleta olímpico.

LA OLIMPIADA ES LA VIDA Y TODOS NUESTROS HIJOS SON LOS ATLETAS SEAMOS MADRES ORGULLOSAS DE ELLOS.

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