Muy realista, quizás más bien ruda, se pone Sor Juana en el adagio que canta el personaje-alegoría del amor y que actúa con ese nombre en el “Sainete primero de palacio”, apéndice de la comedia Los empeños de una casa.
Ciertamente el amor es un sentimiento que quien ama regala al objeto de su amor, no tiene por qué considerarse una obligación pactada. Puede el obsequio de amor ir convertido en caricias, besos y otras expresiones físicas y también puede ir acompañado de presentes más bien crematísticos que lo simbolicen, que sean mínimas materializaciones del sentimiento, pero el amor en sí es El Obsequio.
Suena tosco, rudo, decir o escuchar lo que profiere el personaje alegórico de la Décima Musa: “el amor es obsequio / mas no contrato”. Es una verdad quizá salvaje, pero habrá que considerar que el amor es una expresión sentimental, un flujo del instinto. El amor se entrega según su impulso natural, no según convenciones legales.
Doloroso será para el amante que exige más derechos de la amada cuando ella le haga saber que el obsequioamor con que lo favorece llega a ciertos límites y que no hay texto legal que la obligue a dar más de lo que ella quiere conceder. Igual ocurre vista la relación desde el polo opuesto, es decir, de la amada al amado.
El amor ubica a los amantes en el plano de las efusiones irracionales no en el de las obligaciones jurídicas. Sin embargo muchas veces los amorosos más parecen contratantes que amantes. Parafraseando el dicho de que el amor es ciego, se puede decir que el amor es desconsiderado y exige más de lo que el amante o la amante dejan fluir como regalo de toque divino. Por eso Sor Juana dice: “el amor es obsequio / mas no contrato”.
