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Entre los golpes y las cuerdas

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WENDY ARELLANO

Era 1994. En marzo, Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del tricolor, había sido asesinado. Meses después, en diciembre, su relevo, Ernesto Zedillo, tomaba las riendas del país sin saber que el suyo sería el último periodo de un ciclo de 71 años de administraciones emanadas del PRI.

Por aquellos días, Julio César Chávez era el depositario de la admiración del siempre fiel y manipulable pueblo.

Durante el gobierno salinista, México sobresalió por sus campeones mundiales de boxeo.

La relación entre poder de puños y poder político era cercana. 

Jorge “el Maromero” Páez, por ejemplo, no tuvo problemas con apoyar al partido en el poder.

“El César”, fue más allá, llegó a ser íntimo del presidente Salinas.

El sistema priísta se tambaleaba y, por aquello de publicitarse con cualquier recurso a su alcance, Salinas introdujo en sus discursos la figura del boxeador. Chávez pasó a simbolizar, según la retórica política, al pueblo que debía ganarse la vida a base de chingadazos.

En realidad, el círculo de amistades del pugilista era variopinto.

Llegó a codearse con afamados narcotraficantes como el mismísimo Chapo Guzmán y mis parientes, los Arellano Félix.

El campeón también gozó de la bendición de la máxima jerarquía eclesiástica.

Era 1994 y Chávez sufrió la primera derrota de su carrera ante Frankie Randall.

Al año siguiente, volvió a la senda del triunfo, por partida triple. Luego, se fue de vacaciones. Viajó a Europa y visitó el Vaticano. Ahí tuvo la idea de reunirse con Juan Pablo II. Lo consiguió.

No solo eso, en su audiencia con el jerarca religioso, Julio deseó ver las habitaciones en que descansaba Su Santidad. El Papa cumplió su deseo.

Una vez ahí, atendiendo a un llamado urgente, Julio solicitó usar el sanitario.

Según relata su hermano Rodolfo, Chávez consumió cocaína no sin antes pedir perdón a Dios por semejante sacrilegio.

En aquellos años, la Iglesia también ejercía tanto un fuerte poder espiritual como político sobre el pueblo mexicano.

El boxeo era utilizado en símiles forzados para ilustrar que el pueblo podía ganar el cielo combatiendo a los enemigos de Dios.

Julio César perdió el invicto tras once años y medio de carrera. En esa derrota, y en las que siguieron, intervinieron varios factores, desde el paso del tiempo hasta su adicción a las drogas.

El oriundo de Ciudad Obregón, Sonora, tenía una gran conexión con el pueblo gracias a sus hazañas sobre el ring.

Y sí, en la disciplina de las orejas de coliflor, dio muchas alegrías a la población de un país que, a lo largo de su historia, y eso incluye a los tiempos que corren, se ha caracterizado por estar entre los golpes y las cuerdas. 

Wendy Arellano // [email protected]

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