NO HABÍA PAN EN EL CONVENTO, NI HABÍA AGUA
La falta de pan se debía a la hambruna que sobre la comarca se abatió. Faltaba el agua porque el pozo del huerto se secó.
Al ver la angustia de sus hermanos, su hambre y sed, San Virila hizo un milagro. Movió la mano; el pozo volvió a dar su linfa, fresca y cristalina, y en la cocina apareció un pan para cada uno de los monjes.
Uno le preguntó al frailecito:
-Ya que obraste ese milagro ¿por qué no hiciste también que aparecieran en nuestra mesa lechones y faisanes, pasteles y compotas, quesos y vinos de alta calidad?
Respondió San Virila:
-El pan nuestro de cada día es un milagro, igual que la hermana agua. No pidamos más milagros que ésos.
¡Hasta mañana!...
