Estilo de vida

A la carta con Nuño

A la carta con Nuño

JOSUÉ NUÑO

Hoy estoy en Silverio. Nunca había venido. Pero a quienes sí lo hicieron, les preguntaba cuál fue su experiencia: o les encantaba o lo odiaban. Y sentado ya aquí, me puse a pensar ¿qué hace bueno o malo a un restaurante? No es el local, es una mezcla de las personas, los ingredientes y la suerte.

No sé qué tienen últimamente los restauranteros, pero aman el color negro, lo usan en las paredes, el piso y hasta en sus platos. Silverio no es la excepción. El ambiente tiene alma de casa vieja; es como ir con las tías solteronas donde todo está bien acomodado y en su sitio. Eso sí, quien sea amante de los animales no le recomiendo asistir, entre los que tienen disecados y los cuernos que cuelgan de las lámparas, la sensación podría ser abrumadora.

Al abrir la carta se me heló el ánimo ya que esperaba que la comida fuera igual que el local, distinta a otros. Esperaba que me sorprendieran con algo exótico o con combinaciones raras, poco comunes y muy mexicanas. Pero sirven casi lo mismo que otros restaurantes. No dudo que sus ingredientes sean excelentes y que más de uno disfrute lo que preparan. Los pretenciosos cortes de carne ahí estaban, aunque el huarache que anunciaban me pareció interesante. Además, el diseño e imagen de su carta no me llamaron la atención, no invitaba a seguir leyendo. La cerré y decidí ver a la gente. A todo esto, súmele que la selección musical que se escuchaba era más de un restaurante como Vip´s. Con todo lo que pasaba, me estaba arrepintiendo de venir.

Pero llegó al rescate el mesero, un defeño muy agradable y platicador. Me mostró una carta más pequeña donde el nuevo chef sugería algunos platos porque el que tenían se fue por alguna razón que no pregunté. Y mire que aquí ya fue otra cosa y hasta me comenzó a dar hambre. Esos platos se notaban que salían del corazón y la experimentada tripa de quién los imaginó.

Así que pedí como entrada un fideo seco con mole estilo Silverio. Imaginen al amigo chilango que pone este plato en una mesa aparte, le echa una lonja de queso y lo gratina con un soplete (como un soldador de antojos). La pasta tenía un sabor casero y el mole combinaba muy bien, como uña y mugre. Pero el queso gratinado y el chicarrón de cerdo triturado con que lo mezclaban, fueron una de las mejores costras que probé y vaya que sé de costras. Si me pidieran opinión, pondría más chicharrón, más, más. Luego ordené un lomo de cerdo horneado con romero y servido en su propio jugo, pero con tristeza el mesero me dijo que aún no salía de los fogones. Eso me hizo pensar en que era bueno y malo al mismo tiempo, ya que se preocupan porque lo que sirven esté bien hecho, pero comenzaron el servicio de cocina un poco tarde.

dené la pechuga de pollo con mole tradicional estilo Silverio. En muchos locales casi siempre la sirven seca y pues ni modo, uno se la come. Pero en este caso estaba tierna. ¡No dude en pedirla! Eso habla de la técnica de la persona que cocina. Además, el mole tenía un gusto afrutado y a clavo, no invasivo ni el picante ni el dulce. Yo haría otro arroz rojo o lo quitaría, está de sobra y no combina con el gran de plato que sirven. Vi en la carta un tronco de Salmón con persillade en salsa de echalote. El persillade es un poco fuerte, siempre predomina el ajo. El pescado cocinado al punto y la cama de salsa de echalote es un gran complemento. Esta combinación es única y creo que quedaría muy bien con otros pescados (es una sugerencia para el chef). Además, los espárragos que lo acompañaban tenían un ligero sabor salado y el puré sí era puré, bastante bien logrado. También pedí dos tacos, pero creo que no vale la pena mencionarlos (no eran del menú chiquito). La carne era excelente, bien preparada, uno hasta tenía papas a la francesa, pero no destacaban. Hasta que probé la salsa de tomatillo cocido, cebolla y no sé que más cosas, pude confirmar el dicho de que al taco lo hace la salsa… ¿o es al revés?

Para cerrar, pedí de postre el pastel Bruce de chocolate con nutela y frutos rojos. El homenaje a la película Matilda me hizo gracia. Era una gran pieza de capas de pastel de chocolate y entre cada una, nutela y betún de chocolate amargo. Todo esto envuelto en más betún de chocolate oscuro y rematado con muchos frutos rojos. El contraste con lo ácido de la fruta es fenomenal. Me sentí como el niño que se quiere acabar a mordidas y manotazos lo que tiene enfrente.

Al venir a Silverio comprobé algo: Lo clásico, si es bien interpretado, puede ser fenomenal. Y si eso logran con un nuevo chef, van por buen camino. Podrían experimentar con su gran trabajo y lo gourmet mexicano. No tengo otra referencia o comparación para opinar, me estrené en este espacio por primera vez. Además, el servicio tipo gueridón le da buenos puntos y quiere decir que el personal está preparado en lo que hace.

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Escrito en: A la carta con Nuño

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